Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
Resumen de la primera parte (1605)
El libro comenzará con un prólogo de Cervantes que no
vamos a desarrollar por acá, donde se burla de algunos escritores de su época
en términos muy ácidos. Pero es
importante que lo tengas en cuenta para cuando volvamos, más adelante, a
mencionar este punto y las consecuencias que tuvo en la confección de la
segunda parte de la obra.
En
este punto vas a tener que leer los capítulos 1,
2 y 3.
(Resumen de los capítulos que siguen)
Tras haber sido armado caballero don Quijote parte de la
venta en busca de aventuras. Interviene al ver el abuso de poder un labrador
frente a su mozo, un jovencito a quien está azotando duramente. Don Quijote
obtiene un éxito momentáneo al confiar en la palabra de honor del opresor pero
una vez partido el caballero, el mozo es azotado con más fuerza que antes.
Ignorando el hecho, sigue don Quijote y divisa unos mercaderes toledanos a los
que quiere hacer confesar que su amada Dulcinea es la doncella más hermosa del
mundo. No obstante, no lo consigue y es apaleado por los mercaderes. Tendido en
el camino, delira y se cree Valdovinos, un caballero legendario. Pasa por allí
casualmente un vecino suyo que lo encuentra y lo lleva a su casa. Mientras se
repone de sus heridas, el cura y el barbero, sus dos amigos, junto con la
sobrina y el ama, le queman casi toda la biblioteca: a medida que van
mencionándose los libros, se hará una crítica de los mismos. Se salvarán
algunos libros juzgados por buenos por el cura. Observá el siguiente recurso
barroco (la realidad dentro de la ficción y la literatura dentro de la
literatura):
“—Éste
es —siguió el barbero— El Cancionero
de López Maldonado.
—También
el autor de ese libro —replicó el cura— es grande amigo mío, y sus versos en su
boca admiran a quien los oye; y tal es la suavidad de la voz con que los canta,
que encanta. Algo largo es en las églogas, pero nunca lo bueno fue mucho:
guárdese con los escogidos. Pero, ¿qué libro es ese que está junto a él?
—La Galatea, de Miguel de
Cervantes —dijo el barbero.
—Muchos
años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en
desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención; propone algo,
y no concluye nada: es menester esperar la segunda parte que promete.”
¡¡Ahora,
a leer el capítulo 7!!
(Resumen de los capítulos siguientes)
A partir de aquí don hará su segunda salida, a escondidas
y acompañado por Sancho.
A partir de este momento vivirá varias aventuras: enfrentará molinos de
viento creyéndolos gigantes, y tendrá varias refriegas con distintos personajes
en situaciones que su afiebrada fantasía relaciona con las presentadas en las
novelas de caballerías. En todas ellas se encomendará a su señora Dulcinea, y
de todas ellas saldrá vencido y aporreado. Sancho también resultará azotado,
pero nunca pierde la ilusión de que se haga efectiva la promesa que don Quijote
le hiciera al salir: la de que sus aventuras le darían como premio riquezas y
poder en abundancia (la máxima aspiración de Sancho: ser gobernador de una
ínsula, es decir, de una isla. Las islas aparecen en los libros de caballerías
como lugares apartados, misteriosos y llenos de fantasía. Y en ellas no había
gobernadores, que eran propios de la burguesía y no del mundo medieval)
Don Quijote le
enviará a Dulcinea una carta que Sancho llevará, obedeciendo a su amo, aunque
sin saber bien a qué parte del Toboso, ya que como sabemos, Dulcinea no
existía. En el camino se encontrará con
el cura y el barbero, a quienes da noticias de don Quijote. El cura decide
disfrazarse de doncella en apuros y se presentará ante don Quijote, quien no le
negará ayuda; así, consiente en acompañarla a una posada a la que él cree el
castillo de la “doncella”.
Allí conocerá a mucha gente: todos quedan admirados de la
locura de don Quijote, la cual se opone a su buen juicio, sabiduría y don de
gentes cuando se trata de otro tema que no sea la caballería. Con la ayuda de estas personas, el cura y el
barbero idearán un plan para que don Quijote deje de arriesgar la vida como
hasta este momento: disfrazados de fantasmas, brujos y ogros, lo secuestrarán
mientras duerme. El plan es llevarlo a su casa encerrado en un carro,
diciéndole que ha sido víctima de un encanto. Sancho también es víctima de este
engaño, ya que a él no le dicen la verdad para que no malogre el plan. Mientras
lo sacan de su habitación, se oye la voz
del barbero que en la oscuridad, imitando el tono de los libros de
caballerías, dice:
“—¡Oh
Caballero de la Triste Figura!, no te dé afincamiento[1]
la prisión en que vas, porque así conviene para acabar más presto la aventura
en que tu gran esfuerzo te puso; la cual se acabará cuando el furibundo león
manchado con la blanca paloma tobosina yoguieren[2]
en uno, ya después de humilladas las altas cervices al blando yugo
matrimoñesco; de cuyo inaudito consorcio saldrán a la luz del orbe los bravos
cachorros, que imitarán las rumpantes garras del valeroso padre. Y esto será
antes que el seguidor de la fugitiva ninfa faga dos vegadas la visita de las
lucientes imágenes con su rápido y natural curso. Y tú, ¡oh, el más noble y
obediente escudero que tuvo espada en cinta, barbas en rostro y olfato en las
narices!, no te desmaye ni descontente ver llevar así delante de tus ojos
mesmos
a la flor de la
caballería andante; que presto, si al plasmador[3]
del mundo le place, te verás tan alto y tan sublimado que no te conozcas, y no
saldrán defraudadas las promesas que te ha fecho tu buen señor. Y asegúrote, de
parte de la sabia Mentironiana, que tu salario te sea pagado, como lo verás por
la obra; y sigue las pisadas del valeroso y encantado caballero, que conviene
que vayas donde paréis entrambos. Y, porque no me es lícito decir otra cosa, a
Dios quedad, que yo me vuelvo adonde yo me sé.
Y,
al acabar de la profecía, alzó la voz de punto, y diminuyóla después, con tan
tierno acento, que aun los sabedores de la burla estuvieron por creer que era
verdad lo que oían.
Quedó
don Quijote consolado con la escuchada profecía, porque luego coligió de todo
en todo la significación de ella; y vio que le prometían el verse ayuntados en
santo y debido matrimonio con su querida Dulcinea del Toboso, de cuyo felice
vientre saldrían los cachorros, que eran sus hijos, para gloria perpetua de la
Mancha. Y, creyendo esto bien y firmemente, alzó la voz, y, dando un gran
suspiro, dijo:
—¡Oh
tú, quienquiera que seas, que tanto bien me has pronosticado!, ruégote que
pidas de mi parte al sabio encantador que mis cosas tiene a cargo, que no me
deje perecer en esta prisión donde agora me llevan, hasta ver cumplidas tan
alegres e incomparables promesas como son las que aquí se me han hecho; que,
como esto sea, tendré por gloria las penas de mi cárcel, y por alivio estas
cadenas que me ciñen, y no por duro campo de batalla este lecho en que me
acuestan, sino por cama blanda y tálamo dichoso. Y, en lo que toca a la
consolación de Sancho Panza, mi escudero, yo confío de su bondad y buen
proceder que no me dejará en buena ni en mala suerte; porque, cuando no suceda,
por la suya o por mi corta ventura, el poderle yo dar la ínsula, o otra cosa
equivalente que le tengo prometida, por lo menos su salario no podrá perderse;
que en mi testamento, que ya está hecho, dejo declarado lo que se le ha de dar,
no conforme a sus muchos y buenos servicios, sino a la posibilidad mía.
