lunes, 14 de octubre de 2013

El "Quijote" resumen sin capítulos (para los que tienen el libro completo)


Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

Resumen de la primera parte (1605)

El libro comenzará con un prólogo de Cervantes que no vamos a desarrollar por acá, donde se burla de algunos escritores de su época en términos muy ácidos. Pero es importante que lo tengas en cuenta para cuando volvamos, más adelante, a mencionar este punto y las consecuencias que tuvo en la confección de la segunda parte de la obra.

En este punto vas a tener que leer los capítulos 1, 2 y 3.

(Resumen de los capítulos que siguen)

Tras haber sido armado caballero don Quijote parte de la venta en busca de aventuras. Interviene al ver el abuso de poder un labrador frente a su mozo, un jovencito a quien está azotando duramente. Don Quijote obtiene un éxito momentáneo al confiar en la palabra de honor del opresor pero una vez partido el caballero, el mozo es azotado con más fuerza que antes. Ignorando el hecho, sigue don Quijote y divisa unos mercaderes toledanos a los que quiere hacer confesar que su amada Dulcinea es la doncella más hermosa del mundo. No obstante, no lo consigue y es apaleado por los mercaderes. Tendido en el camino, delira y se cree Valdovinos, un caballero legendario. Pasa por allí casualmente un vecino suyo que lo encuentra y lo lleva a su casa. Mientras se repone de sus heridas, el cura y el barbero, sus dos amigos, junto con la sobrina y el ama, le queman casi toda la biblioteca: a medida que van mencionándose los libros, se hará una crítica de los mismos. Se salvarán algunos libros juzgados por buenos por el cura. Observá el siguiente recurso barroco (la realidad dentro de la ficción y la literatura dentro de la literatura):

“—Éste es —siguió el barbero— El Cancionero de López Maldonado.

—También el autor de ese libro —replicó el cura— es grande amigo mío, y sus versos en su boca admiran a quien los oye; y tal es la suavidad de la voz con que los canta, que encanta. Algo largo es en las églogas, pero nunca lo bueno fue mucho: guárdese con los escogidos. Pero, ¿qué libro es ese que está junto a él?

La Galatea, de Miguel de Cervantes —dijo el barbero.

—Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención; propone algo, y no concluye nada: es menester esperar la segunda parte que promete.”

¡¡Ahora, a leer el capítulo  7!!

(Resumen de los capítulos siguientes)

A partir de aquí don hará su segunda salida, a escondidas y acompañado por Sancho.

A partir de este momento  vivirá varias aventuras: enfrentará molinos de viento creyéndolos gigantes, y tendrá varias refriegas con distintos personajes en situaciones que su afiebrada fantasía relaciona con las presentadas en las novelas de caballerías. En todas ellas se encomendará a su señora Dulcinea, y de todas ellas saldrá vencido y aporreado. Sancho también resultará azotado, pero nunca pierde la ilusión de que se haga efectiva la promesa que don Quijote le hiciera al salir: la de que sus aventuras le darían como premio riquezas y poder en abundancia (la máxima aspiración de Sancho: ser gobernador de una ínsula, es decir, de una isla. Las islas aparecen en los libros de caballerías como lugares apartados, misteriosos y llenos de fantasía. Y en ellas no había gobernadores, que eran propios de la burguesía y no del mundo medieval)

 Don Quijote le enviará a Dulcinea una carta que Sancho llevará, obedeciendo a su amo, aunque sin saber bien a qué parte del Toboso, ya que como sabemos, Dulcinea no existía.  En el camino se encontrará con el cura y el barbero, a quienes da noticias de don Quijote. El cura decide disfrazarse de doncella en apuros y se presentará ante don Quijote, quien no le negará ayuda; así, consiente en acompañarla a una posada a la que él cree el castillo de la “doncella”.

