Fray
Bartolomé de Las Casas, BREVÍSIMA
RELACIÓN DE LA DESTRUCCIÓN DE LAS INDIAS (fragmento)
Descubriéronse las Indias en el año de mil y
cuatrocientos y noventa y dos. Fuéronse a poblar el año siguiente de cristianos
españoles, por manera que ha cuarenta e nueve años que fueron a ellas cantidad de
españoles; e la primera tierra donde entraron para hecho de poblar fué la
grande y felicísima isla Española, que tiene seiscientas leguas en torno. Hay
otras muy grandes e infinitas islas alrededor, por todas las partes della, que
todas estaban e las vimos las más pobladas e llenas de naturales gentes. /…/
Todas estas universas e infinitas gentes a todo
género crió Dios los más simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas y
fidelísimas a sus señores naturales e a los cristianos a quien sirven; más
humildes, más pacientes, más pacíficas e quietas, sin rencillas ni bullicios,
no rijosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear venganzas, que
hay en el mundo. Son asimismo las gentes más delicadas, flacas y tiernas en
complisión e que menos pueden sufrir trabajos y que más fácilmente mueren de
cualquiera enfermedad, que ni hijos de príncipes e señores entre nosotros,
criados en regalos e delicada vida, no son más delicados que ellos, aunque sean
de los que entre ellos son de linaje de labradores.
Son también gentes paupérrimas y que menos poseen
ni quieren poseer de bienes temporales; e por esto no soberbias, no ambiciosas,
no codiciosas /.../
En estas ovejas mansas, y de las calidades
susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas, entraron los españoles, desde
luego que las conocieron, como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos
días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta
hoy, e hoy en este día lo hacen, sino despedazarlas, matarlas, angustiarlas,
afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas y nuevas e varias e
nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad, de las cuales
algunas pocas abajo se dirán/.../
Daremos por cuenta muy cierta y verdadera que son
muertas en los dichos cuarenta años por las dichas tiranías e infernales obras
de los cristianos, injusta y tiránicamente, más de doce cuentos de ánimas,
hombres y mujeres y niños; y en verdad que creo, sin pensar engañarme, que son
más de quince cuentos/.../
La causa por que han muerto y destruído tantas y tales e tan infinito número de ánimas los cristianos ha sido solamente por tener por su fin último el oro y henchirse de riquezas en muy breves días e subir a estados muy altos e sin proporción de sus personas (conviene a saber): por la insaciable codicia e ambición que han tenido, que ha sido mayor que en el mundo ser pudo, por ser aquellas tierras tan felices e tan ricas, e las gentes tan humildes, tan pacientes y tan fáciles a sujetarlas; a las cuales no han tenido más respecto ni dellas han hecho más cuenta ni estima (hablo con verdad por lo que sé y he visto todo el dicho tiempo), no digo que de bestias (porque pluguiera a Dios que como a bestias las hubieran tractado y estimado), pero como y menos que estiércol de las plazas. Y así han curado de sus vidas y de sus ánimas, e por esto todos los números e cuentos dichos han muerto sin fee, sin sacramentos. Y esta es una muy notoria y averiguada verdad, que todos, aunque sean los tiranos y matadores, la saben e la confiesan: que nunca los indios de todas las Indias hicieron mal alguno a cristianos, antes los tuvieron por venidos del cielo, hasta que, primero, muchas veces hubieron recebido ellos o sus vecinos muchos males, robos, muertes, violencias y vejaciones dellos mesmos.
DE LA
ISLA ESPAÑOLA
En la isla Española, que fué la primera, como
dijimos, donde entraron cristianos e comenzaron los grandes estragos e
perdiciones destas gentes e que primero destruyeron y despoblaron, comenzando
los cristianos a tomar las mujeres e hijos a los indios para servirse e para
usar mal dellos e comerles sus comidas que de sus sudores e trabajos salían, no
contentándose con lo que los indios les daban de su grado, conforme a la
facultad que cada uno tenía (que siempre es poca, porque no suelen tener más de
lo que ordinariamente han menester e hacen con poco trabajo e lo que basta para
tres casas de a diez personas cada una para un mes, come un cristiano e
destruye en un día) e otras muchas fuerzas e violencias e vejaciones que les
hacían, comenzaron a entender los indios que aquellos hombres no debían de
haber venido del cielo; y algunos escondían sus comidas; otros sus mujeres e
hijos; otros huíanse a los montes por apartarse de gente de tan dura y terrible
conversación. Los cristianos dábanles de bofetadas e puñadas y de palos, hasta
poner las manos en los señores de los pueblos. E llegó esto a tanta temeridad y
desvergüenza, que al mayor rey, señor de toda la isla, un capitán cristiano le
violó por fuerza su propia mujer.
