martes, 16 de abril de 2013

LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA (Selección)




Montevideo, fines de 1970
EDUARDO GALEANO, Escritor y ensayista uruguayo, 1940
INTRODUCCIÓN:
CIENTO VEINTE MILLONES DE NIÑOS EN EL CENTRO DE LA TORMENTA

La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta. Pasaron los siglos y América Latina perfeccionó sus funciones. Este ya no es el reino de las maravillas donde la realidad derrotaba a la fábula y la imaginación era humillada por los trofeos de la conquista, los yacimientos de oro y las montañas de plata. Pero la región sigue trabajando de sirvienta.
Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas, como fuente y reserva del petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café, las materias primas y los alimentos con destino a los países ricos que ganan consumiéndolos, mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos. Son mucho más altos los impuestos que cobran los compradores que los precios que reciben los vendedores; y al fin y al cabo, como declaró en julio de 1968 Covey T. Oliver, coordinador de la Alianza para el Progreso, «hablar de precios justos en la actualidad es un concepto medieval. Estamos en plena época de la libre comercialización...» Cuanta más libertad se otorga a los negocios, más cárceles se hace necesario construir para quienes padecen los negocios. Nuestros sistemas de inquisidores y verdugos no sólo funcionan para el mercado externo dominante; proporcionan también caudalosos manantiales de ganancias que fluyen de los empréstitos y las inversiones extranjeras en los mercados internos dominados. «Se ha oído hablar de concesiones hechas por América Latina al capital extranjero, pero no de concesiones hechas por los Estados Unidos al capital de otros países... Es que nosotros no damos concesiones», advertía, allá por 1913, el presidente norteamericano Woodrow Wilson. Él estaba seguro: «Un país --decía- es poseído y dominado por el capital que en él se haya invertido». Y tenía razón. Por el camino hasta perdimos el derecho de llamarnos americanos, aunque los haitianos y los cubanos ya habían asomado a la historia, como pueblos nuevos, un siglo antes de que los peregrinos del Mayflower se establecieran en las costas de Plymouth. Ahora América es, para el mundo, nada más que los Estados Unidos: nosotros habitamos, a lo sumo, una sub -América, una América de segunda clase, de nebulosa identificación.
Es América Latina, la región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder. Todo: la tierra, sus frutos y sus profundidades ricas en minerales, los hombres y su capacidad de trabajo y de consumo, los recursos naturales y los recursos humanos. El modo de producción y la estructura de clases de cada lugar han sido sucesivamente determinados, desde fuera, por su incorporación al engranaje universal del capitalismo. A cada cual se le ha asignado una función, siempre en beneficio del desarrollo de la metrópoli extranjera de turno, y se ha hecho infinita la cadena de las dependencias sucesivas, que tiene mucho más de dos eslabones, y que por cierto también comprende, dentro de América Latina, la opresión de los países pequeños por sus vecinos mayores y, fronteras adentro de cada país, la explotación que las grandes ciudades y los puertos ejercen sobre sus fuentes internas de víveres y mano de obra (Hace cuatro siglos, ya habían nacido dieciséis de las veinte ciudades latinoamericanas más pobladas de la actualidad.)
Para quienes conciben la historia como una competencia, el atraso y la miseria de América Latina no son otra cosa que el resultado de su fracaso. Perdimos; otros ganaron. Pero ocurre que quienes ganaron, ganaron gracias a que nosotros perdimos: la historia del subdesarrollo de América Latina integra, como se ha dicho, la historia del desarrollo del capitalismo mundial. Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos. En la alquimia colonial y neo-colonial, el oro se transfigura en chatarra, y los alimentos se con vierten en veneno. Potosí, Zacatecas y Ouro Preto cayeron en picada desde la cumbre de los esplendores de los metales preciosos al profundo agujero de los socavones vacíos, y la ruina fue el destino de la pampa chilena del salitre y de la selva amazónica del caucho; el nordeste azucarero de Brasil, los bosques argentinos del quebracho o ciertos pueblos petroleros del lago de Maracaibo tienen dolorosas razones para creer en la mortalidad de las fortunas que la naturaleza otorga y el imperialismo usurpa. La lluvia que irriga a los centros del poder imperialista ahoga los vastos suburbios del sistema. Del mismo modo, y simétricamente, el bienestar de nuestras clases dominantes -dominantes hacia dentro, dominadas desde fuera- es la maldición de nuestras multitudes condenadas a una vida de bestias de carga.
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¿Tenemos todo prohibido, salvo cruzarnos de brazos? La pobreza no está escrita en los astros; el subdesarrollo no es el fruto de un oscuro designio de Dios. Corren años de revolución, tiempos de redención. Las clases dominantes ponen las barbas en remojo, y a la vez anuncian el infierno para todos. En cierto modo, la derecha tiene razón cuando se identifica a sí misma con la tranquilidad y el orden: es el orden, en efecto, de la cotidiana humillación de las mayorías, pero orden al fin: la tranquilidad de que la injusticia siga siendo injusta y el hambre hambrienta. Si el futuro se transforma en una caja de sorpresas, el conservador grita, con toda razón: «Me han traicionado». Y los ideólogos de la impotencia, los esclavos que se miran a sí mismos con los ojos del amo, no demoran en hacer escuchar sus clamores. El águila de bronce del Maine, derribada el día de la victoria de la revolución cubana, yace ahora abandonada, con las alas rotas, bajo un portal del barrio viejo de La Habana. Desde Cuba en adelante, también otros países han iniciado por distintas vías y con distintos medios la experiencia del cambio: la perpetuación del actual orden de cosas es la perpetuación del crimen.
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PRIMERA PARTE
LA POBREZA DEL HOMBRE COMO RESULTADO DE LA RIQUEZA DE LA TIERRA
FIEBRE DEL ORO, FIEBRE DE LA PLATA
EL SIGNO DE LA CRUZ EN LAS EMPUÑADURAS DE LAS ESPADAS

Cuando Cristóbal Colón se lanzó a atravesar los grandes espacios vacíos al oeste de la Ecumene, había aceptado el desafío de las leyendas. Tempestades terribles jugarían con sus naves, como si fueran cáscaras de nuez, y las arrojarían a las bocas de los monstruos; la gran serpiente de los mares tenebrosos, hambrienta de carne humana, estaría al acecho. Sólo faltaban mil años para que los fuegos purificadores del juicio final arrasaran el mundo, según creían los hombres del siglo xv, y el mundo era entonces el mar Mediterráneo con sus costas de ambigua proyección hacia el África y Oriente. Los navegantes portugueses aseguraban que el viento del oeste traía cadáveres extraños y a veces arrastraba leños curiosamente tallados, pero nadie sospechaba que el mundo sería, pronto, asombrosamente multiplicado.
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Tres años después del descubrimiento, Cristóbal Colón dirigió en persona la campaña militar contra los indígenas de la Dominicana. Un puñado de caballeros, doscientos infantes y unos cuantos perros especialmente adiestrados para el ataque diezmaron a los indios. Más de quinientos, enviados a España, fueron vendidos como esclavos en Sevilla y murieron miserablemente (2 L. Capitán y Henri Lorin, El trabajo en América, antes y después de Colón, Buenos Aires, 1948). Pero algunos teólogos protestaron y la esclavización de los indios fue formalmente prohibida al nacer el siglo XVI. En realidad, no fue prohibida sino bendita: antes de cada entrada militar, los capitanes de conquista debían leer a los indios, ante escribano público, un extenso y retórico Requerimiento que los exhortaba a convertirse a la santa fe católica: «Si no lo hiciereis, o en ello dilación maliciosamente pusiereis, certifícoos que con la ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y os haré guerra por todas las partes y manera que yo pudiere, y os sujetaré al yugo y obediencia de la Iglesia y de Su Majestad y tomaré vuestras mujeres y hijos y los haré esclavos, y como tales los venderé, y dispondré de ellos como Su Majestad mandare, y os tomaré vuestros bienes y os haré todos los males y daños que pudiere...»(3 Daniel Vidart, Ideología y realidad de América, Montevideo, 1968.)
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LA DISTRIBUCIÓN DE FUNCIONES ENTRE EL CABALLO Y EL JINETE

En el primer tomo de El capital, escribió Karl Marx: «El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria».
El saqueo, interno y externo, fue el medio más importante para la acumulación primitiva de capitales que, desde la Edad Media, hizo posible la aparición de una nueva etapa histórica en la evolución económica mundial. A medida que se extendía la economía monetaria, el intercambio desigual iba abarcando cada vez más capas sociales y más regiones del planeta. Ernest Mandel ha sumado el valor del oro y la plata arrancados de América hasta 1660, el botín extraído de Indonesia por la Compañía Holandesa de las Indias Orientales desde 1650 hasta 1780, las ganancias del capital francés en la trata de esclavos durante el siglo XVIII, las entradas obtenidas por el trabajo esclavo en las Antillas británicas y el saqueo inglés de la India durante medio siglo: el resultado supera el valor de todo el capital invertido en todas las industrias europeas hacia 1800 (30 Ernest Mandel, Tratado de economía marxista, México, 1969.)
Mandel hace notar que esta gigantesca masa de capitales creó un ambiente favorable a las inversiones en Europa, estimuló el «espíritu de empresa» y financió directamente el establecimiento de manufacturas que dieron un gran impulso a la revolución industrial. Pero, al mismo tiempo, la formidable concentración internacional de la riqueza en beneficio de Europa impidió, en las regiones saqueadas, el salto a la acumulación de capital industrial. «La doble tragedia de los países en desarrollo consiste en que no sólo fueron víctimas de ese proceso de concentración internacional, sino que posteriormente han debido tratar de compensar su atraso industrial, es decir, realizar la acumulación originaria de capital industrial, en un mundo que está inundado con los artículos manufacturados por una industria ya madura, la occidental»`.(Ernest Mandel, la teoría marxista de la acumulación primitiva y la industrialización del Tercer Mundo, revista Amaru, núm. 6, Lima, abril-junio de 1968.)
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SEGUNDA PARTE

EL DESARROLLO ES UN VIAJE CON MÁS NÁUFRAGOS QUE NAVEGANTES  
HISTORIA DE LA MUERTE TEMPRANA
SALUDABAN LA INDEPENDENCIA DESDE EL RÍO
En 1823, George Canning, cerebro del Imperio británico, estaba celebrando sus triunfos universales. El encargado de negocios de Francia tuvo que soportar la humillación de este brindis: «Vuestra sea la gloria del triunfo, seguida por el desastre y la ruina; nuestro sea el tráfico sin gloria de la industria y la prosperidad siempre creciente... La edad de la caballería ha pasado; y la ha sucedido una edad de economistas y calculadores». Londres vivía el principio de una larga fiesta; Napoleón había sido definitivamente derrotado algunos años atrás, y la era de la Pax Britannica se abría sobre el mundo. En América Latina, la independencia había remachado a perpetuidad el poder de los dueños de la tierra y de los comerciantes enriquecidos, en los puertos, a costa de la anticipada ruina de los países nacientes. Las antiguas colonias españolas, y también Brasil, eran mercados ávidos para los tejidos ingleses y las libras esterlinas al tanto por ciento. Canning no se equivocaba al escribir, en 1824: «La cosa está hecha; el clavo está puesto, Hispanoamérica es libre; y si nosotros no desgobernamos tristemente nuestros asuntos, es inglesa» (Williar. W. Kaufmann, La política británica y la independencia de la América Latina (1804-1828), Caracas, 1963)
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LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA CONTRA EL PARAGUAY ANIQUILÓ LA ÚNICA EXPERIENCIA EXITOSA DE DESARROLLO INDEPENDIENTE