Allí conocerá a mucha gente: todos quedan admirados de la locura de don Quijote, la cual se opone a su buen juicio, sabiduría y don de gentes cuando se trata de otro tema que no sea la caballería.  Con la ayuda de estas personas, el cura y el barbero idearán un plan para que don Quijote deje de arriesgar la vida como hasta este momento: disfrazados de fantasmas, brujos y ogros, lo secuestrarán mientras duerme. El plan es llevarlo a su casa encerrado en un carro, diciéndole que ha sido víctima de un encanto. Sancho también es víctima de este engaño, ya que a él no le dicen la verdad para que no malogre el plan. Mientras lo sacan de su habitación, se oye la voz  del barbero que en la oscuridad, imitando el tono de los libros de caballerías, dice:

“—¡Oh Caballero de la Triste Figura!, no te dé afincamiento[1] la prisión en que vas, porque así conviene para acabar más presto la aventura en que tu gran esfuerzo te puso; la cual se acabará cuando el furibundo león manchado con la blanca paloma tobosina yoguieren[2] en uno, ya después de humilladas las altas cervices al blando yugo matrimoñesco; de cuyo inaudito consorcio saldrán a la luz del orbe los bravos cachorros, que imitarán las rumpantes garras del valeroso padre. Y esto será antes que el seguidor de la fugitiva ninfa faga dos vegadas la visita de las lucientes imágenes con su rápido y natural curso. Y tú, ¡oh, el más noble y obediente escudero que tuvo espada en cinta, barbas en rostro y olfato en las narices!, no te desmaye ni descontente ver llevar así delante de tus ojos mesmos

a la flor de la caballería andante; que presto, si al plasmador[3] del mundo le place, te verás tan alto y tan sublimado que no te conozcas, y no saldrán defraudadas las promesas que te ha fecho tu buen señor. Y asegúrote, de parte de la sabia Mentironiana, que tu salario te sea pagado, como lo verás por la obra; y sigue las pisadas del valeroso y encantado caballero, que conviene que vayas donde paréis entrambos. Y, porque no me es lícito decir otra cosa, a Dios quedad, que yo me vuelvo adonde yo me sé.

Y, al acabar de la profecía, alzó la voz de punto, y diminuyóla después, con tan tierno acento, que aun los sabedores de la burla estuvieron por creer que era verdad lo que oían.

Quedó don Quijote consolado con la escuchada profecía, porque luego coligió de todo en todo la significación de ella; y vio que le prometían el verse ayuntados en santo y debido matrimonio con su querida Dulcinea del Toboso, de cuyo felice vientre saldrían los cachorros, que eran sus hijos, para gloria perpetua de la Mancha. Y, creyendo esto bien y firmemente, alzó la voz, y, dando un gran suspiro, dijo:

—¡Oh tú, quienquiera que seas, que tanto bien me has pronosticado!, ruégote que pidas de mi parte al sabio encantador que mis cosas tiene a cargo, que no me deje perecer en esta prisión donde agora me llevan, hasta ver cumplidas tan alegres e incomparables promesas como son las que aquí se me han hecho; que, como esto sea, tendré por gloria las penas de mi cárcel, y por alivio estas cadenas que me ciñen, y no por duro campo de batalla este lecho en que me acuestan, sino por cama blanda y tálamo dichoso. Y, en lo que toca a la consolación de Sancho Panza, mi escudero, yo confío de su bondad y buen proceder que no me dejará en buena ni en mala suerte; porque, cuando no suceda, por la suya o por mi corta ventura, el poderle yo dar la ínsula, o otra cosa equivalente que le tengo prometida, por lo menos su salario no podrá perderse; que en mi testamento, que ya está hecho, dejo declarado lo que se le ha de dar, no conforme a sus muchos y buenos servicios, sino a la posibilidad mía.

Sancho Panza se le inclinó con mucho comedimiento, y le besó entrambas las manos, porque la una no pudiera, por estar atadas entrambas.

Luego tomaron la jaula en hombros aquellas visiones, y la acomodaron en el carro de los bueyes.”

 

 

Así termina la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, con el protagonista en su casa, en cama y reponiéndose de sus muchas golpizas. Sin embargo, el libro terminará con  final abierto (al modo de los libros de caballerías, que solían hacerse al modo de las sagas actuales). El narrador informa sólo que el protagonista hizo una tercera salida., pero que no tiene más noticias sobre el tema.