De aquí comenzaron los indios a buscar maneras para
echar los cristianos de sus tierras: pusiéronse en armas, que son harto flacas
e de poca ofensión e resistencia y menos defensa (por lo cual todas sus guerras
son poco más que acá juegos de cañas e aun de niños); los cristianos con sus
caballos y espadas e lanzas comienzan a hacer matanzas e crueldades extrañas en
ellos. Entraban en los pueblos, ni dejaban niños y viejos, ni mujeres preñadas
ni paridas que no desbarrigaban e hacían pedazos, como si dieran en unos
corderos metidos en sus apriscos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada
abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza de un piquete o le descubría
las entrañas. Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las
piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas. Otros, daban con ellas en
ríos por las espaldas, riendo e burlando, e cayendo en el agua decían: bullís,
cuerpo de tal; otras criaturas metían a espada con las madres juntamente, e
todos cuantos delante de sí hallaban. Hacían unas horcas largas, que juntasen
casi los pies a la tierra, e de trece en trece, a honor y reverencia de Nuestro
Redemptor e de los doce apóstoles, poniéndoles leña e fuego, los quemaban
vivos. Otros, ataban o liaban todo el cuerpo de paja seca pegándoles fuego, así
los quemaban. Otros, y todos los que querían tomar a vida, cortábanles ambas
manos y dellas llevaban colgando, y decíanles: "Andad con cartas."
Conviene a saber, lleva las nuevas a las gentes que estaban huídas por los
montes. Comúnmente mataban a los señores y nobles desta manera: que hacían unas
parrillas de varas sobre horquetas y atábanlos en ellas y poníanles por debajo
fuego manso, para que poco a poco, dando alaridos en aquellos tormentos,
desesperados, se les salían las ánimas.
Una vez vide que, teniendo en las parrillas
quemándose cuatro o cinco principales y señores (y aun pienso que había dos o
tres pares de parrillas donde quemaban otros), y porque daban muy grandes
gritos y daban pena al capitán o le impedían el sueño, mandó que los ahogasen,
y el alguacil, que era peor que el verdugo que los quemaba (y sé cómo se
llamaba y aun sus parientes conocí en Sevilla), no quiso ahogarlos, antes les
metió con sus manos palos en las bocas para que no sonasen y atizoles el fuego
hasta que se asaron de despacio como él quería. Yo vide todas las cosas arriba
dichas y muchas otras infinitas. Y porque toda la gente que huir podía se
encerraba en los montes y subía a las sierras huyendo de hombres tan inhumanos,
tan sin piedad y tan feroces bestias, extirpadores y capitales enemigos del
linaje humano, enseñaron y amaestraron lebreles, perros bravísimos que en viendo
un indio lo hacían pedazos en un credo, y mejor arremetían a él y lo comían que
si fuera un puerco. Estos perros hicieron grandes estragos y carnecerías. Y
porque algunas veces, raras y pocas, mataban los indios algunos cristianos con
justa razón y santa justicia, hicieron ley entre sí, que por un cristiano que
los indios matasen, habían los cristianos de matar cien indios.
DE LA
ISLA DE CUBA
El año de mil e quinientos y once pasaron a la isla
de Cuba, que es como dije tan luenga como de Valladolid a Roma (donde había
grandes provincias de gentes), comenzaron y acabaron de las maneras susodichas
e mucho más y más cruelmente. Aquí acaescieron cosas muy señaladas. Un cacique
e señor muy principal, que por nombre tenia Hatuey, que se había pasado de la
isla Española a Cuba con mucha gente por huir de las calamidades e inhumanas
obras de los cristianos, y estando en aquella isla de Cuba, e dándole nuevas
ciertos indios, que pasaban a ella los cristianos, ayuntó mucha de toda su
gente e díjoles: "Ya sabéis cómo se dice que los cristianos pasan acá, e
tenéis experiencia cuáles han parado a los señores fulano y fulano y fulano; y
aquellas gentes de Haití (que es la Española) lo mesmo vienen a hacer acá.