Suman medio millón los paraguayos que han abandonado la patria, definitivamente, en los últimos veinte años. La miseria empuja al éxodo a los habitantes del país que era, hasta hace un siglo, el más avanzado de América del Sur. Paraguay tiene ahora una población que apenas duplica a la que por entonces tenía y es, con Bolivia, uno de los dos países sudamericanos más pobres y atrasados. Los paraguayos sufren la herencia de una guerra de exterminio que se incorporó a la historia de América Latina como su capítulo más infame. Se llamó la Guerra de la Triple Alianza. Brasil, Argentina y Uruguay tuvieron a su cargo el genocidio. No dejaron piedra sobre piedra ni habitantes varones entre los escombros. Aunque Inglaterra no participó directamente en la horrorosa hazaña, fueron sus mercaderes, sus banqueros y sus industriales quienes resultaron beneficiados con el crimen de Paraguay. La invasión fue financiada, de principio a fin, por el Banco de Londres, la casa Baring Brothers y la banca Rothschild, en empréstitos con intereses exagerados que hipotecaron la suerte de los países vencedores". (Para escribir este capítulo, el autor consultó las siguientes obras: Juan Bautista Alberdi, Historia de la guerra del Paraguay (Buenos Aires, 1962); Pelham Horton Box, Los orígenes de la Guerra de la Triple Alianza (Buenos Aires Asunción, 1958); Efraím Cardozo, El imperio del Brasil y el Río de la Plata (Buenos Aires, 1961); Julio César Chaves, El presidente López (Buenos Aires, 1955); Carlos Pereyra, Francisco Solano López y la guerra del Paraguay (Buenos Aires, 1945); Juan F. Pérez Acosta, Carlos Antonio López, obrero máximo. Labor administrativa y constructiva (Asunción, 1948); José María Rosa, la guerra del Paraguay y las montoneras argentinas (Buenos Aires, 1965); Bartolomé Mitre y Juan Carlos Gómez, Cartas polémicas sobre la guerra del Paraguay, con prólogo de J. Natalicio González (Buenos Aires, 1940). También un trabajo inédito de Vivian Trías sobre el tema.)
Hasta su destrucción, Paraguay se erguía como una excepción en América Latina: la única nación que el capital extranjero no había deformado. El largo gobierno de mano de hierro del dictador Gaspar Rodríguez de Francia (1814-1840) había incubado, en la matriz del aislamiento, un desarrollo económico autónomo y sostenido. El Estado, omnipotente, paternalista, ocupaba el lugar de una burguesía nacional que no existía, en la tarea de organizar la nación y orientar sus recursos y su destino. Francia se había apoyado en las masas campesinas para aplastar la oligarquía paraguaya y había conquistado la paz interior tendiendo un estricto cordón sanitario frente a los restantes países del antiguo virreinato del río de la Plata. Las expropiaciones, los destierros, las prisiones, las persecuciones y las multas no habían servido de instrumentos para la consolidación del dominio interno de los terratenientes y los comerciantes sino que, por el contrario, habían sido utilizados para su destrucción. No existían, ni nacerían más tarde, las libertades políticas y el derecho de oposición, pero en aquella etapa histórica sólo los nostálgicos de los privilegios perdidos sufrían la falta de democracia. No había grandes fortunas privadas cuando Francia murió, y Paraguay era el único país de América Latina que no tenía mendigos, hambrientos ni ladrones (Francia integra, como uno de los ejemplares más horrorosos, el bestiario de la historia oficial. Las deformaciones ópticas impuestas por el liberalismo no son un privilegio de las clases dominantes en América Latina; muchos intelectuales de izquierda, que suelen asomarse con lentes ajenos a la historia de nuestros países, también comparten ciertos mitos de la derecha, sus canonizaciones y sus excomuniones. El Canto general, de Pablo Neruda (Buenos Aires, 1955), espléndido homenaje poético a los pueblos latinoamericanos, exhibe claramente esta desubicación. Neruda ignora a Artigas y a Carlos Antonio y Francisco Solano López; en cambio, se identifica con Sarmiento. A Francia lo califica de «rey leproso, rodeado/por la extensión de los yerbales», que «cerró el Paraguay como un nido/de su majestad» y «amarró/ tortura y barro a las fronteras». Con Rosas no es más amable: clama contra los «puñales, carcajadas de mazorca/sobre el martirio» de una «Argentina robada a culatazos/en el vapor del alba, castigada/hasta sangrar y enloquecer, vacía,/ cabalgada por agrios capataces»); los viajeros de la época encontraban allí un oasis de tranquilidad en medio de las demás comarcas convulsionadas por las guerras continuas. El agente norteamericano Hopkins informaba en 1845 a su gobierno que en Paraguay «no hay niño que no sepa leer y escribir...» Era también el único país que no vivía con la mirada clavada al otro lado del mar. El comercio exterior no constituía el eje de la vida nacional; la doctrina liberal, expresión ideológica de la articulación mundial de los mercados, carecía de respuestas para los desafíos que Paraguay, obligado a crecer hacia dentro por su aislamiento mediterráneo, se estaba planteando desde principios de siglo. El exterminio de la oligarquía hizo posible la concentración de los resortes económicos fundamentales en manos del Estado, para llevar adelante esta política autárquica de desarrollo dentro de fronteras.
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El Estado paraguayo practicaba un celoso proteccionismo, muy reforzado en 1864, sobre la industria nacional y el mercado interno; los ríos interiores no estaban abiertos a las naves británicas que bombardeaban con manufacturas de Manchester y de Liverpool a todo el resto de América Latina. El comercio inglés no disimulaba su inquietud, no sólo porque resultaba invulnerable aquel último foco de resistencia nacional en el corazón del continente, sino también, y sobre todo, por la fuerza de ejemplo que la experiencia paraguaya irradiaba peligrosamente hacia los vecinos. El país más progresista de América Latina construía su futuro sin inversiones extranjeras, sin empréstitos de la banca inglesa y sin las bendiciones del comercio libre.
Pero a medida que Paraguay iba avanzando en este proceso, se hacía más aguda su necesidad de romper la reclusión. El desarrollo industrial requería contactos más intensos y directos con el mercado internacional y las fuentes de la técnica avanzada. Paraguay estaba objetivamente bloqueado entre Argentina y Brasil, y ambos países podían negar el oxígeno a sus pulmones cerrándole, como lo hicieron Rivadavia y Rosas, las bocas de los ríos, o fijando impuestos arbitrarios al tránsito de sus mercancías. Para sus vecinos, por otra parte, era una imprescindible condición, a los fines de la consolidación del estado oligárquico, terminar con el escándalo de aquel país que se bastaba a sí mismo y no quería arrodillarse ante los mercaderes británicos.
El ministro inglés en Buenos Aires, Edward Thornton; participó considerablemente en los preparativos de la guerra. En vísperas del estallido, tomaba parte, como asesor del gobierno, en las reuniones del gabinete argentino, sentándose al lado del presidente Bartolomé Mitre. Ante su atenta mirada se urdió la trama de provocaciones y de engaños que culminó con el acuerdo argentino-brasileño y selló la suerte de Paraguay.
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Los futuros vencedores se repartían anticipadamente, en el tratado, los despojos del vencido. Argentina se aseguraba todo el territorio de Misiones y el inmenso Chaco; Brasil devoraba una extensión inmensa hacia el oeste de sus fronteras. A Uruguay, gobernado por un títere de ambas potencias, no le tocaba nada. Mitre anunció que tomaría Asunción en tres meses. Pero la guerra duró cinco años. Fue una carnicería, ejecutada todo a lo largo de los fortines que defendían, tramo a tramo, el río Paraguay. El «oprobioso tirano» Francisco Solano López encarnó heroicamente la voluntad nacional de sobrevivir; el pueblo paraguayo, que no sufría la guerra desde hacía medio siglo, se inmoló a su lado. Hombres, mujeres, niños y viejos: todos se batieron como leones. Los prisioneros heridos se arrancaban las vendas para que no los obligaran a pelear contra sus hermanos. En 1870, López, a la cabeza de un ejército de espectros, ancianos y niños que se ponían barbas postizas para impresionar desde lejos, se internó en la selva. Las tropas invasoras asaltaron los escombros de Asunción con el cuchillo entre los dientes. Cuando finalmente el presidente paraguayo fue asesinado a bala y a lanza en la espesura del cerro Corá, alcanzó a decir: «¡Muero con mi patria! », y era verdad. Paraguay moría con él. Antes, López había hecho fusilar a su hermano y a un obispo, que con él marchaban en aquella caravana de la muerte. Los invasores venían para redimir al pueblo paraguayo: lo exterminaron. Paraguay tenía, al comienzo de la guerra, poco menos población que Argentina. Sólo doscientos cincuenta mil paraguayos, menos de la sexta parte, sobrevivían en 1870. Era el triunfo de la civilización. Los vencedores, arruinados por el altísimo costo del crimen, quedaban en manos de los banqueros ingleses que habían financiado la aventura. El imperio esclavista de Pedro II, cuyas tropas se nutrían de esclavos y presos, ganó, no obstante, territorios, más de sesenta mil kilómetros cuadrados, y también mano de obra, porque muchos prisioneros paraguayos marcharon a trabajar en los cafetales paulistas con la marca de hierro de la esclavitud. La Argentina del presidente Mitre, que había aplastado a sus propios caudillos federales, se quedó con noventa y cuatro mil kilómetros cuadrados de tierra paraguaya y otros frutos del botín, según el propio Mitre había anunciado cuando escribió: «Los prisioneros y demás artículos de guerra nos los dividiremos en la forma convenida». Uruguay, donde ya los herederos de Artigas habían sido muertos o derrotados y la oligarquía mandaba, participó de la guerra como socio menor y sin recompensas. Algunos de los soldados uruguayos enviados a la campaña del Paraguay habían subido a los buques con las manos atadas. Los tres países sufrieron una bancarrota financiera que agudizó su dependencia frente a Inglaterra. La matanza de Paraguay los signó para siempre (Solano López arde todavía en la memoria. Cuando el Museo Histórico Nacional de Río de Janeiro anunció, en setiembre de 1969, que inauguraría una vitrina dedicada al presidente paraguayo, los militares reaccionaron furiosamente. El general Mourão Filho, que había desencadenado el golpe de Estado de 1964, declaró a la prensa. «Un viento de locura barre al país... Solano López es una figura que debe ser borrada para siempre de nuestra historia, como paradigma del dictador uniformado sudamericano. Fue un sanguinario que destruyó al Paraguay, llevándolo a una guerra imposible»).
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Los vencedores implantaron, dentro de las fronteras reducidas por el despojo, el librecambio y el latifundio. Todo fue saqueado y todo fue vendido: las tierras y los bosques, las minas, los yerbales, los edificios de las escuelas. Sucesivos gobiernos títeres serían instalados, en Asunción, por las fuerzas extranjeras de ocupación. No bien terminó la guerra, sobre las ruinas todavía humeantes de Paraguay cayó el primer empréstito extranjero de su historia. Era británico, por supuesto. Su valor nominal alcanzaba el millón de libras esterlinas, pero a Paraguay llegó bastante menos de la mitad; en los años siguientes, las refinanciaciones elevaron la deuda a más de tres millones. (…) la industria nacional no resucitó nunca.
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SIETE AÑOS DESPUÉS