 

El Quijote de 1605  tuvo mucho éxito y algunas continuaciones apócrifas; sin embargo, la más famosa fue el Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesto por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas, publicado en 1614. El autor utiliza un seudónimo: su verdadero nombre nunca pudo conocerse. En su prólogo se insulta a Cervantes, al invitarle a “bajar los humos y mostrar mayor modestia”, además de burlarse de su edad avanzada  y acusarle, sobre todo, de tener “más lengua que manos”. Recordemos que Cervantes tenía la mano izquierda inutilizada por su participación en la batalla de Lepanto. Viejo, tullido, agrio, envidioso, maldiciente, escritor caduco, hombre sin amigos, son algunas de las lindezas que figuran allí al hablar de Cervantes.  Ya en la primera parte (recordá que te dijimos que era un dato importante) Cervantes había lanzado sus dardos contra Lope de Vega, el dramaturgo más exitoso de su época: es de sospechar que esta continuación apócrifa haya sido escrita por algún amigo del escritor, y el prólogo por el mismo Lope.

 

Pues bien: Cervantes se enojó. No sólo hacen una continuación de su obra sino que además lo insultan desde el prólogo. Pero él ha vivido demasiado intensamente como para aceptar la situación sin revertirla: en menos de un año escribe  la segunda parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, donde éste hace su tercera y última salida, y la publicará en 1615.

 

 

Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

Resumen de la segunda parte (1615)

 Cervantes dirá en el prólogo, respondiendo al de Avellaneda:

 

“Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas, a lo menos, en la estimación de los que saben dónde se cobraron (…) Las (heridas) que el soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían a los demás al cielo de la honra (….); y hase de advertir que no se escribe con las canas, sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años.”

 

A pesar de los diez años que han pasado entre una publicación y otra, en la historia de don Quijote sólo ha pasado un mes. El héroe se está curando de sus heridas pero no de su locura. Sin embargo ha logrado lo que tanto ambicionaba: se ha hecho famoso, ya que Sancho trae noticias de que su historia se ha publicado, según se lo hace saber el joven estudiante Sansón Carrasco, ferviente admirador de don Quijote (por haber leído la Primera parte), a quien quiere conocer. Don Quijote se admira de que su historia se haya publicado, y se preocupa de que no se digan allí cosas que lo infamen; incluso llega a temer que sea algún sabio encantador enemigo suyo quien ha hecho tal prodigio. Sin embargo, Sansón Carrasco lo visitará y, conocedor de lo puntilloso que es don Quijote en lo que respecta a su honra, le mentirá, diciéndole que el libro sólo habla bien de él. Pero don Quijote es un hombre de acción: él no lee, él vive las aventuras para que otros hablen de ellas. Por lo tanto se conforma con los dichos de Sansón Carrasco y se dispone a hacer su tercera salida. Nadie podrá detenerlo, y con él irá Sancho, en búsqueda de la ínsula de sus sueños, que lo sacará de su condición de labrador.

 

Sin embargo, antes de partir, don Quijote quiere encomendarse a su señora Dulcinea, y envía a Sancho a pedirle que lo reciba. Sancho, que es crédulo pero no tonto, ya tiene serias dudas sobre la existencia de Dulcinea. Sin embargo no puede desobedecer la orden de su amo.

 Es entonces cuando Sancho genera una invención para no tener que contradecir a don Quijote. Esta mentira será sostenida hasta el final de la segunda parte, no solo por Sancho sino por otros personajes que más adelante vas a conocer. Cervantes a llamar a este episodio el “encantamiento de Dulcinea” Está en el capítulo X, así que a leerlo. Después seguimos con el resumen.

 

(Resumen de los capítulos siguientes)

Una noche, en medio de un bosque, don Quijote y Sancho encontrarán a ¡un verdadero caballero andante con escudero y todo! El caballero se está lamentando tristemente por los desaires de su señora, Casildea de Vandalia. Conmovido, don Quijote se acerca y se entabla una diálogo. Previamente le ha pedido a Sancho que se retire a conversar con el escudero del caballero desconocido.