Sancho
Panza se le inclinó con mucho comedimiento, y le besó entrambas las manos,
porque la una no pudiera, por estar atadas entrambas.
Luego
tomaron la jaula en hombros aquellas visiones, y la acomodaron en el carro de
los bueyes.”
Así termina la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, con el
protagonista en su casa, en cama y reponiéndose de sus muchas golpizas. Sin
embargo, el libro terminará con final
abierto (al modo de los libros de caballerías, que solían hacerse al modo de
las sagas actuales). El narrador informa sólo que el protagonista hizo una
tercera salida., pero que no tiene más noticias sobre el tema.
El Quijote de
1605 tuvo mucho éxito y algunas
continuaciones apócrifas; sin embargo, la más famosa fue el Segundo
tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesto por el
licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas,
publicado en 1614. El autor utiliza un seudónimo: su verdadero nombre nunca
pudo conocerse. En su prólogo se insulta a Cervantes, al invitarle a “bajar los humos y mostrar mayor modestia”,
además de burlarse de su edad avanzada y
acusarle, sobre todo, de tener “más
lengua que manos”. Recordemos que Cervantes tenía la mano izquierda
inutilizada por su participación en la batalla de Lepanto. Viejo, tullido, agrio, envidioso,
maldiciente, escritor caduco, hombre sin amigos, son algunas de las lindezas
que figuran allí al hablar de Cervantes. Ya en la primera parte (recordá que te dijimos
que era un dato importante) Cervantes había lanzado sus dardos contra Lope de
Vega, el dramaturgo más exitoso de su época: es de sospechar que esta
continuación apócrifa haya sido escrita por algún amigo del escritor, y el
prólogo por el mismo Lope.
Pues bien: Cervantes se enojó. No
sólo hacen una continuación de su obra sino que además lo insultan desde el
prólogo. Pero él ha vivido demasiado intensamente como para aceptar la
situación sin revertirla: en menos de un año escribe la segunda parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, donde éste
hace su tercera y última salida, y la publicará en 1615.
Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
Resumen de la segunda parte (1615)
Cervantes dirá en el prólogo, respondiendo al
de Avellaneda:
“Lo
que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si
hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi
manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que
vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis
heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas, a lo
menos, en la estimación de los que saben dónde se cobraron (…) Las (heridas) que
el soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían a los
demás al cielo de la honra (….); y hase de advertir que no se escribe con las
canas, sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años.”
A pesar de los diez años que han pasado entre una
publicación y otra, en la historia de don Quijote sólo ha pasado un mes. El
héroe se está curando de sus heridas pero no de su locura. Sin embargo ha
logrado lo que tanto ambicionaba: se ha hecho famoso, ya que Sancho trae noticias
de que su historia se ha publicado, según se lo hace saber el joven estudiante
Sansón Carrasco, ferviente admirador de don Quijote (por haber leído la Primera
parte), a quien quiere conocer. Don Quijote se admira de que su historia se
haya publicado, y se preocupa de que no se digan allí cosas que lo infamen;
incluso llega a temer que sea algún sabio encantador enemigo suyo quien ha
hecho tal prodigio. Sin embargo, Sansón Carrasco lo visitará y, conocedor de lo
puntilloso que es don Quijote en lo que respecta a su honra, le mentirá,
diciéndole que el libro sólo habla bien de él. Pero don Quijote es un hombre de
acción: él no lee, él vive las aventuras para que otros hablen de ellas. Por lo
tanto se conforma con los dichos de Sansón Carrasco y se dispone a hacer su
tercera salida. Nadie podrá detenerlo, y con él irá Sancho, en búsqueda de la
ínsula de sus sueños, que lo sacará de su condición de labrador.
Sin embargo, antes de partir, don Quijote quiere
encomendarse a su señora Dulcinea, y envía a Sancho a pedirle que lo reciba.
Sancho, que es crédulo pero no tonto, ya tiene serias dudas sobre la existencia
de Dulcinea. Sin embargo no puede desobedecer la orden de su amo.
Es entonces cuando
Sancho genera una invención para no tener que contradecir a don Quijote. Esta
mentira será sostenida hasta el final de la segunda parte, no solo por Sancho
sino por otros personajes que más adelante vas a conocer. Cervantes a llamar a
este episodio el “encantamiento de
Dulcinea” Está en el capítulo X, así que a leerlo. Después seguimos con el
resumen.
(Resumen de los capítulos siguientes)
Una noche, en medio de un bosque, don Quijote y Sancho
encontrarán a ¡un verdadero caballero andante con escudero y todo! El caballero
se está lamentando tristemente por los desaires de su señora, Casildea de
Vandalia. Conmovido, don Quijote se acerca y se entabla una diálogo.
Previamente le ha pedido a Sancho que se retire a conversar con el escudero del
caballero desconocido.
“Entre
muchas razones que pasaron don Quijote y el Caballero del Bosque, dice la
historia que el del Bosque dijo a don Quijote:
—Finalmente,
señor caballero, quiero que sepáis que mi destino, o, por mejor decir, mi
elección, me trujo a enamorar de la sin par Casildea de Vandalia. Llámola sin
par porque no le tiene, así en la grandeza del cuerpo como en el estremo del
estado y de la hermosura. Esta tal Casildea, pues, que voy contando, pagó mis
buenos pensamientos y comedidos deseos con hacerme ocupar, como su madrina a
Hércules, en muchos y diversos peligros, prometiéndome al fin de cada uno que
en el fin del otro llegaría el de mi esperanza; pero así se han ido eslabonando
mis trabajos, que no tienen cuento, ni yo sé cuál ha de ser el último que dé
principio al cumplimiento de mis buenos deseos. (…) En resolución, últimamente
me ha mandado que discurra por todas las provincias de España y haga confesar a
todos los andantes caballeros que por ellas vagaren que ella sola es la más
aventajada en hermosura de cuantas hoy viven, y que yo soy el más valiente y el
más bien enamorado caballero del orbe; en cuya demanda he andado ya la mayor
parte de España, y en ella he vencido muchos caballeros que se han atrevido a
contradecirme. Pero de lo que yo más me precio y ufano es de haber vencido, en
singular batalla, a aquel tan famoso caballero don Quijote de la Mancha, y
héchole confesar que es más hermosa mi Casildea que su Dulcinea; y en solo este
vencimiento hago cuenta que he vencido todos los caballeros del mundo, porque
el tal don Quijote que digo los ha vencido a todos; y, habiéndole yo vencido a
él, su gloria, su fama y su honra se ha transferido y pasado a mi persona;
y tanto el vencedor es más honrado,
cuanto más el vencido es reputado;
cuanto más el vencido es reputado;
así
que, ya corren por mi cuenta y son mías las innumerables hazañas del ya referido
don Quijote.