1 Han pasado siete años desde que Las ventas abiertas de América Latina se publicó por primera vez. Este libro había sido escrito para conversar con la gente. Un autor no especializado se dirigía a un público no especializado, con la intención de divulgar ciertos hechos que la historia oficial, historia contada por los vencedores, esconde o miente.
La respuesta más estimulante no vino de las páginas literarias de los diarios, sino de algunos episodios reales ocurridos en la calle. Por ejemplo, la muchacha que iba leyendo este libro para su compañera de asiento y terminó parándose y leyéndolo en voz alta para todos los pasajeros mientras el ómnibus atravesaba las calles de Bogotá; o la mujer que huyó de Santiago de Chile, en los días de la matanza, con este libro envuelto entre los pañales del bebé; o el estudiante que durante una semana recorrió las librerías de la calle Corrientes, en Buenos Aires, y lo fue leyendo de a pedacitos, de librería en librería, porque no tenía dinero para comprarlo.
De la misma manera, los comentarios más favorables que este libro recibió no provienen de ningún crítico de prestigio sino de las dictaduras militares que lo elogiaron prohibiéndolo. Por ejemplo, Las venas no puede circular en mi país, Uruguay, ni en Chile, y en la Argentina las autoridades lo denunciaron, en la televisión y los diarios, como un instrumento de corrupción de la juventud. «No dejan ver lo que escribo», decía Blas de Otero, «porque escribo lo que veo».
Creo que no hay vanidad en la alegría de comprobar, al cabo del tiempo, que Las venas no ha sido un libro mudo.
2 Sé que pudo resultar sacrílego que este manual de divulgación hable de economía política en el estilo de una novela de amor o de piratas. Pero se me hace cuesta arriba, lo confieso, leer algunas obras valiosas de ciertos sociólogos, politicólogos, economistas o historiadores, que escriben en código. El lenguaje hermético no siempre es el precio inevitable de la profundidad. Puede esconder simplemente, en algunos casos, una incapacidad de comunicación elevada a la categoría de virtud intelectual. Sospecho que el aburrimiento sirve así, a menudo, para bendecir el orden establecido: confirma que el conocimiento es un privilegio de las élites. Algo parecido suele ocurrir, dicho sea de paso, con cierta literatura militante dirigida a un público de convencidos. Me parece conformista, a pesar de toda su posible retórica revolucionaria; un lenguaje que mecánicamente repite, para los mismos oídos, las mismas frases hechas, los mismos adjetivos, las mismas fórmulas declamatorias. Quizás esa literatura de parroquia esté tan lejos de la revolución como la pornografía está lejos del erotismo.
3 Uno escribe para tratar de responder a las preguntas que le zumban en la cabeza, moscas tenaces que perturban el sueño, y lo que uno escribe puede cobrar sentido colectivo cuando de alguna manera coincide con la necesidad social de respuesta. Escribí “Las venas…” para difundir ideas ajenas y experiencias propias que quizás ayuden un poquito, en su realista medida, a despejar las interrogantes que nos persiguen desde siempre: ¿Es América Latina una región del mundo condenada a la humillación y a la pobreza? ¿Condenada por quién? ¿Culpa de Dios, culpa de la naturaleza? ¿El clima agobiante, las razas inferiores? ¿La religión, las costumbres? ¿No será la desgracia un producto de la historia, hecha por los hombres y que por los hombres puede, por lo tanto, ser deshecha?
La veneración por el pasado me pareció siempre reaccionaria. La derecha elige el pasado porque prefiere a los muertos: mundo quieto, tiempo quieto. Los poderosos, que legitiman sus privilegios por la herencia, cultivan la nostalgia. Se estudia historia como se visita un museo; y esa colección de momias es una estafa. Nos mienten el pasado como nos mienten el presente: enmascaran la realidad. Se obliga al oprimido a que haga suya una memoria fabricada por el opresor, ajena, disecada, estéril. Así se resignará a vivir una vida que no es la suya como si fuera la única posible.
En “Las venas…”, el pasado aparece siempre convocado por el presente, como memoria viva del tiempo nuestro. Este libro es una búsqueda de claves de la historia pasada que contribuyen a explicar el tiempo presente, que también hace historia, a partir de la base de que la primera condición para cambiar la realidad consiste en conocerla. No se ofrece, aquí, un catálogo de héroes vestidos como para un baile de disfraz; que al morir en batalla pronuncian solemnes frases larguísimas, sino que se indagan el sonido y la huella de los pasos multitudinarios que presienten nuestros andares de ahora. Las venas proviene de la realidad, pero también de otros libros, mejores que éste, que nos han ayudado a conocer qué somos, para saber qué podemos ser, y que nos han permitido averiguar de dónde venimos para mejor adivinar adónde vamos. Esa realidad y esos libros muestran que el subdesarrollo latinoamericano es una consecuencia del desarrollo ajeno, que los latinoamericanos somos pobres porque es rico el suelo que pisamos y que los lugares privilegiados por la naturaleza han sido malditos por la historia. En este mundo nuestro, mundo de centros poderosos y suburbios sometidos, no hay riqueza que no resulte, por lo menos, sospechosa.
4 En el tiempo transcurrido desde la primera edición de Las venas la historia no ha dejado de ser, para nosotros, una maestra cruel. El sistema ha multiplicado el hambre y el miedo; la riqueza continuó concentrándose y la pobreza difundiéndose. Así lo reconocen los documentos de los organismos internacionales especializados, cuyo aséptico lenguaje llama «países en vías de desarrollo» a nuestras oprimidas comarcas y denomina «redistribución regresiva del ingreso» al empobrecimiento implacable de la clase trabajadora.
El engranaje internacional ha continuado funcionando: los países al servicio de las mercancías, los hombres al servicio de las cosas.
Con el paso del tiempo, se van perfeccionando los métodos de exportación de las crisis. El capital monopolista alcanza su más alto grado de concentración y su dominio internacional de los mercados, los créditos y las inversiones hace posible el sistemático y creciente traslado de las contradicciones: los suburbios pagan el precio de la prosperidad, sin mayores sobresaltos, de los centros.
El mercado internacional continúa siendo una de las llaves maestras de esta operación. Allí ejercen su dictadura las corporaciones multinacionales -multinacionales, como dice Sweezy, porque operan en muchos países, pero bien nacionales, por cierto, en su propiedad y control. La organización mundial de la desigualdad no se altera por el hecho de que actualmente el Brasil exporte, por ejemplo, automóviles Volkswagen a otros países sudamericanos y a los lejanos mercados de África y el Cercano Oriente. Al fin y al cabo, es la empresa alemana Volkswagen quien ha decidido que resulta más conveniente exportar automóviles, para ciertos mercados, desde su filial brasileña: son brasileños los bajos costos de producción, los brazos baratos, y son alemanas las altas ganancias.
Tampoco se rompe la camisa de fuerza por arte de magia cuando una materia prima consigue escapar a la maldición de los precios bajos. Este fue el caso del petróleo a partir de 1973. ¿Acaso no es el petróleo un negocio internacional? ¿Son empresas árabes o latinoamericanas la Standard Oil de Nueva jersey, ahora llamada Exxon, la Royal Dutch Shell o la Gulf? ¿Quién se lleva la parte del león? Ha resultado revelador, por lo demás, el escándalo desatado contra los países productores de petróleo, que osaron defender su precio y fueron inmediatamente convertidos en los chivos emisarios de la inflación y la desocupación obrera en Europa y Estados Unidos. ¿Alguna vez consultaron a alguien, los países más desarrollados, antes de aumentar el precio de cualquiera de sus productos? Desde hacía veinte años, el precio del petróleo caía y caía. Su cotización vil representó un gigantesco subsidio a los grandes centros industriales del mundo, cuyos productos, en cambio, resultaban cada vez más caros. En relación al incesante aumento de precio de los productos estadounidenses y europeos, la nueva cotización del petróleo no ha hecho más que devolverlo a sus niveles de 1952. El petróleo crudo simplemente recuperó el poder de compra que tenía dos décadas atrás.
5 Uno de los episodios importantes ocurridos en estos siete años fue la nacionalización del petróleo en Venezuela. La nacionalización no rompió la dependencia venezolana en materia de refinación y comercialización, pero abrió un nuevo espacio de autonomía. A poco de nacer, la empresa estatal, Petróleos de Venezuela, ya ocupaba el primer lugar entre las quinientas empresas más importantes de América Latina. Empezó la exploración de nuevos mercados además de los tradicionales y rápidamente Petroven obtuvo cincuenta nuevos clientes. Como siempre, sin embargo, cuando el Estado se hace dueño de la principal riqueza de un país, corresponde preguntarse quién es el dueño del Estado. La nacionalización de los recursos básicos no implica, de por sí, la redistribución del ingreso en beneficio de la mayoría, ni pone necesariamente en peligro el poder ni los privilegios de la minoría dominante. En Venezuela continúa funcionando, intacta, la economía del despilfarro. En su centro resplandece, iluminada por el gas neón, una clase social multimillonaria y derrochona. En 1976, las importaciones aumentaron un veinticinco por ciento, en buena medida para financiar artículos de lujo que inundan el mercado venezolano en catarata. Fetichismo de la mercancía como símbolo de poder, existencia humana reducida a relaciones de competencia y consumo: en medio del océano del subdesarrollo la minoría privilegiada imita el modo de vida y las modas de los miembros más ricos de las más opulentas sociedades del mundo: en el estrépito de Caracas, como en Nueva York, los bienes «naturales» por excelencia -el aire, la luz, el silencio- se vuelven cada vez más caros y escasos. «Cuidado», advierte Juan Pablo Pérez Alfonso, patriarca del nacionalismo venezolano y profeta de la recuperación del petróleo: «Se puede morir de indigestión», dice, «tanto como de hambre» 1. (Entrevista de Jean-Pierre Clerc en Le Monde, París, 8-9 de mayo de 1977).
6 Terminé de escribir Las venas en los últimos días de 1970.
En los últimos días de 1977, Juan Velasco Alvarado murió en una mesa de operaciones. Su féretro fue llevado en hombros hasta el cementerio por la mayor multitud jamás vista en las calles de Lima. El general Velasco Alvarado, nacido en casa humilde en las secas tierras del norte del Perú, había encabezado un proceso de reformas sociales y económicas. Fue la tentativa de cambio de mayor alcance y profundidad en la historia contemporánea de su país. A partir del levantamiento de 1968, el gobierno militar impulsó una reforma agraria de verdad y abrió cauce a la recuperación de los recursos naturales usurpados por el capital extranjero. Pero cuando Velasco Alvarado murió se habían celebrado, tiempo antes, los funerales de la revolución. El proceso creador tuvo vida fugaz; terminó ahogado por el chantaje de los prestamistas y los mercaderes y por la fragilidad implícita en todo proyecto paternalista y sin base popular organizada.
En vísperas de la Navidad del 77, mientras el corazón del general Velasco Alvarado latía por última vez en el Perú, en Bolivia otro general, que en nada se le parece, daba un seco golpe de puño sobre el escritorio. El general Hugo Bánzer, dictador de Bolivia, decía no a la amnistía de los presos, los exiliados y los obreros despedidos. Cuatro mujeres y catorce niños, llegados a La Paz desde las minas de estaño, iniciaron entonces una huelga de hambre.