¿Sabéis quizá por qué lo hacen?" Dijeron: "No; sino porque son de su
natura crueles e malos." Dice él: "No lo hacen por sólo eso, sino
porque tienen un dios a quien ellos adoran e quieren mucho y por haberlo de nosotros
para lo adorar, nos trabajan de sojuzgar e nos matan." Tenía cabe sí una
cestilla llena de oro en joyas y dijo: "Veis aquí el dios de los
cristianos; hagámosle si os parece areítos (que son bailes y danzas) e quizá le
agradaremos y les mandará que no nos hagan mal." Dijeron todos a voces:
"¡Bien es, bien es!" Bailáronle delante hasta que todos se cansaron.
Y después dice el señor Hatuey: "Mira, como quiera que sea, si lo
guardamos, para sacárnoslo, al fin nos han de matar; echémoslo en este
río." Todos votaron que así se hiciese, e así lo echaron en un río grande
que allí estaba.
Este cacique y señor anduvo siempre huyendo de los
cristianos desque llegaron a aquella isla de Cuba, como quien los conoscía, e
defendíase cuando los topaba, y al fin lo prendieron. Y sólo porque huía de
gente tan inicua e cruel y se defendía de quien lo quería matar e oprimir hasta
la muerte a sí e toda su gente y generación, lo hubieron vivo de quemar.
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DE LAS
DOS ISLAS DE SANT JUAN Y JAMAICA
Pasaron a la isla de Sant Juan y a la de Jamaica
(que eran unas huertas y unas colmenas) el año de mil e quinientos y nueve los
españoles, con el fin e propósito que fueron a la Española. Los cuales hicieron
e cometieron los grandes insultos e pecados susodichos, y añadieron muchas
señaladas e grandísimas crueldades más, matando y quemando y asando y echando a
perros bravos, e después oprimiendo y atormentando y vejando en las minas y en
los otros trabajos, hasta consumir y acabar todos aquellos infelices inocentes:
que había en las dichas dos islas más de seiscientas mil ánimas, y creo que más
de un cuento, e no hay hoy en cada una doscientas personas, todas perecidas sin
fe e sin sacramentos.
Una vez, saliéndonos a recebir con mantenimientos y
regalos diez leguas de un gran pueblo, y llegados allá, nos dieron gran
cantidad de pescado y pan y comida con todo lo que más pudieron; súbitamente se
les revistió el diablo a los cristianos e meten a cuchillo en mi presencia (sin
motivo ni causa que tuviesen) más de tres mil ánimas que estaban sentados
delante de nosotros, hombres y mujeres e niños. Allí vide tan grandes
crueldades que nunca los vivos tal vieron ni pensaron ver.
Otra vez, desde a pocos días, envié yo mensajeros,
asegurando que no temiesen, a todos los señores de la provincia de la Habana,
porque tenían por oídas de mi crédito, que no se ausentasen, sino que nos
saliesen a recibir, que no se les haría mal ninguno (porque de las matanzas
pasadas estaba toda la tierra asombrada), y esto hice con parecer del capitán;
e llegados a la provincia saliéronnos a recebir veinte e un señores y caciques,
e luego los prendió el capitán, quebrantando el seguro que yo les había dado, e
los quería quemar vivos otro día diciendo que era bien, porque aquellos señores
algún tiempo habían de hacer algún mal. Vídeme en muy gran trabajo quitarlos de
la hoguera, pero al fin se escaparon.
Después de que todos los indios de la tierra desta
isla fueron puestos en la servidumbre e calamidad de los de la Española,
viéndose morir y perecer sin remedio, todos comenzaron a huir a los montes;
otros, a ahorcarse de desesperados, y ahorcábanse maridos e mujeres, e consigo
ahorcaban los hijos; y por las crueldades de un español muy tirano (que yo
conocí) se ahorcaron más de doscientos indios. Pereció desta manera infinita
gente.
Oficial del rey hobo en esta isla que le dieron de
repartimiento trescientos indios e a cabo de tres meses había muerto en los
trabajos de las minas los docientos e setenta, que no le quedaron de todos sino
treinta, que fue el diezmo. Después le dieron otros tantos y más, e también los
mató, e dábanle más y más mataba, hasta que se murió y el diablo le llevó el
alma.