Admirado
quedó don Quijote de oír al Caballero del Bosque, y estuvo mil veces por
decirle que mentía, y ya tuvo el mentís en el pico de la lengua; pero reportóse
lo mejor que pudo, por hacerle confesar por su propia boca su mentira; y así, sosegadamente
le dijo:
—De
que vuesa merced, señor caballero, haya vencido a los más caballeros andantes
de España, y aun de todo el mundo, no digo nada; pero de que haya vencido a don
Quijote de la Mancha, póngolo en duda. Podría ser que fuese otro que le
pareciese, aunque hay pocos que le parezcan.
—¿Cómo
no? —replicó el del Bosque—. Por el cielo que nos cubre, que peleé con don
Quijote, y le vencí y rendí; y es un hombre alto de cuerpo, seco de rostro,
estirado y avellanado de miembros, entrecano, la nariz aguileña y algo corva,
de bigotes grandes, negros y caídos. Campea debajo del nombre del Caballero de
la Triste Figura, y trae por escudero a un labrador llamado Sancho Panza;
oprime el lomo y rige el freno de un famoso caballo llamado Rocinante, y, finalmente,
tiene por señora de su voluntad a una tal Dulcinea del Toboso, llamada un
tiempo Aldonza Lorenzo; como la mía, que, por llamarse Casilda y ser de la
Andalucía, yo la llamo Casildea de Vandalia. Si todas estas señas no bastan
para acreditar mi verdad, aquí está mi espada, que la hará dar crédito a la
mesma incredulidad.
—Sosegaos,
señor caballero —dijo don Quijote—, y escuchad lo que decir os quiero. Habéis
de saber que ese don Quijote que decís es el mayor amigo que en este mundo
tengo, y tanto, que podré decir que le tengo en lugar de mi misma persona, y
que por las señas que dél me habéis dado, tan puntuales y ciertas, no puedo
pensar sino que sea el mismo que habéis vencido. Por otra parte, veo con los
ojos y toco con las manos no ser posible ser el mesmo, si ya no fuese que como
él tiene muchos enemigos encantadores, especialmente uno que de ordinario le
persigue, no haya alguno dellos tomado su figura para dejarse vencer, por
defraudarle de la fama que sus altas caballerías le tienen granjeada y
adquirida por todo lo descubierto de la tierra. Y, para confirmación desto,
quiero también que sepáis que los tales encantadores sus contrarios no ha más
de dos días que transformaron la figura y persona de la hermosa Dulcinea del
Toboso en una aldeana soez y baja, y desta manera habrán transformado a don
Quijote; y si todo esto no basta para enteraros en esta verdad que digo, aquí
está el mesmo don Quijote, que la sustentará con sus armas a pie, o a caballo,
o de cualquiera suerte que os agradare.
Y,
diciendo esto, se levantó en pie y se empuñó en la espada, esperando qué
resolución tomaría el Caballero del Bosque; el cual, con voz asimismo sosegada,
respondió y dijo:
—Al
buen pagador no le duelen prendas: el que una vez, señor don Quijote, pudo
venceros transformado, bien podrá tener esperanza de rendiros en vuestro propio
ser. Mas, porque no es bien que los caballeros hagan sus fechos de armas
ascuras, como los salteadores y rufianes, esperemos el día, para que el sol vea
nuestras obras. Y ha de ser condición de nuestra batalla que el vencido ha de
quedar a la voluntad del vencedor, para que haga dél todo lo que quisiere, con
tal que sea decente a caballero lo que se le ordenare.
—Soy
más que contento desa condición y convenencia —respondió don Quijote.
Y,
en diciendo esto, se fueron donde estaban sus escuderos, y los hallaron
roncando y en la misma forma que estaban cuando les salteó el sueño.
Despertáronlos y mandáronles que tuviesen a punto los caballos, porque, en
saliendo el sol, habían de hacer los dos una sangrienta, singular y desigual[4]
batalla…”
Llegado el amanecer, se enfrentan ambos caballeros. El
desconocido lleva una armadura cubierta pequeños espejos, y también se pudo ver
la “…nariz del escudero del Bosque, que
era tan grande que casi le hacía sombra a todo el cuerpo. Cuéntase, en efecto,
que era de demasiada grandeza, corva en la mitad y toda llena de verrugas, de
color amoratado, como de berenjena; bajábale dos dedos más abajo de la boca;
cuya grandeza, color, verrugas y encorvamiento así le afeaban el rostro…”
Ambos caballeros finalmente se enfrentan, con tan buena
suerte para don Quijote, que derriba a su enemigo al primer golpe. Entonces
“…apeándose de
Rocinante, fue sobre el de los Espejos, y, quitándole las lazadas del yelmo
para ver si era muerto y para que le diese el aire si acaso estaba vivo; y
vio... ¿Quién podrá decir lo que vio, sin causar admiración, maravilla y
espanto a los que lo oyeren? Vio, dice la historia, el rostro mesmo, la misma
figura, el mesmo aspecto, la misma fisonomía, la mesma efigie, la pespectiva
mesma del bachiller Sansón Carrasco; y, así como la vio, en altas voces dijo:
—¡Acude,
Sancho, y mira lo que has de ver y no lo has creer! ¡Aguija, hijo, y advierte
lo que puede la magia, lo que pueden los hechiceros y los encantadores!
Llegó
Sancho, y, como vio el rostro del bachiller Carrasco, comenzó a hacerse mil
cruces y a santiguarse otras tantas. En todo esto, no daba muestras de estar
vivo el derribado caballero, y Sancho dijo a don Quijote:
—Soy
de parecer, señor mío, que, por sí o por no, vuesa merced hinque y meta la
espada por la boca a este que parece el bachiller Sansón Carrasco; quizá matará
en él a alguno de sus enemigos los encantadores.
—No
dices mal —dijo don Quijote—, porque de los enemigos, los menos.
Y,
sacando la espada para poner en efecto el aviso y consejo de Sancho, llegó el
escudero del de los Espejos, ya sin las narices que tan feo le habían hecho, y
a grandes voces dijo:
—Mire
vuesa merced lo que hace, señor don Quijote, que ese que tiene a los pies es el
bachiller Sansón Carrasco, su amigo, y yo soy su escudero.
Y,
viéndole Sancho sin aquella fealdad primera, le dijo:
—¿Y
las narices?
A
lo que él respondió:
—Aquí
las tengo, en la faldriquera.
Y,
echando mano a la derecha, sacó unas narices de pasta y barniz, de máscara, de
la manifactura que quedan delineadas. Y, mirándole más y más Sancho, con voz
admirativa y grande, dijo:
—¡Santa
María, y valme! ¿Éste no es Tomé Cecial, mi vecino y mi compadre?