-No es el momento -opinaron los entendidos-. Ya les diremos cuándo...
Ellas se sentaron en el piso.
-No estamos consultando -dijeron las mujeres-. Estamos informando. La decisión está tomada. Allá en la mina, huelga de hambre siempre hay. Nomás nacer y ya empieza la huelga de hambre. Allá también nos hemos de morir. Más lento, pero también nos hemos de morir.
El gobierno reaccionó castigando, amenazando; pero la huelga de hambre desató fuerzas contenidas durante mucho tiempo. Toda Bolivia se sacudió y mostró los dientes. Diez días después, no eran cuatro mujeres y catorce niños: mil cuatrocientos trabajadores y estudiantes se habían alzado en huelga de hambre. La dictadura sintió que el suelo se abría bajo los pies. Y se arrancó la amnistía general.
Así atravesaron la frontera entre 1977 y 1978 dos países de los Andes. Más al norte, en el Caribe, Panamá esperaba la prometida liquidación del estatuto colonial del canal, al cabo de una espinosa negociación con el nuevo gobierno de Estados Unidos, y en Cuba el pueblo estaba de fiesta: la revolución socialista festejaba, invicta, sus primeros diecinueve años de vida. Pocos días después, en Nicaragua, la multitud se lanzó, furiosa, a las calles. El dictador Somoza, hijo del dictador Somoza, espiaba por el ojo de la cerradura. Varias empresas fueron incendiadas por la cólera popular. Una de ellas, llamada Plasmaféresis; estaba especializada en vampirismo. La empresa Plasmaféresis, arrasada por el fuego a principios del 78, era propiedad de exiliados cubanos y se dedicaba a vender sangre nicaragüense a los Estados Unidos. (En el negocio de la sangre, como en todos los demás, los productores reciben apenas la propina. La empresa Hemo Caribbean, por ejemplo, paga a los haitianos tres dólares por cada litro que revende a veinticinco en el mercado norteamericano.)
7. En agosto del 76, Orlando Letelier publicó un artículo denunciando que el terror de la dictadura de Pinochet y la «libertad económica» de los pequeños grupos privilegiados son dos caras de una misma medalla (The Nation, 28 de agosto. Letelier, que había sido ministro en el gobierno de Salvador Allende, estaba exiliado en los Estados Unidos. Allí voló en pedazos poco tiempo después (El crimen ocurrió en Washington, el 21 de septiembre de 1976. Varios exiliados políticos de Uruguay, Chile y Bolivia habían sido asesinados, antes, en la Argentina. Entre ellos, los más notorios fueron el general Carlos Prats, figura clave en el esquema militar del gobierno de Allende, cuyo automóvil estalló en un garaje de Buenos Aires el 27 de septiembre de 1974; el general Juan José Torres, que había encabezado un breve gobierno antiimperialista en Bolivia, fue acribillado a balazos el 15 de junio de 1976; y los legisladores uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, secuestrados, torturados y asesinados, también en Buenos Aires, entre el 18 y el 21 de marzo de 1976). En su artículo, sostenía que es absurdo hablar de libre competencia en una economía como la chilena, sometida a los monopolios que juegan a su antojo con los precios, y que resulta irrisorio mencionar los derechos de los trabajadores en un país donde los sindicatos auténticos están fuera de la ley y los salarios se fijan por decreto de la junta militar. Letelier describía el prolijo desmontaje de las conquistas realizadas por el pueblo chileno durante el gobierno de la Unidad Popular. De los monopolios y oligopolios industriales nacionalizados por Salvador Allende, la dictadura había devuelto la mitad a sus antiguos propietarios y había puesto en venta la otra mitad. Firestone había comprado la fábrica nacional de neumáticos; Parsons and Whittemore, una gran planta de pulpa de papel... La economía chilena, decía Letelier, está ahora más concentrada y monopolizada que en las vísperas del gobierno de Allende'(4 También fue arrasada la reforma agraria que había someneado bajo el gobierno de la Democracia Cristiana y fue profundizada por la Unidad Popular. Véase Marfa Beatriz de Albuquerque W., «La agricultura chilena: ¿modernización capitalista o regresión a formas tradicionales? Comentarios sobre la contra-reforma agraria en Chile, Iberoamericana, vol. vr:2, 1976, Institute of Latin American Studies, Estocolmo.). Negocios libres como nunca, gente presa como nunca: en América Latina, la libertad de empresa es incompatible con las libertades públicas.
¿Libertad de mercado? Desde principios de 1975 es libre, en Chile, el precio de la leche. El resultado no se hizo esperar. Dos empresas dominan el mercado. El precio de la leche aumentó inmediatamente, para los consumidores, en un 40 por ciento, mientras el precio para los productores bajaba en un 22 por ciento. La mortalidad infantil, que se había reducido bastante durante la Unidad Popular, pegó un salto dramático a partir de Pinochet. Cuando Letelier fue asesinado en una calle de Washington, la cuarta parte de la población de Chile no recibía ningún ingreso y sobrevivía gracias a la caridad ajena o a la propia obstinación y picardía.
El abismo que en América Latina se abre entre el bienestar de pocos y la desgracia de muchos es infinitamente mayor que en Europa o en Estados Unidos. Son por lo tanto, mucho más feroces los métodos necesarios para salvaguardar esa distancia. Brasil tiene un ejército enorme y muy bien equipado, pero destina a gastos de educación el cinco por ciento del presupuesto nacional. En Uruguay, la mitad del presupuesto es absorbida actualmente por las fuerzas armadas y la policía: la quinta parte de la población activa tiene la función de vigilar, perseguir o castigar a los demás.
Sin duda, uno de los hechos más importantes de estos años de la década del 70 en nuestras tierras, fue una tragedia: la insurrección militar que el 11 de septiembre de 1973 volteó al gobierno democrático de Salvador Allende y sumergió a Chile en un baño de sangre.
Poco antes, en junio, un golpe de estado en Uruguay había disuelto el Parlamento, había puesto fuera de la ley a los sindicatos y había prohibido toda actividad política. (5 Tres meses después, hubo elecciones en la Universidad. Eran las únicas elecciones que quedaban. Los candidatos de la dictadura obtuvieron el 2,5 por 100 de los votos universitarios. Por lo tanto, en defensa de la democracia, la dictadura encarceló a medio mundo y entregó la Universidad a ese dos y medio por ciento.)
En marzo del 76, los generales argentinos volvieron al poder: el gobierno de la viuda de Juan Domingo Perón, convertido en un pudridero, se desplomó sin pena ni gloria.
Los tres países del sur son, ahora, una llaga del mundo, una continua mala noticia. Torturas, secuestros, asesinatos y destierros se han convertido en costumbres cotidianas. Estas dictaduras, ¿son tumores a extirpar de organismos sanos o el pus que delata la infección del sistema?
Existe siempre, creo, una íntima relación entre la intensidad de la amenaza y la brutalidad de la respuesta. No puede entenderse, creo, lo que hoy ocurre en Brasil y en Bolivia sin tener en cuenta la experiencia de los regímenes de Jango Goulart y Juan José Torres. Antes de caer, estos gobiernos habían puesto en práctica una serie de reformas sociales y habían llevado adelante una política económica nacionalista, a lo largo de un proceso cortado en 1964 en el Brasil y en 1971 en Bolivia. De la misma manera, bien se podría decir que Chile, Argentina y Uruguay están expiando el pecado de esperanza. El ciclo de profundos cambios durante el gobierno de Allende, las banderas de justicia que movilizaron a las masas obreras argentinas y flamearon alto durante el fugaz gobierno de Héctor Cámpora en 1973 y la acelerada politización de la juventud uruguaya, fueron todos desafíos que un sistema impotente y en crisis no podía soportar. El violento oxígeno de la libertad resultó fulminante para los espectros y la guardia pretoriana fue convocada a salvar el orden. El plan de limpieza es un plan de exterminio.
8. Las actas del Congreso de los Estados Unidos suelen registrar testimonios irrefutables sobre las intervenciones en América Latina. Mordidas por los ácidos de la culpa, las conciencias realizan su catarsis en los confesionarios del Imperio. En estos últimos tiempos, por ejemplo, se han multiplicado los reconocimientos oficiales de la responsabilidad de los Estados Unidos en diversos desastres. Amplias confesiones públicas han probado, entre otras cosas, que el gobierno de los Estados Unidos participó directamente, mediante el soborno, el espionaje y el chantaje, en la política chilena. En Washington se planificó la estrategia del crimen. Desde 1970, Kissinger y los servicios de informaciones prepararon cuidadosamente la caída de Allende. Millones de dólares fueron distribuidos entre los enemigos del gobierno legal de la Unidad Popular. Así pudieron sostener su larga huelga, por ejemplo, los propietarios de camiones, que en 1973 paralizaron buena parte de la economía del país. La certidumbre de la impunidad afloja las lenguas. Cuando el golpe de estado contra Goulart, los Estados Unidos tenían en el Brasil su embajada mayor del mundo. Lincoln Gordon, que era el embajador, reconoció trece años más tarde, ante un periodista, que su gobierno financiaba desde tiempo atrás a las fuerzas que se oponían a las reformas: «Qué diablos», dijo Gordon. «Eso era más o menos un hábito, en aquel período... La CIA estaba acostumbrada a disponer de fondos políticos» ( Veja, núm 444, San Pablo, 9 de marzo de 1977.). En la misma entrevista, Gordon explicó que en los días del golpe el Pentágono emplazó un enorme portaviones y cuatro navíos-tanques ante las costas brasileñas para el caso de que las fuerzas anti-Goulart pidieran nuestra ayuda». Esta ayuda, dijo, «no sería apenas moral. Daríamos apoyo logístico, abastecimientos, municiones, petróleo».
Desde que el presidente Jimmy Carter inauguró la política de derechos humanos, se ha hecho habitual que los regímenes latinoamericanos impuestos gracias a la intervención norteamericana formulen encendidas declaraciones contra la intervención norteamericana en sus asuntos internos.
El Congreso de los Estados Unidos resolvió, en 1976 y 1977, suspender la ayuda económica y militar a varios países. La mayor parte de la ayuda externa de los Estados Unidos no pasa, sin embargo, por el filtro del Congreso. Así, a pesar de las declaraciones y las resoluciones y las protestas, el régimen del general Pinochet recibió, durante 1976, 290 millones de dólares de ayuda directa de los Estados Unidos sin autorización parlamentaria. Al cumplir su primer año de vida, la dictadura argentina del general Videla había recibido quinientos millones de dólares de bancos privados norteamericanos y 415 millones de dos instituciones (Banco Mundial y BID) donde los Estados Unidos tienen influencia decisiva. Los derechos especiales de giro de la Argentina en el Fondo Monetario Internacional, que eran de 64 millones de dólares en 1975, habían subido a setecientos millones un par de años después.