En tres o cuatro meses, estando yo presente,
murieron de hambre, por llevarles los padres y las madres a las minas, más de
siete mil niños. Otras cosas vide espantables.
Después acordaron de ir a montear los indios que
estaban por los montes, donde hicieron estragos admirables, e así asolaron e
despoblaron toda aquella isla, la cual vimos agora poco ha y es una gran
lástima e compasión verla yermada y hecha toda una soledad.
DE LA
TIERRA FIRME
El año de mil e quinientos e catorce pasó a la
tierra firme un infelice gobernador, crudelísimo tirano, sin alguna piedad ni
aun prudencia, como un instrumento del furor divino, muy de propósito para
poblar en aquella tierra con mucha gente de españoles. Y aunque algunos tiranos
habían ido a la tierra firme e habían robado y matado y escandalizado mucha
gente, pero había sido a la costa de la mar, salteando y robando lo que podían;
mas éste excedió a todos los otros que antes dél habían ido/.../
Este gobernador y su gente inventó nuevas maneras
de crueldades y de dar tormentos a los indios, porque descubriesen y les diesen
oro. Capitán hubo suyo que en una entrada que hizo por mandado dél para robar y
extirpar gentes, mató sobre cuarenta mil ánimas, que vido por sus ojos un
religioso de Sanct Francisco, que con él iba, que se llamaba fray Francisco de
San Román, metiéndolos a espada, quemándolos vivos, y echándolos a perros
bravos, y atormentándolos con diversos tormentos.
Y porque la ceguedad perniciosísima que siempre han
tenido hasta hoy los que han regido las Indias en disponer y ordenar la
conversión y salvación de aquellas gentes, la cual siempre han pospuesto (con
verdad se dice esto) en la obra y efecto, puesto que por palabra hayan mostrado
y colorado o disimulado otra cosa, ha llegado a tanta profundidad que haya
imaginado e practicado e mandado que se le hagan a los indios requerimientos
que vengan a la fee, a dar la obediencia a los reyes de Castilla, si no, que
les harán guerra a fuego y a sangre, e los matarán y captivarán, etc. Como si
el hijo de Dios, que murió por cada uno dellos, hobiera en su ley mandado cuando
dijo: Euntes docete omnes gentes, que se hiciesen requerimientos a los
infieles pacíficos e quietos e que tienen sus tierras propias, e si no la
recibiesen luego, sin otra predicación y doctrina, e si no se diesen a sí
mesmos al señorío del rey que nunca oyeron ni vieron, especialmente cuya gente
y mensajeros son tan crueles, tan desapiadados e tan horribles tiranos,
perdiesen por el mesmo caso la hacienda y las tierras, la libertad, las mujeres
y hijos con todas sus vidas, que es cosa absurda y estulta e digna de todo
vituperio y escarnio e infierno.
Así que, como llevase aquel triste y malaventurado
gobernador instrucción que hiciese los dichos requerimientos, para más
justificarlos, siendo ellos de sí mesmos absurdos, irracionables e
injustísimos, mandaba, o los ladrones que enviaba lo hacían cuando acordaban de
ir a saltear e robar algún pueblo de que tenían noticia tener oro, estando los
indios en sus pueblos e casas seguros, íbanse de noche los tristes españoles
salteadores hasta media legua del pueblo, e allí aquella noche entre sí mesmos
apregonaban o leían el dicho requerimiento, deciendo: "Caciques e indios
desta tierra firme de tal pueblo, hacemos os saber que hay un Dios y un Papa y
un rey de Castilla que es señor de estas tierras; venid luego a le dar la
obediencia, etc. Y si no, sabed que os haremos guerra, e mataremos e
captivaremos, etc." Y al cuarto del alba, estando los inocentes durmiendo
con sus mujeres e hijos, daban en el pueblo, poniendo fuego a las casas, que
comúnmente eran de paja, e quemaban vivos los niños e mujeres y muchos de los
demás, antes que acordasen; mataban los que querían, e los que tomaban a vida
mataban a tormentos porque dijesen de otros pueblos de oro, o de más oro de lo
que allí hallaban, e los que restaban herrábanlos por esclavos; iban después,
acabado o apagado el fuego, a buscar el oro que había en las casas. Desta