—Y
¡cómo si lo soy! —respondió el ya desnarigado escudero—: Tomé Cecial soy,
compadre y amigo Sancho Panza, y luego os diré los arcaduces,[5]
embustes y enredos por donde soy aquí venido; y en tanto, pedid y suplicad al
señor vuestro amo que no toque, maltrate, hiera ni mate al caballero de los
Espejos, que a sus pies tiene, porque sin duda alguna es el atrevido y mal
aconsejado del bachiller Sansón Carrasco, nuestro compatrioto.
En
esto, volvió en sí el de los Espejos, lo cual visto por don Quijote, le puso la
punta desnuda de su espada encima del rostro, y le dijo:
—Muerto
sois, caballero, si no confesáis que la sin par Dulcinea del Toboso se aventaja
en belleza a vuestra Casildea de Vandalia; y demás de esto habéis de prometer,
si de esta contienda y caída quedárades con vida, de ir a la ciudad del Toboso
y presentaros en su presencia de mi parte, para que haga de vos lo que más en
voluntad le viniere; y si os dejare en la vuestra, asimismo habéis de volver a
buscarme, que el rastro de mis hazañas os servirá de guía que os traiga donde
yo estuviere, y a decirme lo que con ella hubiéredes pasado; condiciones que,
conforme a las que pusimos antes de nuestra batalla, no salen de los términos
de la andante caballería.
—Confieso
—dijo el caído caballero— que vale más el zapato descosido y sucio de la señora
Dulcinea del Toboso que las barbas mal peinadas, aunque limpias, de Casildea, y
prometo de ir y volver de su presencia a la vuestra, y daros entera y
particular cuenta de lo que me pedís.
—También
habéis de confesar y creer —añadió don Quijote— que aquel caballero que
vencistes no fue ni pudo ser don Quijote de la Mancha, sino otro que se le
parecía, como yo confieso y creo que vos, aunque parecéis el bachiller Sansón
Carrasco, no lo sois, sino otro que le parece, y que en su figura aquí me le
han puesto mis enemigos, para que detenga y temple el ímpetu de mi cólera, y
para que use blandamente de la gloria del vencimiento.
—Todo
lo confieso, juzgo y siento como vos lo creéis, juzgáis y sentís —respondió el
derrengado caballero—. Dejadme levantar, os ruego, si es que lo permite el
golpe de mi caída, que asaz maltrecho me tiene.”
Don Quijote y Sancho parten victoriosos, y el narrador
cuenta entonces que Sansón Carrasco había armado aquel embuste para vencer a
don Quijote y obligarlo bajo juramento a volver a su casa.
(Resumen de los capítulos siguientes)
Nuestros dos amigos viven varias aventuras disparatadas,
hasta que en cierta oportunidad conocen a un matrimonio de duques que también habían
leído la historia de don Quijote. Como eran jóvenes y tenían ganas de
divertirse, los invitan al palacio, donde por primera vez don Quijote recibe el
trato distinguido que merece como caballero andante. Y Sancho está feliz,
porque finalmente allí puede darse la gran vida, después de tantas peripecias
desgraciadas. Los duques están fascinados con su nuevo pasatiempo, e inventan
un montón de bromas, llenas de fantasía pero muy pesadas, para reírse de don Quijote y Sancho, quienes
creen ciertas todas las farsas en las que están confabulados todos los
habitantes del palacio, y en las que los duques pondrán en juego toda la
maquinaria de su poder. Por ejemplo, el duque le ofrece a Sancho el gobierno de
una ínsula que posee. El gran sueño del escudero de pronto se volverá realidad.
Pero esto ocurrirá más adelante.
Antes se presentará una extraña situación donde, esta
vez, una mentira se vuelve realidad, ante el desconcierto del mentiroso:
Sancho. Sancho le había contado en secreto a la duquesa cómo había engañado a
don Quijote diciéndole que Dulcinea estaba encantada, como pudiste leer en el
capítulo 10 de esta Segunda parte. Entonces, ahora será Sancho el engañado. Cierto día, los
duques salen de cacería con don Quijote,
Sancho y todos los cortesanos del palacio. Llegada la noche, se presenta
en el bosque una extraña comitiva. El duque, haciéndose el sorprendido,
saludará a una aterrorizadora figura:
“-¿Quién
sois, adónde vais, y qué gente de guerra es la que por este bosque parece que
atraviesa?
A
lo que respondió el correo con voz horrísona y desenfadada:
—Yo
soy el Diablo; voy a buscar a don Quijote de la Mancha; la gente que por aquí
viene son seis tropas de encantadores, que sobre un carro triunfante traen a la
sin par Dulcinea del Toboso. Encantada viene con el gallardo francés
Montesinos, a dar orden a don Quijote de cómo ha de ser desencantada la tal
señora.
—Si
vos fuérades diablo, como decís y como vuestra figura muestra, ya hubiérades
conocido al tal caballero don Quijote de la Mancha, pues le tenéis delante.
—En
Dios y en mi conciencia —respondió el Diablo— que no miraba en ello, porque
traigo en tantas cosas divertidos los pensamientos, que de la principal a que
venía se me olvidaba.
—Sin
duda —dijo Sancho— que este demonio debe de ser hombre de bien y buen
cristiano, porque, a no serlo, no jurara en Dios y en mi conciencia. Ahora yo
tengo para mí que aun en el mesmo infierno debe de haber buena gente.”
…………………………………………………………………………..
“Al
compás de la agradable música vieron que hacia ellos venía un carro de los que
llaman triunfales tirado de seis mulas pardas, encubertadas, empero, de lienzo
blanco, y sobre cada una venía un diciplinante de luz, asimesmo vestido de
blanco, con una hacha de cera grande encendida en la mano. Era el carro dos
veces, y aun tres, mayor que los pasados, y los lados, y encima dél, ocupaban
otros doce diciplinantes albos como la nieve, todos con sus hachas encendidas,
vista que admiraba y espantaba juntamente; y en un levantado trono venía
sentada una ninfa, vestida de mil velos de tela de plata, brillando por todos
ellos infinitas hojas de argentería de oro, que la hacían, si no rica, a lo
menos vistosamente vestida. Traía el rostro cubierto con un transparente y
delicado cendal, de modo que, sin impedirlo sus lizos,[6]
por entre ellos se descubría un hermosísimo rostro de doncella, y las muchas
luces daban lugar para distinguir la belleza y los años, que, al parecer, no
llegaban a veinte ni bajaban de diez y siete.