Parece saludable la preocupación del presidente Carter por la carnicería que están sufriendo algunos países latinoamericanos, pero los actuales dictadores no son autodidactas: han aprendido las técnicas de la represión y el arte de gobernar en los cursos del Pentágono en Estados Unidos y en la zona del Canal de Panamá. Esos cursos continúan hoy en día y, que se sepa, no han variado en un ápice su contenido. Los militares latinoamericanos que hoy constituyen piedra de escándalo para los Estados Unidos, han sido buenos alumnos. Hace unos cuantos años, cuando era secretario de Defensa, el actual presidente del Banco Mundial, Robert McNamara, lo dijo con todas sus letras: «Ellos son los nuevos líderes. No necesito explayarme sobre el valor de tener en posiciones de liderazgo a hombres que previamente han conocido de cerca cómo pensamos y hacemos las cosas los americanos. Hacernos amigos de esos hombres no tiene precio»'(7 U. S. House of Representatives, Committee on Appropriations, Foreign Operations Appropriations for 1963, Hesrings 87th Congress, 2 nd- Session, Part. 1.)
Quienes hicieron al paralítico, ¿pueden ofrecernos la silla de ruedas?
9. Los obispos de Francia hablan de otro tipo de responsabilidad, más profunda, menos visible'(8 Declaración de Lourdes, octubre de 1976.): «Nosotros, que pertenecemos a las naciones que pretenden ser las más avanzadas del mundo, formamos parte de los que se benefician de la explotación de los países en vías de desarrollo. No vemos los sufrimientos que ello provoca en la carne y en el espíritu de pueblos enteros. Nosotros contribuimos a reforzar la división del mundo actual, en el que sobresale la dominación de los pobres por los ricos, de los débiles por los poderosos. ¿Sabemos que nuestro desperdicio de recursos y de materias primas no sería posible sin el control del intercambio comercial por parte de los países occidentales? ¿No vemos quién se aprovecha del tráfico de armas, del que nuestro país ha dado tristes ejemplos? ¿Comprendemos acaso que la militarización de los regímenes de los países pobres es una de las consecuencias de la dominación económica y cultural ejercidas por los países industrializados, en los que la vida se rige por el afán de ganancias y los poderes del dinero?».
Dictadores, torturadores, inquisidores: el terror tiene funcionarios, como el correo o los bancos, y se aplica porque resulta necesario. No se trata de una conspiración de perversos. El general Pinochet puede parecer un personaje de la pintura negra de Goya, un banquete para psicoanalistas o el heredero de una truculenta tradición de las repúblicas bananeras. Pero los rasgos clínicos o folklóricos de tal o cual dictador, que sirven para condimentar la historia, no son la historia. ¿Quién se atrevería a sostener, hoy día, que la primera guerra mundial estalló a causa de los complejos del Káiser Guillermo, que tenía un brazo más corto que el otro? «En los países democráticos no se revela el carácter de violencia que tiene la economía; en los países autoritarios, ocurre lo mismo con el carácter económico de la violencia», había escrito Bertolt Brecht, a fines de 1940, en su diario de trabajo.
En los países del sur de América Latina, los centuriones han ocupado el poder en función de una necesidad del sistema y el terrorismo de estado se pone en funcionamiento cuando las clases dominantes ya no pueden realizar sus negocios por otros medios. En nuestros países no existiría la tortura si no fuera eficaz; y la democracia formal tendría continuidad si se pudiera garantizar que no escapara al control de los dueños del poder. En tiempos difíciles, la democracia se vuelve un crimen contra la seguridad nacional -o sea, contra la seguridad de los privilegios internos y las inversiones extranjeras. Nuestras máquinas de picar carne humana integran un engranaje internacional. La sociedad entera se militariza, el estado de excepción deviene permanente y se vuelve hegemónico el aparato de represión a partir de un ajuste de tuercas desde los centros del sistema imperialista. Cuando la sombra de la crisis acecha, es preciso multiplicar el saqueo de los países pobres para garantizar el pleno empleo, las libertades públicas y las altas tasas de desarrollo en los países ricos. Relaciones de víctima y verdugo, dialéctica siniestra: hay una estructura de humillaciones sucesivas que empieza en los mercados internacionales y en los centros financieros y termina en la casa de cada ciudadano.
10. Haití es el país más pobre del hemisferio occidental. Allí hay más lavapiés que lustrabotas: niños que a cambio de una moneda lavan los pies de clientes descalzos, que no tienen zapatos para lustrar. Los haitianos viven, en promedio, poco más de treinta años. De cada diez haitianos, nueve no saben leer ni escribir. Para el consumo interno, se cultivan las ásperas laderas de las montañas. Para la exportación, los valles fértiles: las mejores tierras se dedican al café, al azúcar, al cacao y otros productos que requiere el mercado norteamericano. Nadie juega al béisbol en Haití, pero Haití es el principal productor mundial de pelotas de béisbol. No faltan en el país talleres donde los niños trabajan por un dólar diario armando cassettes y piezas electrónicas. Son por supuesto, productos de exportación; y, por supuesto, también se exportan las ganancias, una vez deducida la parte que corresponde a los administradores del terror. El menor asomo de protesta implica, en Haití, la prisión o la muerte. Por increíble que parezca, los salarios de los trabajadores haitianos han perdido, entre 1971 y 1975, una cuarta parte de su bajísimo valor real (Le nouvelliste, Puerto Príncipe, Haití, 19-20 de marzo de 1977. Dato citado por Agustín Cueva en El desarrollo del capitalismo en América Latina, Siglo XXI, México, 1977. Significativamente, en ese período entró al país un nuevo flujo de capital estadounidense).
Recuerdo un editorial de un diario de Buenos Aires, publicado hace un par de años. Un viejo diario conservador bramaba de ira porque en algún documento internacional la Argentina aparecía como un país subdesarrollado y dependiente. ¿Cómo una sociedad culta, europea, próspera y blanca podía ser medida con la misma vara que un país tan pobre y tan negro como Haití?
Sin duda, las diferencias son enormes -aunque poco tienen que ver con las categorías de análisis de la arrogante oligarquía de Buenos Aires. Pero, con todas las diversidades y contradicciones que se quiera, la Argentina no está a salvo del círculo vicioso que estrangula la economía latinoamericana en su conjunto y no hay esfuerzo de exorcismo intelectual que pueda sustraerla a la realidad que comparten, quien más, quien menos, los demás países de la región.
Al fin y al cabo, las matanzas del general Videla no son más civilizadas que las de Papa Doc Duvalier o su heredero en el trono, aunque la represión tenga, en la Argentina, un nivel tecnológico más alto. Y en lo esencial, ambas dictaduras actúan al servicio del mismo objetivo: proporcionar brazos baratos a un mercado internacional que exige productos baratos.
Apenas llegada al poder, la dictadura de Videla se apresuró a prohibir las huelgas y decretó la libertad de precios al mismo tiempo que encarcelaba los salarios. Cinco meses después del golpe de estado, la nueva ley de inversiones extranjeras colocó en igualdad de condiciones a las empresas extranjeras y nacionales. La libre competencia terminó, así, con la situación de injusta desventaja en que se encontraban algunas corporaciones multinacionales frente a las empresas locales. Por ejemplo, la desamparada General Motors, cuyo volumen mundial de ventas equivale nada menos que al producto nacional bruto de la Argentina entera. También es libre, ahora, con frágiles limitaciones, la remisión de utilidades al extranjero y la repatriación del capital invertido.
Cuando el régimen cumplió su primer año de vida, el valor real de los salarios se había reducido al cuarenta por ciento. Fue una hazaña lograda por el terror. «Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror», denunció el escritor Rodolfo Walsh en una carta abierta. La carta fue enviada el 29 de marzo del 77 a los tres jefes de la junta de gobierno. Ese mismo día, Walsh fue secuestrado y desapareció.
11. Fuentes insospechables confirman que una ínfima parte de las nuevas inversiones extranjeras directas en América Latina proviene realmente del país de origen. Según una investigación publicada por el Departamento de Comercio de los Estados Unidos (10 Ida May Mantel, «Sources and uses of funds for a sample of majorityowned foreign affiliates of U. S. companies, 1966-1972», U. S. Department of Commerce, Survey of Current Business, julio de 1975.), apenas un doce por ciento de los fondos vienen de la matriz estadounidense, un 22 por ciento corresponde a ganancias obtenidas en América Latina y el 66 por ciento restante sale de las fuentes de crédito interno y, sobre todo, del crédito internacional. La proporción es semejante para las inversiones de origen europeo o japonés; y hay que tener en cuenta que a menudo ese doce por ciento de inversión que viene de las casas matrices no es más que el resultado del traspaso de maquinarias ya utilizadas o que simplemente refleja la cotización arbitraria que las empresas imponen a su know- how industrial, a las patentes o a las marcas. Las corporaciones multinacionales, pues, no sólo usurpan el crédito interno de los países donde operan, a cambio de un aporte de capital bastante discutible, sino que además les multiplican la deuda externa.
La deuda externa latinoamericana era, en 1975, casi tres veces mayor que en 1969 "(11 Naciones Unidas, Comisión Económica para América latina (CEPAL), El desarrollo económico y social y las relaciones externas de América Latina, Santo Domingo, República Dominicana, febrero de 1977.). Brasil, México, Chile y Uruguay destinaron, en 1975, aproximadamente la mitad de sus ingresos por exportaciones al pago de las amortizaciones y los intereses de la deuda y al pago de las ganancias de las empresas extranjeras establecidas en esos países. Los servicios de deuda y las remesas de utilidades tragaron, ese año, el 55 por ciento de las exportaciones de Panamá y el 60 por ciento de las de Perú'(12 El dinero, que tiene alitas, viaja sin pasaporte. Buena parte de las ganancias generadas por la explotación de nuestros recursos se fuga a Estados Unidos, a Suiza, a Alemania Federal o a otros países donde pega un salto de circo para luego volver a nuestras comarcas convertida en empréstitos.). En 1969, cada habitante de Bolivia debía 137 dólares al exterior. En 1977, debía 483. Los habitantes de Bolivia no fueron consultados ni vieron un solo centavo de esos préstamos que les han puesto la soga al cuello.
El Citibank no figura como candidato en ninguna lista, en los pocos países latinoamericanos donde todavía se realizan elecciones; y ninguno de los generales que ejercen las dictaduras se llama Fondo Monetario Internacional. Pero, ¿cuál es la mano que ejecuta y cuál la conciencia que ordena? Quien presta, manda. Para pagar, hay que exportar más, y hay que exportar más para financiar las importaciones y para hacer frente a la hemorragia de las ganancias y los royalties que las empresas extranjeras drenan hacia sus casas matrices. El aumento de las exportaciones, cuyo poder de compra disminuye, implica salarios de hambre. La pobreza masiva, clave del éxito de una economía volcada al exterior, impide el crecimiento del mercado interno de consumo en la medida necesaria para sustentar un desarrollo económico armonioso. Nuestros países se vuelven ecos y van perdiendo la propia voz. Dependen de otros, existen en tanto dan respuesta a las necesidades de otros. A su vez, la remodelación de la economía en función de la demanda externa nos devuelve a la estrangulación original: abre las puertas al saqueo de los monopolios extranjeros y obliga a contraer nuevos y mayores empréstitos ante la banca internacional. El círculo vicioso es perfecto: la deuda externa y la inversión extranjera obligan a multiplicar exportaciones que ellas mismas van devorando. La tarea no puede llevarse a cabo con buenos modales. Para que los trabajadores latinoamericanos cumplan con su función de rehenes de la prosperidad ajena, han de mantenerse prisioneros -del lado de adentro o del lado de afuera de los barrotes de las cárceles.