manera y en estas obras se ocupó aquel hombre perdido, con todos los malos
cristianos que llevó, desde el año de catorce hasta el año de veinte y uno o
veinte y dos, enviando en aquellas entradas cinco e seis y más criados, por los
cuales le daban tantas partes (allende de la que le cabía por capitán general)
de todo el oro y perlas e joyas que robaban e de los esclavos que hacían. Lo
mesmo hacían los oficiales del rey, enviando cada uno los más mozos o criados
que podía, y el obispo primero de aquel reino enviaba también sus criados, por
tener su parte en aquella granjería/.../
Otra vez, yendo a saltear cierta capitanía de
españoles, llegaron a un monte donde estaba recogida y escondida, por huir de
tan pestilenciales e horribles obras de los cristianos, mucha gente, y dando de
súbito sobre ella tomaron setenta o ochenta doncellas e mujeres, muertos muchos
que pudieron matar. Otro día juntáronse muchos indios e iban tras los
cristianos peleando por el ansia de sus mujeres e hijas; e viéndose los
cristianos apretados, no quisieron soltar la cabalgada, sino meten las espadas
por las barrigas de las muchachas e mujeres y no dejaron, de todas ochenta, una
viva. Los indios, que se les rasgaban las entrañas del dolor, daban gritos y
decían: "¡Oh, malos hombres, crueles cristianos!, ¿a las iras
matáis?" Ira llaman en aquella tierra a las mujeres, cuasi diciendo: matar
las mujeres señal es de abominables e crueles hombres bestiales.
/.../
DE LA
PROVINCIA DE NICARAGUA
El año de mil e quinientos y veinte y dos o veinte
y tres pasó este tirano a sojuzgar la felicísima provincia de Nicaragua, el
cual entró en ella en triste hora.
Han fatigado, e opreso, e sido causa de su
acelerada muerte de muchas gentes en esta provincia, haciéndoles llevar la
tablazón e madera, de treinta leguas al puerto, para hacer navíos, y enviarlos
a buscar miel y cera por los montes, donde los comen los tigres; y han cargado
e cargan hoy las mujeres preñadas y paridas como a bestias.
La pestilencia más horrible que principalmente ha
asolado aquella provincia, ha sido la licencia que aquel gobernador dio a los
españoles para pedir esclavos a los caciques y señores de los pueblos. Pedía
cuatro o cinco meses, o cada vez que cada uno alcanzaba la gracia o licencia
del dicho gobernador, al cacique, cincuenta esclavos, con amenazas que si no
los daban lo habían de quemar vivo o echar a los perros bravos. Como los indios
comúnmente no tienen esclavos, cuando mucho un cacique tiene dos, o tres, o
cuatro, iban los señores por su pueblo e tomaban lo primero todos los
huérfanos, e después pedía a quien tenía dos hijos uno, e a quien tres, dos; e
desta manera cumplía el cacique el número que el tirano le pedía, con grandes
alaridos y llantos del pueblo, porque son las gentes que más parece que aman a
sus hijos. Como esto se hacía tantas veces, asolaron desde el año de veinte y
tres hasta el año de treinta y tres todo aquel reino, porque anduvieron seis o
siete años de cinco o seis navíos al tracto, llevando todas aquellas
muchedumbres de indios a vender por esclavos a Panamá e al Perú, donde todos
son muertos, porque es averiguado y experimentado millares de veces que,
sacando los indios de sus tierras naturales, luego mueren más fácilmente.
Porque siempre no les dan de comer e no les quitan nada de los trabajos, como
no los vendan ni los otros los compren sino para trabajar. Desta manera han
sacado de aquella provincia indios hechos esclavos, siendo tan libres como yo,
más de quinientas mil ánimas. Por las guerras infernales que los españoles les
han hecho e por el captiverio horrible en que los pusieron, más han muerto de
otras quinientas y seiscientas mil personas hasta hoy, e hoy los matan. En obra
de catorce años todos estos estragos se han hecho. Habrá hoy en toda la dicha
provincia de Nicaragua obra de cuatro mil o cinco mil personas, las cuales
matan cada día con los servicios y opresiones cotidianas e personales, siendo
(como se dijo) una de las más pobladas del mundo.