Junto
a ella venía una figura vestida de una ropa de las que llaman rozagantes, hasta
los pies, cubierta la cabeza con un velo negro; pero, al punto que llegó el
carro a estar frente a frente de los duques y de don Quijote, cesó la música de
las chirimías, y luego la de las arpas y laúdes que en el carro sonaban; y,
levantándose en pie la figura de la ropa, la apartó a entrambos lados, y,
quitándose el velo del rostro, descubrió patentemente ser la mesma figura de la
muerte, descarnada y fea, de que don Quijote recibió pesadumbre y Sancho miedo,
y los duques hicieron algún sentimiento temeroso. Alzada y puesta en pie esta
muerte viva, con voz algo dormida y con lengua no muy despierta, comenzó a
decir desta manera:
—Yo soy Merlín, aquel
que las historias
dicen que tuve por mi padre al diablo
……………………………………………………
dicen que tuve por mi padre al diablo
……………………………………………………
Y, puesto que es de los
encantadores,
de los magos o mágicos contino
dura la condición, áspera y fuerte,
la mía es tierna, blanda y amorosa,
y amiga de hacer bien a todas gentes.
de los magos o mágicos contino
dura la condición, áspera y fuerte,
la mía es tierna, blanda y amorosa,
y amiga de hacer bien a todas gentes.
En las cavernas lóbregas
de Dite,[7]
donde estaba mi alma entretenida
en formar ciertos rombos y caracteres,
llegó la voz doliente de la bella
y sin par Dulcinea del Toboso.
Supe su encantamento y su desgracia,
y su trasformación de gentil dama
en rústica aldeana; condolíme,
y, encerrando mi espíritu en el hueco
desta espantosa y fiera notomía,
después de haber revuelto cien mil libros
desta mi ciencia endemoniada y torpe,
vengo a dar el remedio que conviene
a tamaño dolor, a mal tamaño.
donde estaba mi alma entretenida
en formar ciertos rombos y caracteres,
llegó la voz doliente de la bella
y sin par Dulcinea del Toboso.
Supe su encantamento y su desgracia,
y su trasformación de gentil dama
en rústica aldeana; condolíme,
y, encerrando mi espíritu en el hueco
desta espantosa y fiera notomía,
después de haber revuelto cien mil libros
desta mi ciencia endemoniada y torpe,
vengo a dar el remedio que conviene
a tamaño dolor, a mal tamaño.
¡Oh tú, gloria y honor
de cuantos visten
las túnicas de acero y de diamante!
A ti digo ¡oh varón, como se debe
por jamás alabado!, a ti, valiente
juntamente y discreto don Quijote,
de la Mancha esplendor, de España estrella,
que para recobrar su estado primo
la sin par Dulcinea del Toboso,
es menester que Sancho, tu escudero,
se dé tres mil azotes y trescientos
en ambas sus valientes posaderas,
al aire descubiertas, y de modo
que le escuezan, le amarguen y le enfaden.
Y en esto se resuelven todos cuantos
de su desgracia han sido los autores,
y a esto es mi venida, mis señores.
las túnicas de acero y de diamante!
A ti digo ¡oh varón, como se debe
por jamás alabado!, a ti, valiente
juntamente y discreto don Quijote,
de la Mancha esplendor, de España estrella,
que para recobrar su estado primo
la sin par Dulcinea del Toboso,
es menester que Sancho, tu escudero,
se dé tres mil azotes y trescientos
en ambas sus valientes posaderas,
al aire descubiertas, y de modo
que le escuezan, le amarguen y le enfaden.
Y en esto se resuelven todos cuantos
de su desgracia han sido los autores,
y a esto es mi venida, mis señores.
—¡Voto
a tal! —dijo a esta sazón Sancho—. No digo yo tres mil azotes, pero así me daré
yo tres como tres puñaladas. ¡Válate el diablo por modo de desencantar! ¡Yo no
sé qué tienen que ver mis posas con los encantos! ¡Par Dios que si el señor
Merlín no ha hallado otra manera como desencantar a la señora Dulcinea del
Toboso, encantada se podrá ir a la sepultura!
—Tomaros
he yo —dijo don Quijote—, don villano, harto de ajos, y amarraros he a un
árbol, desnudo como vuestra madre os parió; y no digo yo tres mil y
trescientos, sino seis mil y seiscientos azotes os daré, tan bien pegados que
no se os caigan a tres mil y trescientos tirones. Y no me repliquéis palabra,
que os arrancaré el alma.
Oyendo
lo cual Merlín, dijo:
—No
ha de ser así, porque los azotes que ha de recibir el buen Sancho han de ser
por su voluntad, y no por fuerza, y en el tiempo que él quisiere; que no se le
pone término señalado; pero permítesele que si él quisiere redimir su vejación
por la mitad de este vapulamiento, puede dejar que se los dé ajena mano, aunque
sea algo pesada.
—Ni
ajena, ni propia, ni pesada, ni por pesar —replicó Sancho—: a mí no me ha de
tocar alguna mano. ¿Parí yo, por ventura, a la señora Dulcinea del Toboso, para
que paguen mis posas lo que pecaron sus ojos? El señor mi amo sí, que es parte
suya, pues la llama a cada paso mi vida, mi alma, sustento y arrimo suyo, se
puede y debe azotar por ella y hacer todas las diligencias necesarias para su
desencanto; pero, ¿azotarme yo...? ¡Abernuncio![8]
Apenas
acabó de decir esto Sancho, cuando, levantándose en pie la argentada ninfa que
junto al espíritu de Merlín venía, quitándose el sutil velo del rostro, le
descubrió tal, que a todos pareció mas que demasiadamente hermoso, y, con un
desenfado varonil y con una voz no muy adamada, hablando derechamente con
Sancho Panza, dijo:
—¡Oh
malaventurado escudero, alma de cántaro, corazón de alcornoque, de entrañas
guijeñas y apedernaladas! Si te mandaran, ladrón desuellacaras, que te
arrojaras de una alta torre al suelo; si te pidieran, enemigo del género
humano, que te comieras una docena de sapos, dos de lagartos y tres de
culebras; si te persuadieran a que mataras a tu mujer y a tus hijos con algún
truculento y agudo alfanje, no fuera maravilla que te mostraras melindroso y
esquivo; pero hacer caso de tres mil y trescientos azotes, que no hay niño de
la doctrina, por ruin que sea, que no se los lleve cada mes, admira, adarva,[9]
espanta a todas las entrañas piadosas de los que lo escuchan, y aun las de
todos aquellos que lo vinieren a saber con el discurso del tiempo. Muévate,
socarrón y malintencionado monstro, que la edad tan florida mía, que aún se
está todavía en el diez y... de los años, pues tengo diez y nueve y no llego a
veinte, se consume y marchita debajo de la corteza de una rústica labradora; y
si ahora no lo parezco, es merced particular que me ha hecho el señor Merlín,
que está presente, sólo porque te enternezca mi belleza. Date, date en esas
carnazas, bestión indómito, y pon en libertad la lisura de mis carnes, la
mansedumbre de mi condición y la belleza de mi faz; y si por mí no quieres
ablandarte ni reducirte a algún razonable término, hazlo por ese pobre
caballero que a tu lado tienes; por tu amo, digo, de quien estoy viendo el
alma, que la tiene atravesada en la garganta.
Don
Quijote dijo, volviéndose al duque:
—Por
Dios, señor, que Dulcinea ha dicho la verdad, que aquí tengo el alma atravesada
en la garganta, como una nuez de ballesta.
—¿Qué
decís vos a esto, Sancho? —preguntó la duquesa.