12. La explotación salvaje de la mano de obra no es incompatible con la tecnología intensiva. Nunca lo fue, en nuestras tierras: por ejemplo, las legiones de obreros bolivianos que dejaron los pulmones en las minas de Oruro, en los tiempos de Simón Patiño, trabajaban en régimen de esclavitud asalariada pero con maquinaria muy moderna. El barón del estaño supo combinar los más altos niveles de la tecnología de su época con los niveles más bajos de salarios (13 Agustín Cueva, obra citada).
Además, en nuestros días, la importación de la tecnología de las economías más adelantadas coincide con el proceso de expropiación de las empresas industriales de capital local por parte de las todopoderosas corporaciones multinacionales. El movimiento de centralización de capital se cumple a través de «una quema despiadada de los niveles empresariales obsoletos, que no por azar son justamente los de propiedad nacional» (ídem.). La desnacionalización acelerada de la industria latinoamericana trae consigo una creciente dependencia tecnológica. La tecnología, decisiva clave de poder, está monopolizada, en el mundo capitalista, por los centros metropolitanos. La tecnología viene de segunda mano, pero esos centros cobran las copias como si fueran originales. En 1970, México pagó el doble que en 1968 por la importación de tecnología extranjera. Entre 1965 y 1969, Brasil duplicó sus pagos; y otro tanto ocurrió, en el mismo periodo, con la Argentina.
El trasplante de la tecnología aumenta las nutridas deudas con el exterior y tiene devastadoras consecuencias sobre el mercado de trabajo. En un sistema organizado para el drenaje de ganancias al exterior, la mano de obra de la empresa «tradicional» va perdiendo oportunidades de empleo. A cambio de un dudoso impulso dinamizador sobre el resto de la economía, los islotes de la industria moderna sacrifican brazos al reducir el tiempo de trabajo necesario para la producción. La existencia de un nutrido y creciente ejército de desocupados facilita, a su vez, el asesinato del valor real de los salarios.
13. Hasta los documentos de la CEPAL hablan, ahora, de una redivisión internacional del trabajo. De aquí a unos años, aventura la esperanza de los técnicos, quizás América Latina exporte manufacturas en la misma medida en que hoy vende al exterior materias primas y alimentos. «Las diferencias de salarios entre países desarrollados y en desarrollo -incluyendo los de América Latina- pueden inducir una nueva división de actividades entre países desplazando, por razones de competencia, industrias en que el costo del trabajo sea muy importante, desde los primeros hacia los segundos. Los costos de la mano de obra para la industria manufacturera, por ejemplo, son generalmente mucho más bajos en México o Brasil que en Estados Unidos» (15 Naciones Unidas, CEPAL, op cit)
¿Impulso de progreso o aventura neocolonial? La maquinaria eléctrica y no eléctrica ya figura entre los principales productos de exportación de México. En el Brasil, crece la venta al exterior de vehículos y armamentos. Algunos países latinoamericanos viven una nueva etapa de industrialización, en gran medida inducida y orientada por las necesidades extranjeras y los dueños extranjeros de los medios de producción. ¿No será éste otro capítulo a agregar a nuestra larga historia del «desarrollo hacia afuera»? En los mercados internacionales, los precios en ascenso constante no corresponden genéricamente a los «productos manufacturados», sino a las mercancías más sofisticadas y de mayor componente tecnológico, que son privativas de las economías de mayor desarrollo. El principal producto de exportación de América Latina, venda lo que venda, materias primas o manufacturas, son sus brazos baratos.
¿No ha sido, la nuestra, una continua experiencia histórica de mutilación y desintegración disfrazada de desarrollo? Siglos atrás, la conquista arrasó los suelos para implantar cultivos de exportación y aniquiló las poblaciones indígenas en los socavones y los lavaderos para satisfacer la demanda de plata y oro en ultramar. La alimentación de la población precolombina que pudo sobrevivir al exterminio empeoró con el progreso ajeno. En nuestros días, el pueblo del Perú produce harina de pescado, muy rica en proteínas, para las vacas de Estados Unidos y de Europa, pero las proteínas brillan por su ausencia en la dieta de la mayoría de los peruanos. La filial de la Volkswagen en Suiza planta un árbol por cada automóvil que vende, gentileza ecológica, al mismo tiempo que la filial de la Volkswagen en Brasil arrasa centenares de hectáreas de bosques que dedicará a la producción intensiva de carne de exportación. Cada vez vende más carne al extranjero el pueblo brasileño -que rara vez come carne. No hace mucho, en una conversación, Darcy Ribeiro me decía que una república volkswagen no es diferente, en lo esencial, de una república bananera. Por cada dólar que produce la exportación de bananas, apenas once centavos quedan en el país productor (UNCTAD, The marketing and distribution system for bananas. Diciembre de 1974.), y de esos once centavos una parte insignificante corresponde a los trabajadores de las plantaciones. ¿Se alteran las proporciones cuando un país latinoamericano exporta automóviles?
Ya los barcos negreros no cruzan el océano. Ahora los traficantes de esclavos operan desde el Ministerio de Trabajo. Salarios africanos, precios europeos. ¿Qué son los golpes de estado, en América Latina, sino sucesivos episodios de una guerra de rapiña? De inmediato, las flamantes dictaduras invitan a las empresas extranjeras a explotar la mano de obra local, barata y abundante, el crédito ilimitado, las exoneraciones de impuestos y los recursos naturales al alcance de la mano.
14. Los empleados del plan de emergencia del gobierno de Chile reciben salarios equivalentes a treinta dólares por mes. Un kilo de pan cuesta medio dólar. Reciben, por lo tanto, dos kilos de pan por día. El salario mínimo en Uruguay y Argentina equivale actualmente al precio de seis kilos de café. El salario mínimo en Brasil llega a sesenta dólares mensuales, pero los boia frias, obreros rurales ambulantes, cobran entre cincuenta centavos y un dólar por día en las plantaciones de café, soja y otros cultivos de exportación. El forraje que comen las vacas en México contiene más proteínas que la dieta de los campesinos que se ocupan de ellas. La carne de esas vacas se destina a unas pocas bocas privilegiadas dentro del país y sobre todo al mercado internacional. Al amparo de una generosa política de créditos y facilidades oficiales, florece en México la agricultura de exportación, mientras entre 1970 y 1976 ha descendido la cantidad de proteínas disponibles por habitante y en las zonas rurales solamente uno de cada cinco niños mexicanos tiene peso y estatura normales "(17 «Reflexiones sobre la desnutrición en México», Comercio exterior, Banco Nacional de Comercio Exterior, S. A., vol. 28, núm. 2, México, febrero de 1978.). En Guatemala, el arroz, el maíz y los frijoles destinados al consumo interno están abandonados a la buena de Dios, pero el café, el algodón y otros productos de exportación acaparan el 87 por ciento del crédito. De cada diez familias guatemaltecas que trabajan en el cultivo y la cosecha del café, principal fuente de divisas del país, apenas una se alimenta según los niveles mínimos adecuados (18 Roger Burbach y Patricia Flynn, «Agribusiness Targets Latin America», NACLA, volumen xu, núm. 1, Nueva York, enero-febrero de 1978.). En el Brasil, solamente un cinco por ciento del crédito agrícola se canaliza hacia el arroz, los frijoles y la mandioca -que constituyen la dieta básica de los brasileños. El resto deriva a los productos de exportación.
El reciente derrumbamiento del precio internacional del azúcar no desató, como antes ocurría, una oleada de hambre entre los campesinos de Cuba. En Cuba. ya no existe la desnutrición. A la inversa, el alza casi simultánea del precio internacional del café no alivió para nada la crónica miseria de los trabajadores de los cafetales del Brasil: El aumento de la cotización del café en 1976 -ocasional euforia provocada por las heladas que arrasaron las cosechas brasileñas- «no se reflejó directamente en los salarios», según reconoció un alto directivo del Instituto Brasileño del Café (19 ídem).
En realidad, los cultivos de exportación no son, de por sí, incompatibles con el bienestar de la población ni contradicen, de por sí, el desarrollo económico «hacia adentro». Al fin y al cabo, las ventas de azúcar al exterior han servido de palanca, en Cuba, para la creación de un mundo nuevo en el que todos tienen acceso a los frutos del desarrollo y la solidaridad es el eje de las relaciones humanas.
15. Ya se sabe quiénes son los condenados a pagar las crisis de reajuste del sistema. Los precios de la mayoría de los productos que América Latina vende bajan implacablemente en relación a los precios de los productos que compra a los países que monopolizan la tecnología, el comercio, la inversión y el crédito. Para compensar la diferencia, y hacer frente a las obligaciones ante el capital extranjero, es preciso cubrir en cantidad lo que se pierde en precio. Dentro de este marco, las dictaduras del Cono Sur han cortado por la mitad los salarios obreros y han convertido cada centro de producción en un campo de trabajos forzados. También los obreros tienen que compensar la caída del valor de su fuerza de trabajo, que es el producto que ellos venden al mercado. Los trabajadores están obligados a cubrir en cantidad, en cantidad de horas, lo que pierden en poder de compra del salario. Las leyes del mercado internacional se reproducen, así, en el micromundo de la vida de cada trabajador latinoamericano. Para los trabajadores que tienen «la suerte» de contar con un empleo fijo, las jornadas de ocho horas sólo existen en la letra muerta de las leyes. Es frecuente trabajar diez, doce, hasta catorce horas, y más de uno ha perdido los domingos.
Se han multiplicado, a la vez, los accidentes de trabajo, sangre humana ofrecida a los altares de la productividad. Tres ejemplos de fines de 1977 en Uruguay:
- Las canteras del ferrocarril, que producen piedras y balasto, duplican los rendimientos. A principios de la primavera, quince obreros mueren en una explosión de gelignita.
- Colas de desocupados ante una fábrica de cohetes artificiales. Varios niños en la producción. Se baten récords. El 20 de diciembre, un estallido: cinco trabajadores muertos y decenas de heridos.
- El 28 de diciembre, a las siete de la mañana, los obreros se niegan a entrar a una fábrica de conservas de pescado, porque sienten un fuerte olor a gas. Los amenazan: si no entran pierden el empleo. Ellos se siguen negando. Los amenazan: vamos a llamar a los soldados. La empresa ya ha convocado al ejército otras veces. Los obreros entran. Cuatro muertos y varios hospitalizados. Había una fuga de gas amoníaco (20. Datos de fuentes sindicales y periodísticas, publicados en Uruguay Informations, núms. 21 y 25, Paris.).
Mientras tanto, la dictadura proclama con orgullo: los uruguayos pueden comprar, más baratos que nunca, whisky escocés, mermelada inglesa, jamón de Dinamarca, vino francés, atún español y trajes de Taiwán.

16. María Carolina de Jesús nació en medio de la basura y los buitres.
Creció, sufrió, trabajó duro; amó hombres, tuvo hijos. En una libreta anotaba, con mala letra, sus tareas y sus días.
Un periodista leyó esas libretas por casualidad y María Carolina de Jesús se convirtió en una escritora famosa. Su libro Quarto de despejo, «La favela», diario de cinco años de vida en un suburbio sórdido de la ciudad de San Pablo, fue leído en cuarenta países y traducido a trece idiomas.
Cenicienta del Brasil, producto de consumo mundial, María Carolina de Jesús salió de la favela, recorrió mundo, fue entrevistada y fotografiada, premiada por los críticos, agasajada por los caballeros y recibida por los presidentes.
Y pasaron los años. A principios del 77, una madrugada de domingo María Carolina de Jesús murió en medio de la basura y los buitres. Nadie recordaba ya a la mujer que había escrito: «El hambre es la dinamita del cuerpo humano».
Ella, que había vivido de las sobras, pudo ser, fugazmente, una elegida. Le fue permitido sentarse a la mesa. Después de los postres, se rompió el encanto. Pero mientras su sueño transcurría, Brasil había continuado siendo un país donde cada día quedan cien obreros lisiados por accidentes de trabajo y donde, de cada diez niños, cuatro nacen obligados a convertirse en mendigos, ladrones o magos.
Aunque sonrían las estadísticas, se jode la gente. En sistemas organizados al revés, cuando crece la economía también crece, con ella, la injusticia social. En el período más exitoso del «milagro» brasileño, aumentó la tasa de mortalidad infantil en los suburbios de la ciudad más rica del país. La súbita prosperidad del petróleo en Ecuador trajo televisión en colores en lugar de escuelas y hospitales.
Las ciudades se van hinchando hasta el estallido. En 1950, América Latina tenía seis ciudades con más de un millón de habitantes. En 1980 tendrá veinticinco'(21 Naciones Unidas, CEPAL, op. Cit.). Las vastas legiones de trabajadores que el campo expulsa comparten, en las orillas de los grandes centros urbanos, la misma suerte que el sistema reserva a los jóvenes ciudadanos «sobrantes». Se perfeccionan, picaresca latinoamericana, las formas de supervivencia de los buscavidas. <El sistema productivo ha venido mostrando una visible insuficiencia para generar empleo productivo que absorba a la creciente fuerza de trabajo de la región, en especial los grandes contingentes de mano de obra urbana... »
(Idem).
Un estudio de la Organización Internacional del Trabajo señalaba no hace mucho que en América Latina hay más de 110 millones de personas en condiciones de «grave pobreza». De ellas, setenta millones pueden considerarse «indigentes» '(23 OIT, Empleo, crecimiento y necesidades esenciales, Ginebra, 1976.). ¿Qué porcentaje de la población come menos de lo necesario? En el lenguaje de los técnicos, recibe «ingresos inferiores al costo de la alimentación mínima equilibrada» un 42 por ciento de la población del Brasil, un 43 % de los colombianos, un 49 % de los hondureños, un 31 %a de los mexicanos, un 45 % de los peruanos, un 29 % de los chilenos, un 35 % de los ecuatorianos (Naciones Unidas, CEPAL, op. cit.).
¿Cómo ahogar las explosiones de rebelión de las grandes mayorías condenadas?
¿Cómo prevenir esas posibles explosiones? ¿Cómo evitar que esas mayorías sean cada vez más amplias si el sistema no funciona para ellas? Excluida la caridad, queda la policía.
17. En nuestras tierras, la industria del terror paga caro, como cualquier otra, el know-how extranjero. Se compra y se aplica, en gran escala, la tecnología norteamericana de la represión, ensayada en los cuatro puntos cardinales del planeta. Pero sería injusto no reconocer cierta capacidad creadora, en este campo de actividades, a las clases dominantes latinoamericanas.
Nuestras burguesías no fueron capaces de un desarrollo económico independiente y sus tentativas de creación de una industria nacional tuvieron vuelo de gallina, vuelo corto y bajito. A lo largo de nuestro proceso histórico, los dueños del poder han dado también, sobradas pruebas de su falta de imaginación política y de su esterilidad cultural. En cambio, han sabido montar una gigantesca maquinaria del miedo y han hecho aportes propios a la técnica del exterminio de las personas y las ideas. Es reveladora en este sentido, la experiencia reciente de los países del río de la Plata.
«La tarea de desinfección nos llevará mucho tiempo», advirtieron de entrada los militares argentinos. Las fuerzas armadas fueron convocadas sucesivamente por las clases dominantes de Uruguay y Argentina para aplastar a las fuerzas del cambio, arrancar sus raíces, perpetuar el orden interno de privilegios y generar condiciones económicas y políticas seductoras para el capital extranjero: tierra arrasada, país en orden, trabajadores mansos y baratos. No hay nada más ordenado que un cementerio. La población se convirtió de inmediato en el enemigo interior. Cualquier signo de vida, protesta o mera duda, constituye un peligroso desafío desde el punto de vista de la doctrina militar de la seguridad nacional. Se han articulado, pues, complejos mecanismos de prevención y castigo.
Una profunda racionalidad se esconde por debajo de las apariencias. Para operar con eficacia, la represión debe parecer arbitraria. Excepto la respiración, toda actividad humana puede constituir un delito. En Uruguay la tortura se aplica como sistema habitual de interrogatorio: cualquiera puede ser su víctima, y no sólo los sospechosos y los culpables de actos de oposición. De esta manera se difunde el pánico de la tortura entre todos los ciudadanos, como un gas paralizante que invade cada casa y se mete en el alma de cada ciudadano.
En Chile, la cacería dejó un saldo de treinta mil muertos, pero en Argentina no se fusila: se secuestra. Las víctimas desaparecen. Los invisibles ejércitos de la noche realizan la tarea. No hay cadáveres, no hay responsables. Así la matanza -siempre oficiosa, nunca oficial- se realiza con mayor impunidad, y así se irradia con mayor potencia la angustia colectiva. Nadie rinde cuentas, nadie brinda explicaciones. Cada crimen es una dolorosa incertidumbre para los seres cercanos a la víctima y también una advertencia para todos los demás. El terrorismo de estado se propone paralizar a la población por el miedo.
Para obtener trabajo o conservarlo, en Uruguay es preciso contar con el visto bueno de los militares. En un país donde resulta tan difícil conseguir empleo fuera de los cuarteles y las comisarías, esta obligación no sólo sirve para empujar al éxodo a buena parte de los trescientos mil ciudadanos fichados como izquierdistas. También es útil para amenazar a los restantes. Los diarios de Montevideo suelen publicar arrepentimientos públicos y declaraciones de ciudadanos que se golpean el pecho por si acaso: «Nunca he sido, no soy, ni seré...».
En Argentina ya no es necesario prohibir ningún libro por decreto. El nuevo Código Penal sanciona, como siempre, al escritor y al editor de un libro que se considere subversivo. Pero además castiga al impresor, para que nadie se atreva a imprimir un texto simplemente dudoso, y también al distribuidor y al librero, para que nadie se atreva a venderlo, y por si fuera poco castiga al lector, para que nadie se atreva a leerlo y mucho menos a guardarlo. El consumidor de un libro recibe así el trato que las leyes reservan al consumidor de drogas. En el proyecto de una sociedad de sordomudos, cada ciudadano debe convertirse en su propio Torquemada (25. En Uruguay, los inquisidores se han modernizado. Curiosa mezcla de barbarie y sentido capitalista del negocio. Los militares ya no queman los libros: ahora los venden a las empresas papeleras. Las papeleras los pican, los convierten en pulpa de papel y los devuelven al mercado de consumo. No es verdad que Marx no esté al alcance del público. No está en forma de libros. Está en forma de servilletas.).
En Uruguay, no delatar al prójimo es un delito. Al ingresar a la Universidad, los estudiantes juran por escrito que denunciarán a todo aquel que realice, en el ámbito universitario, «cualquier actividad ajena a las funciones de estudio». El estudiante se hace co-responsable de cualquier episodio que ocurra en su presencia. En el proyecto de una sociedad de sonámbulos, cada ciudadano debe ser el policía de sí mismo y de los demás. Sin embargo, el sistema, con toda razón, desconfía. Suman cien mil los policías y los soldados en Uruguay, pero también suman cien mil los informantes. Los espías trabajan en las calles y en los cafés y en los ómnibus, en las fábricas y los liceos, en las oficinas y en la Universidad. Quien se queja en voz alta porque está tan cara y dura la vida, va a parar a la cárcel: ha cometido un «atentado contra la fuerza moral de las Fuerzas Armadas», que se paga con tres a seis años de prisión.
18. En el referéndum de enero del 78, el voto por sí a la dictadura de Pinochet se marcó con una cruz bajo la bandera de Chile. El voto por no, en cambio, se marcó bajo un rectángulo negro.
El sistema quiere confundirse con el país. El sistema es el país, dice la propaganda oficial que día y noche bombardea a los ciudadanos. El enemigo del sistema es un traidor a la patria. La capacidad de indignación contra la injusticia y la voluntad de cambio constituyen las pruebas de la deserción. En muchos países de América Latina, quien no está desterrado más allá de las fronteras, vive el exilio en la propia tierra.
Pero al mismo tiempo que Pinochet celebraba su victoria, la dictadura llamaba «ausentismo laboral colectivo» a las huelgas que estallaban en todo Chile a pesar del terror. La gran mayoría de los secuestrados y desaparecidos en Argentina está formada por obreros que desarrollaban alguna actividad sindical. Sin cesar se incuban, en la inagotable imaginación popular, nuevas formas de lucha, el trabajo a tristeza, el trabajo a bronca, y la solidaridad encuentra nuevos cauces para eludir al miedo. Varias huelgas unánimes se sucedieron en Argentina a lo largo de 1977, cuando el peligro de perder la vida era tan cierto como el riesgo de perder el trabajo. No se destruye de un plumazo el poder de respuesta de una clase obrera organizada y con larga tradición de pelea. En mayo del mismo año, cuando la dictadura uruguaya hizo el balance de su programa de vaciamiento de conciencias y castración colectiva, se vio obligada a reconocer que «todavía queda en el país un treinta y siete por ciento de ciudadanos interesados por la política» (Conferencia de prensa del presidente Aparicio Méndez, el 21 de mayo de 1977, en Paysandú. «Estamos evitando al país la tragedia de la pasión política», dijo el presidente. «Los hombres de bien no hablan de dictaduras, no piensan en dictaduras ni reclaman derechos humanos.»)
No asistimos en estas tierras a la infancia salvaje del capitalismo, sino a su cruenta decrepitud. El subdesarrollo no es una etapa del desarrollo. Es su consecuencia. El subdesarrollo de América Latina proviene del desarrollo ajeno y continúa alimentándolo. Impotente por su función de servidumbre internacional, moribundo desde que nació, el sistema tiene pies de barro. Se postula a sí mismo como destino y quisiera confundirse con la eternidad. Toda memoria es subversiva, porque es diferente, y también todo proyecto de futuro. Se obliga al zombi a comer sin sal: la sal, peligrosa, podría despertarlo. El sistema encuentra su paradigma en la inmutable sociedad de las hormigas. Por eso se lleva mal con la historia de los hombres, por lo mucho que cambia. Y porque en la historia de los hombres cada acto de destrucción encuentra su respuesta, tarde o temprano, en un acto de creación.
Eduardo Galeano
Calella, Barcelona, abril de 1978.