—Digo,
señora —respondió Sancho—, lo que tengo dicho: que de los azotes, abernuncio.
—Abrenuncio
habéis de decir, Sancho, y no como decís —dijo el duque.
—Déjeme
vuestra grandeza —respondió Sancho—, que no estoy agora para mirar en sutilezas
ni en letras más a menos; porque me tienen tan turbado estos azotes que me han
de dar, o me tengo de dar, que no sé lo que me digo, ni lo que me hago. Pero
querría yo saber de la señora mi señora doña Dulcinea del Toboso adónde
aprendió el modo de rogar que tiene: viene a pedirme que me abra las carnes a
azotes, y llámame alma de cántaro y bestión indómito, con una tiramira de malos
nombres, que el diablo los sufra.”
A lo largo del resto de la obra, don Quijote rogará a
Sancho se dé los azotes en cuestión, pero éste los irá postergando y la pobre
Dulcinea nunca será desencantada.
(Resumen de los capítulos siguientes)
Una de las más ridículas y a la vez sublimes aventuras
será la del caballo Clavileño, en la que se atreverán a viajar por el cielo.
Unas damas de la duquesa deben llevar el rostro cubierto, porque por la
maldición del malvado sabio encantador Malambruno tienen los rostros cubiertos
de inmensas barbas. Acuden a pedir el socorro de don Quijote, ya que para
deshacer la “maldición” deberá viajar con Sancho viajar en el caballo de madera
Clavileño por los cielos, con los ojos cubiertos. Don Quijote acepta el
desafío, pero Sancho tiene miedo y se resiste. Pero el duque le recordará que
si quiere gobernar la ínsula que le ha prometido debe demostrarle que es un
hombre valiente. Entonces, cuando Malambruno envía la máquina, ambos se suben,
y con una serie de trucos (como echarles viento con fuelles o acercarles fuego
para que les parezca que se acercan al sol) les harán creer que en realidad
están volando. Al bajar, el hechizo se ha roto: las damas ya no tienen barba, y
Sancho contará entusiasmado cómo espió por debajo de la venda y vio a los
hombres desde arriba, del tamaño de una avellana, y hasta cómo se bajó de
Clavileño para jugar con la constelación de las Siete Cabritas:
“Y
sucedió que íbamos por parte donde están las siete cabrillas;[10]
y en Dios y en mi ánima que, como yo en mi niñez fui en mi tierra cabrerizo,
que así como las vi, ¡me dio una gana de entretenerme con ellas un rato...! Y
si no le cumpliera me parece que reventara. Vengo, pues, y tomo, y ¿qué hago?
Sin decir nada a nadie, ni a mi señor tampoco, bonita y pasitamente me apeé de
Clavileño, y me entretuve con las cabrillas, que son como unos alhelíes y como
unas flores, casi tres cuartos de hora, y Clavileño no se movió de un lugar, ni
pasó adelante.
—Y,
en tanto que el buen Sancho se entretenía con las cabras —preguntó el duque—, ¿en
qué se entretenía el señor don Quijote?
A
lo que don Quijote respondió:
—Como
todas estas cosas y estos tales sucesos van fuera del orden natural, no es
mucho que Sancho diga lo que dice. De mí sé decir que ni me descubrí por alto
ni por bajo, ni vi el cielo ni la tierra, ni la mar ni las arenas. Bien es
verdad que sentí que pasaba por la región del aire, y aun que tocaba a la del
fuego; pero que pasásemos de allí no lo puedo creer, pues, estando la región
del fuego entre el cielo de la luna y la última región del aire, no podíamos
llegar al cielo donde están las siete cabrillas que Sancho dice, sin
abrasarnos; y, pues no nos asuramos, o Sancho miente o Sancho sueña.
—Ni
miento ni sueño —respondió Sancho—: si no, pregúntenme las señas de las tales
cabras, y por ellas verán si digo verdad o no.
—Dígalas,
pues, Sancho —dijo la duquesa.
—Son
—respondió Sancho— las dos verdes, las dos encarnadas, las dos azules, y la una
de mezcla.
—Nueva
manera de cabras es ésa —dijo el duque—, y por esta nuestra región del suelo no
se usan tales colores; digo, cabras de tales colores.
—Bien
claro está eso —dijo Sancho—; sí, que diferencia ha de haber de las cabras del
cielo a las del suelo.
—Decidme,
Sancho —preguntó el duque—: ¿vistes allá en entre esas cabras algún cabrón?
—No,
señor —respondió Sancho.”
……………………………………………………………………………………
“Con
el felice y gracioso suceso de la aventura de la Dolorida, quedaron tan
contentos los duques, que determinaron pasar con las burlas adelante, viendo el
acomodado[11]
sujeto que tenían para que se tuviesen por veras; y así, habiendo dado la traza
y órdenes que sus criados y sus vasallos habían de guardar con Sancho en el
gobierno de la ínsula prometida, otro día, que fue el que sucedió al vuelo de
Clavileño, dijo el duque a Sancho que se adeliñase[12]
y compusiese para ir a ser gobernador, que ya sus insulanos le estaban
esperando como el agua de mayo. Sancho se le humilló y le dijo:
—Después
que bajé del cielo, y después que desde su alta cumbre miré la tierra y la vi
tan pequeña, se templó en parte en mí la gana que tenía tan grande de ser
gobernador; porque, ¿qué grandeza es mandar en un grano de mostaza, o qué
dignidad o imperio el gobernar a media docena de hombres tamaños como
avellanas, que, a mi parecer, no había más en toda la tierra? Si vuestra
señoría fuese servido de darme una tantica parte del cielo, aunque no fuese más
de media legua, la tomaría de mejor gana que la mayor ínsula del mundo.
—Mirad,
amigo Sancho —respondió el duque—: yo no puedo dar parte del cielo a nadie,
aunque no sea mayor que una uña, que a solo Dios están reservadas esas mercedes
y gracias. Lo que puedo dar os doy, que es una ínsula hecha y derecha, redonda
y bien proporcionada, y sobremanera fértil y abundosa, donde si vos os sabéis
dar maña, podéis con las riquezas de la tierra granjear las del cielo.
—Ahora
bien —respondió Sancho—, venga esa ínsula, que yo pugnaré por ser tal
gobernador que, a pesar de bellacos, me vaya al cielo; y esto no es por codicia
que yo tenga de salir de mis casillas ni de levantarme a mayores, sino por el
deseo que tengo de probar a qué sabe el ser gobernador.
—Si
una vez lo probáis, Sancho —dijo el duque—, comeros heis las manos tras el
gobierno, por ser dulcísima cosa el mandar y ser obedecido. A buen seguro que
cuando vuestro dueño llegue a ser emperador, que lo será sin duda, según van
encaminadas sus cosas, que no se lo arranquen comoquiera, y que le duela y le
pese en la mitad del alma del tiempo que hubiere dejado de serlo.
—Señor
—replicó Sancho—, yo imagino que es bueno mandar, aunque sea a un hato de
ganado.