Cuestionario guía para la selección de Las venas abiertas de América Latina (E. Galeano)

Punto cero: Como este es un texto que parte de ciertas nociones básicas que quizás desconozcas, sería bueno que te familiarizaras con algunos términos (buscalos en Internet o preguntale a un amigo o familiar que creas que los conoce): oligarquía – librecambio - latifundio – imperialismo – colonialismo – despotismo – empréstito – derecha – izquierda - Fetichismo de la mercancía - know/how – monopolios – etc.-

El trabajo es así:

1-Elegí 2 de las siguientes citas para conectarlas con un ejemplo de la actualidad. Explicá y fundamentá la conexión que hiciste. 

CITA1: Es América Latina, la región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder. Todo: la tierra, sus frutos y sus profundidades ricas en minerales, los hombres y su capacidad de trabajo y de consumo, los recursos naturales y los recursos humanos. 

CITA 2: ¿Tenemos todo prohibido, salvo cruzarnos de brazos? La pobreza no está escrita en los astros; el subdesarrollo no es el fruto de un oscuro designio de Dios. Corren años de revolución, tiempos de redención. Las clases dominantes ponen las barbas en remojo, y a la vez anuncian el infierno para todos. En cierto modo, la derecha tiene razón cuando se identifica a sí misma con la tranquilidad y el orden: es el orden, en efecto, de la cotidiana humillación de las mayorías, pero orden al fin: la tranquilidad de que la injusticia siga siendo injusta y el hambre hambrienta.

CITA 3: El abismo que en América Latina se abre entre el bienestar de pocos y la desgracia de muchos es infinitamente mayor que en Europa o en Estados Unidos. Son por lo tanto, mucho más feroces los métodos necesarios para salvaguardar esa distancia. Brasil tiene un ejército enorme y muy bien equipado, pero destina a gastos de educación el cinco por ciento del presupuesto nacional. En Uruguay, la mitad del presupuesto es absorbida actualmente por las fuerzas armadas y la policía: la quinta parte de la población activa tiene la función de vigilar, perseguir o castigar a los demás. 

CITA 4: En nuestros países no existiría la tortura si no fuera eficaz; y la democracia formal tendría continuidad si se pudiera garantizar que no escapara al control de los dueños del poder. En tiempos difíciles, la democracia se vuelve un crimen contra la seguridad nacional -o sea, contra la seguridad de los privilegios internos y las inversiones extranjeras. Nuestras máquinas de picar carne humana integran un engranaje internacional. La sociedad entera se militariza, el estado de excepción deviene permanente y se vuelve hegemónico el aparato de represión a partir de un ajuste de tuercas desde los centros del sistema imperialista.
CITA 5: El Citibank no figura como candidato en ninguna lista, en los pocos países latinoamericanos donde todavía se realizan elecciones; y ninguno de los generales que ejercen las dictaduras se llama Fondo Monetario Internacional. Pero, ¿cuál es la mano que ejecuta y cuál la conciencia que ordena? Quien presta, manda. Para pagar, hay que exportar más, y hay que exportar más para financiar las importaciones y para hacer frente a la hemorragia de las ganancias y los royalties que las empresas extranjeras drenan hacia sus casas matrices. El aumento de las exportaciones, cuyo poder de compra disminuye, implica salarios de hambre. La pobreza masiva, clave del éxito de una economía volcada al exterior, impide el crecimiento del mercado interno de consumo en la medida necesaria para sustentar un desarrollo económico armonioso. Nuestros países se vuelven ecos y van perdiendo la propia voz. Dependen de otros, existen en tanto dan respuesta a las necesidades de otros. A su vez, la remodelación de la economía en función de la demanda externa nos devuelve a la estrangulación original: abre las puertas al saqueo de los monopolios extranjeros y obliga a contraer nuevos y mayores empréstitos ante la banca internacional. El círculo vicioso es perfecto: la deuda externa y la inversión extranjera obligan a multiplicar exportaciones que ellas mismas van devorando. La tarea no puede llevarse a cabo con buenos modales. Para que los trabajadores latinoamericanos cumplan con su función de rehenes de la prosperidad ajena, han de mantenerse prisioneros -del lado de adentro o del lado de afuera de los barrotes de las cárceles.
CITA 6: Es América Latina, la región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder. Todo: la tierra, sus frutos y sus profundidades ricas en minerales, los hombres y su capacidad de trabajo y de consumo, los recursos naturales y los recursos humanos.

2) Explicá por qué el texto dice que nuestras clases dominantes son “dominantes hacia dentro, (y) dominadas desde fuera”.

3) Explicá las siguientes citas:

a) Desde Cuba en adelante, también otros países han iniciado por distintas vías y con distintos medios la experiencia del cambio: la perpetuación del actual orden de cosas es la perpetuación del crimen.

b) El Citibank no figura como candidato en ninguna lista, en los pocos países latinoamericanos donde todavía se realizan elecciones; y ninguno de los generales que ejercen las dictaduras se llama Fondo Monetario Internacional.

c) La tecnología, decisiva clave de poder, está monopolizada, en el mundo capitalista, por los centros metropolitanos. La tecnología viene de segunda mano, pero esos centros cobran las copias como si fueran originales.

d) A cambio de un dudoso impulso dinamizador sobre el resto de la economía, los islotes de la industria moderna sacrifican brazos al reducir el tiempo de trabajo necesario para la producción. La existencia de un nutrido y creciente ejército de desocupados facilita, a su vez, el asesinato del valor real de los salarios.

4) Explicá brevemente y con tus palabras la guerra de la triple alianza. Causas, rasgos de Paraguay anteriores a la guerra, países que participaron, características de la guerra, consecuencias,

5) ¿Por qué creés vos que el autor dirá “la historia oficial, historia contada por los vencedores, esconde o miente”? (pensalo, no está en el texto).

6) “Nos mienten el pasado como nos mienten el presente: enmascaran la realidad. Se obliga al oprimido a que haga suya una memoria fabricada por el opresor, ajena, disecada, estéril. Así se resignará a vivir una vida que no es la suya como si fuera la única posible.” Justificá la verdad de la cita poniendo ejemplos que conozcas. Si no conocés, preguntá, investigá, pensá, y demás verbos que se te ocurran.

7) Extraé  4 juegos de palabras que te hayan gustado o, por lo menos, que te hayan parecido significativos. Por ejemplo: el subdesarrollo latinoamericano es una consecuencia del desarrollo ajeno.

8) ¿En qué tipo de mundo te parece que querría vivir el señor Eduardo Galeano? Hacé una enumeración extensa en forma de texto y justificá lo que escribiste.

9) Describí con tus palabras la situación de Chile, Uruguay y Paraguay en el contexto en el que se sitúa el libro de Galeano.

10) Explicá la participación norteamericana en las dictaduras de América Latina.

11) ¿Podrás conectar Paraguay con algunos de los datos que se dan en este texto? dale, sabemos que podés, no te hagas el/la humilde…

12) Explicá a qué se refiere exactamente la frase Quienes hicieron al paralítico, ¿pueden ofrecernos la silla de ruedas?” en la parte del texto en la que se encuentra. 

13) Justificá la verdad de esta cita: Cuando la sombra de la crisis acecha, es preciso multiplicar el saqueo de los países pobres para garantizar el pleno empleo, las libertades públicas y las altas tasas de desarrollo en los países ricos. Relaciones de víctima y verdugo, dialéctica siniestra: hay una estructura de humillaciones sucesivas que empieza en los mercados internacionales y en los centros financieros y termina en la casa de cada ciudadano.

14) Contradictorias injusticias, por ejemplo “Nadie juega al béisbol en Haití, pero Haití es el principal productor mundial de pelotas de béisbol”: extraé 7 del texto.

15) Explicá el funcionamiento de las corporaciones multinacionales y su relación con las deudas externas.

16) Justificá la verdad de la cita poniendo ejemplos que conozcas: “La población se convirtió de inmediato en el enemigo interior. Cualquier signo de vida, protesta o mera duda, constituye un peligroso desafío desde el punto de vista de la doctrina militar de la seguridad nacional. Se han articulado, pues, complejos mecanismos de prevención y castigo”.

17) ¿El texto termina con un final esperanzador o desesperanzador? Justificá tus palabras, reforzadas con citas textuales. Añadí tu opinión personal al respecto.