—Con
vos me entierren, Sancho, que sabéis de todo —respondió el duque—, y yo espero
que seréis tal gobernador como vuestro juicio promete, y quédese esto aquí y
advertid que mañana en ese mesmo día habéis de ir al gobierno de la ínsula, y
esta tarde os acomodarán del traje conveniente que habéis de llevar y de todas
las cosas necesarias a vuestra partida.
—Vístanme
—dijo Sancho— como quisieren, que de cualquier manera que vaya vestido seré
Sancho Panza.”
Antes de la partida, don Quijote tendrá una conversación
a solas con Sancho, donde le dará una serie de consejos. (Es importante que
sepas que Sancho, en su función de gobernador, también deberá dictaminar
justicia.) Para que tengas bien en claro
que nuestro héroe, era más sabio que loco, acá vamos a transcribir para vos
algunos de esos consejos.
“Haz gala, Sancho, de la humildad de tu
linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque, viendo
que no te corres (avergüenzas), ninguno se pondrá a correrte; y préciate más de ser humilde virtuoso
que pecador soberbio. Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud, y te
precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los
tienen de príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se
aquista,[13]
y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale. Siendo esto así, como lo
es, que si acaso viniere a verte cuando estés en tu ínsula alguno de tus
parientes, no le deseches ni le afrentes; antes le has de acoger, agasajar y
regalar, que con esto satisfarás al cielo, que gusta que nadie se desprecie de
lo que él hizo.
Hallen
en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las
informaciones del rico. Procura descubrir la verdad por entre las promesas y
dádivas del rico, como por entre los sollozos e importunidades del pobre.
Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la
ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del
compasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la
dádiva, sino con el de la misericordia. Cuando te sucediere juzgar algún pleito
de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del
caso. No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en
ella hicieres, las más veces, serán sin remedio; y si le tuvieren, será a costa
de tu crédito, y aun de tu hacienda. Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte
justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera
de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en
su llanto y tu bondad en sus suspiros. Al que has de castigar con obras no
trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin
la añadidura de las malas razones. Al culpado que cayere debajo de tu
jurisdición considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la
depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer
agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque, aunque los
atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el
de la misericordia que el de la justicia. Si estos preceptos y estas reglas
sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios
colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos
tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en
los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte, en vejez suave y
madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros
netezuelos. Esto que hasta aquí te he dicho son documentos que han de adornar
tu alma.”
Sancho se emociona al escuchar estos y otros consejos de
su señor, y al día siguiente parte con una gran comitiva hacia la ínsula (una
ínsula es una isla) Tal es la ignorancia de Sancho, que no registra que llegan
a la “ínsula” caminando. En la aldea a la que llegan, que pertenece al ducado,
todos están aliados para seguir con la broma que han maquinado los duques:
Sancho hasta tendrá un médico particular, que le impedirá comer los manjares
que le presentan para “cuidar su salud”, lo cual lo enfurece y finalmente
terminará despidiendo al “médico”.. Sin embargo, sorprenderá a todos con su
sabiduría y buen criterio a la hora de dictar justicia. Acá te transcribimos
una de los casos que tuvo que presidir:
“Luego,
acabado este pleito, entró en el juzgado una mujer asida fuertemente de un
hombre vestido de ganadero rico, la cual venía dando grandes voces, diciendo:
—¡Justicia,
señor gobernador, justicia, y si no la hallo en la tierra, la iré a buscar al
cielo! Señor gobernador de mi ánima, este mal hombre me ha cogido en la mitad
dese campo, y se ha aprovechado de mi cuerpo como si fuera trapo mal lavado, y,
¡desdichada de mí!, me ha llevado lo que yo tenía guardado más de veinte y tres
años ha, defendiéndolo de moros y cristianos, de naturales y estranjeros; y yo,
siempre dura como un alcornoque, conservándome entera como la salamanquesa en
el fuego, o como la lana entre las zarzas, para que este buen hombre llegase
ahora con sus manos limpias a manosearme.
—Aun
eso está por averiguar: si tiene limpias o no las manos este galán —dijo
Sancho.
Y,
volviéndose al hombre, le dijo qué decía y respondía a la querella de aquella
mujer. El cual, todo turbado, respondió:
—Señores,
yo soy un pobre ganadero de ganado de cerda, y esta mañana salía deste lugar de
vender, con perdón sea dicho, cuatro puercos, que me llevaron de alcabalas y
socaliñas[14]
poco menos de lo que ellos valían; volvíame a mi aldea, topé en el camino a
esta buena dueña, y el diablo, que todo lo añasca y todo lo cuece, hizo que
yogásemos juntos; paguéle lo suficiente, y ella, mal contenta, asió de mí, y no
me ha dejado hasta traerme a este puesto. Dice que la forcé, y miente, para el juramento
que hago o pienso hacer; y ésta es toda la verdad, sin faltar meaja.
Entonces
el gobernador le preguntó si traía consigo algún dinero en plata; él dijo que
hasta veinte ducados tenía en el seno, en una bolsa de cuero. Mandó que la
sacase y se la entregase, así como estaba, a la querellante; él lo hizo
temblando; tomóla la mujer, y, haciendo mil zalemas[15]
a todos y rogando a Dios por la vida y salud del señor gobernador, que así
miraba por las huérfanas menesterosas y doncellas; y con esto se salió del
juzgado, llevando la bolsa asida con entrambas manos, aunque primero miró si
era de plata la moneda que llevaba dentro.
Apenas
salió, cuando Sancho dijo al ganadero, que ya se le saltaban las lágrimas, y
los ojos y el corazón se iban tras su bolsa:
—Buen
hombre, id tras aquella mujer y quitadle la bolsa, aunque no quiera, y volved
aquí con ella.
Y
no lo dijo a tonto ni a sordo, porque luego partió como un rayo y fue a lo que
se le mandaba. Todos los presentes estaban suspensos, esperando el fin de aquel
pleito, y de allí a poco volvieron el hombre y la mujer más asidos y aferrados
que la vez primera: ella la saya levantada y en el regazo puesta la bolsa, y el
hombre pugnando por quitársela; mas no era posible, según la mujer la defendía,
la cual daba voces diciendo:
—¡Justicia
de Dios y del mundo! Mire vuestra merced, señor gobernador, la poca vergüenza y
el poco temor deste desalmado, que, en mitad de poblado y en mitad de la calle,
me ha querido quitar la bolsa que vuestra merced mandó darme.
—Y
¿háosla quitado? —preguntó el gobernador.
—¿Cómo
quitar? —respondió la mujer—. Antes me dejara yo quitar la vida que me quiten
la bolsa. ¡Bonita es la niña! ¡Otros gatos me han de echar a las barbas, que no
este desventurado y asqueroso! ¡Tenazas y martillos, mazos y escoplos no serán
bastantes a sacármela de las uñas, ni aun garras de leones: antes el ánima de
en mitad en mitad de las carnes!
—Ella
tiene razón —dijo el hombre—, y yo me doy por rendido y sin fuerzas, y confieso
que las mías no son bastantes para quitársela, y déjola.
Entonces
el gobernador dijo a la mujer:
—Mostrad,
honrada y valiente, esa bolsa.
Ella
se la dio luego, y el gobernador se la volvió al hombre, y dijo a la esforzada
y no forzada:
—Hermana
mía, si el mismo aliento y valor que habéis mostrado para defender esta bolsa
le mostrárades, y aun la mitad menos, para defender vuestro cuerpo, las fuerzas
de Hércules no os hicieran fuerza. Andad con Dios, y mucho de enhoramala, y no
paréis en toda esta ínsula ni en seis leguas a la redonda, so pena de
doscientos azotes. ¡Andad luego digo, churrillera,[16]
desvergonzada y embaidora![17]
Espantóse
la mujer y fuese cabizbaja y mal contenta, y el gobernador dijo al hombre:
—Buen
hombre, andad con Dios a vuestro lugar con vuestro dinero, y de aquí adelante,
si no le queréis perder, procurad que no os venga en voluntad de yogar con
nadie.
El
hombre le dio las gracias lo peor que supo, y fuese, y los circunstantes
quedaron admirados de nuevo de los juicios y sentencias de su nuevo gobernador.”
Sin embargo, a los pocos días se desatará una “guerra”, y
Sancho se ve en peligro de muerte; se asusta muchísimo y, como valora más su
vida que el poder, renunciará a su cargo y volverá como escudero al lado de don
Quijote. Éste, en tanto, ha estado en apuros, porque otra burla generada por
los duques lo acosa: la hermosa Altisidora, doncella quinceañera de la duquesa,
se ha “enamorado” apasionadamente del caballero andante. Echando mano a su
voluntad de hierro, el pobre don Quijote encuentra fuerzas para rechazar,
cortés pero firmemente, los numerosos ofrecimientos de la jovencita, ya que su
corazón y su cuerpo pertenecen a su señora Dulcinea. Y para que le quede bien
clarito, cantará esta canción que él mismo compuso, al pie de la ventana de la
imprudente y osada doncella, en la cual le aconseja que sea más recatada, y que
se mantenga ocupada para poder olvidarlo:
“—Suelen las fuerzas de
amor
sacar de quicio a las almas,
tomando por instrumento
la ociosidad descuidada.
sacar de quicio a las almas,
tomando por instrumento
la ociosidad descuidada.
Suele el coser y el
labrar,
y el estar siempre ocupada,
ser antídoto al veneno
de las amorosas ansias.
y el estar siempre ocupada,
ser antídoto al veneno
de las amorosas ansias.
Las doncellas recogidas
que aspiran a ser casadas,
la honestidad es la dote
y voz de sus alabanzas.
que aspiran a ser casadas,
la honestidad es la dote
y voz de sus alabanzas.
Dulcinea del Toboso
del alma en la tabla rasa
tengo pintada de modo
que es imposible borrarla.
del alma en la tabla rasa
tengo pintada de modo
que es imposible borrarla.
La firmeza en los
amantes
es la parte más preciada,
por quien hace amor milagros,
y asimesmo los levanta.”
es la parte más preciada,
por quien hace amor milagros,
y asimesmo los levanta.”
Todo el palacio estaba escuchando a escondidas y
muriéndose de risa; y entonces quisieron terminar la broma arrojando desde el
techo del palacio sobre el caballero una bolsa llena de gatos, uno de los
cuales lo atacó fieramente:
“…vieron
al pobre caballero pugnando con todas sus fuerzas por arrancar el gato de su
rostro. Entraron con luces y vieron la desigual pelea; acudió el duque a
despartirla, y don Quijote dijo a voces:
—¡No
me le quite nadie! ¡Déjenme mano a mano con este demonio, con este hechicero,
con este encantador, que yo le daré a entender de mí a él quién es don Quijote
de la Mancha!”
Y más tarde fue la mismísima Altisidora quien lo curó de
sus heridas; y para continuar molestándolo …
“…con
sus blanquísimas manos, le puso unas vendas por todo lo herido; y, al
ponérselas, con voz baja le dijo:
—Todas
estas malandanzas te suceden, empedernido caballero, por el pecado de tu dureza
y pertinacia; y plega a Dios que se le olvide a Sancho tu escudero el azotarse,
porque nunca salga de su encanto esta tan amada tuya Dulcinea, ni tú lo goces,
ni llegues a tálamo con ella, a lo menos viviendo yo, que te adoro.
A
todo esto no respondió don Quijote otra palabra si no fue dar un profundo
suspiro…”
Vuelto Sancho a palacio, don Quijote decide partir, ya
que él no es caballero cortesano sino caballero andante, y ya siente que los
lujos de la corte le resultan un estorbo para la misión de justiciero que se ha
impuesto. Así, ante la pena del pobre Sancho que nunca en su vida había comido
tan bien, parten hacia las playas de
Barcelona. Luego de una serie de situaciones, bastante complejas por cierto, te
invitamos a leer el capítulo LXIV:
¿Y quién era el Caballero de la Blanca Luna? Pues nada
más ni nada menos que Sansón Carrasco, que se había quedado con la frustración
de no haber podido vencer a don Quijote cuando lo enfrentó bajo la figura del
Caballero de los Espejos. Y de este modo espera que, en el término de un año de
quedarse en su casa, a nuestro caballero se le cure la monomanía de creerse un
personaje de ficción.
Sin embargo, don Quijote no vivirá un año, ya que al poco
tiempo “… porque, o ya fuese de la
melancolía que le causaba el verse vencido, o ya por la disposición del cielo,
que así lo ordenaba, se le arraigó una calentura que le tuvo seis días en la
cama…”
Don Quijote recuperará la cordura y morirá como Alonso
Quijano, repudiando a los libros de caballerías y a las locuras que ellos le
llevaron a cometer. Y cierran el libro las palabras de la pluma con las que fue
escrito, diciendo:
“Para
mí sola nació don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los
dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor que se atrevió, o se ha
de atrever, a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas
de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros ni asunto de su
resfriado ingenio; a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que deje
reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote (…)
pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las
fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que, por las de
mi verdadero don Quijote, van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda
alguna. “
[1] Afincamiento: aflicción
[2] Yoguieren: de yacer
[3] Plasmador: Hacedor.
[4] Sin igual.
[5] Maquinaciones.
[6] Lizo: Hilo fuerte que
sirve de urdimbre.
[7] Uno de los nombres de
Plutón, dios del infierno.
[8] Abernuncio : Metátesis
por ab renuntio, «renuncio», de la fórmula de la liturgia «renuncio a Satanás».
«Renuncio a ello».
[9] Adarva: asombra, pasma.
[10] La constelación de las
Pléyades.
[11] Acomodado -da. adj. Que
se aviene con facilidad a todo.
[12] Preparase.
[13] Aquistar: Adquirir.
[14] Socaliña: Ardid para
sacar lo que uno no está obligado a dar.
[15] Reverencias exageradas
(a lo morisco).
[16] Churrillero -ra:
Charlatán, embustero.
[17] Embaidor -ra: Embustero,
engañador.