“Entre muchas razones que pasaron don Quijote y el Caballero del Bosque, dice la historia que el del Bosque dijo a don Quijote:

—Finalmente, señor caballero, quiero que sepáis que mi destino, o, por mejor decir, mi elección, me trujo a enamorar de la sin par Casildea de Vandalia. Llámola sin par porque no le tiene, así en la grandeza del cuerpo como en el estremo del estado y de la hermosura. Esta tal Casildea, pues, que voy contando, pagó mis buenos pensamientos y comedidos deseos con hacerme ocupar, como su madrina a Hércules, en muchos y diversos peligros, prometiéndome al fin de cada uno que en el fin del otro llegaría el de mi esperanza; pero así se han ido eslabonando mis trabajos, que no tienen cuento, ni yo sé cuál ha de ser el último que dé principio al cumplimiento de mis buenos deseos. (…) En resolución, últimamente me ha mandado que discurra por todas las provincias de España y haga confesar a todos los andantes caballeros que por ellas vagaren que ella sola es la más aventajada en hermosura de cuantas hoy viven, y que yo soy el más valiente y el más bien enamorado caballero del orbe; en cuya demanda he andado ya la mayor parte de España, y en ella he vencido muchos caballeros que se han atrevido a contradecirme. Pero de lo que yo más me precio y ufano es de haber vencido, en singular batalla, a aquel tan famoso caballero don Quijote de la Mancha, y héchole confesar que es más hermosa mi Casildea que su Dulcinea; y en solo este vencimiento hago cuenta que he vencido todos los caballeros del mundo, porque el tal don Quijote que digo los ha vencido a todos; y, habiéndole yo vencido a él, su gloria, su fama y su honra se ha transferido y pasado a mi persona;

 

y tanto el vencedor es más honrado,
cuanto más el vencido es reputado;

 

así que, ya corren por mi cuenta y son mías las innumerables hazañas del ya referido don Quijote.

Admirado quedó don Quijote de oír al Caballero del Bosque, y estuvo mil veces por decirle que mentía, y ya tuvo el mentís en el pico de la lengua; pero reportóse lo mejor que pudo, por hacerle confesar por su propia boca su mentira; y así, sosegadamente le dijo:

—De que vuesa merced, señor caballero, haya vencido a los más caballeros andantes de España, y aun de todo el mundo, no digo nada; pero de que haya vencido a don Quijote de la Mancha, póngolo en duda. Podría ser que fuese otro que le pareciese, aunque hay pocos que le parezcan.

—¿Cómo no? —replicó el del Bosque—. Por el cielo que nos cubre, que peleé con don Quijote, y le vencí y rendí; y es un hombre alto de cuerpo, seco de rostro, estirado y avellanado de miembros, entrecano, la nariz aguileña y algo corva, de bigotes grandes, negros y caídos. Campea debajo del nombre del Caballero de la Triste Figura, y trae por escudero a un labrador llamado Sancho Panza; oprime el lomo y rige el freno de un famoso caballo llamado Rocinante, y, finalmente, tiene por señora de su voluntad a una tal Dulcinea del Toboso, llamada un tiempo Aldonza Lorenzo; como la mía, que, por llamarse Casilda y ser de la Andalucía, yo la llamo Casildea de Vandalia. Si todas estas señas no bastan para acreditar mi verdad, aquí está mi espada, que la hará dar crédito a la mesma incredulidad.

—Sosegaos, señor caballero —dijo don Quijote—, y escuchad lo que decir os quiero. Habéis de saber que ese don Quijote que decís es el mayor amigo que en este mundo tengo, y tanto, que podré decir que le tengo en lugar de mi misma persona, y que por las señas que dél me habéis dado, tan puntuales y ciertas, no puedo pensar sino que sea el mismo que habéis vencido. Por otra parte, veo con los ojos y toco con las manos no ser posible ser el mesmo, si ya no fuese que como él tiene muchos enemigos encantadores, especialmente uno que de ordinario le persigue, no haya alguno dellos tomado su figura para dejarse vencer, por defraudarle de la fama que sus altas caballerías le tienen granjeada y adquirida por todo lo descubierto de la tierra. Y, para confirmación desto, quiero también que sepáis que los tales encantadores sus contrarios no ha más de dos días que transformaron la figura y persona de la hermosa Dulcinea del Toboso en una aldeana soez y baja, y desta manera habrán transformado a don Quijote; y si todo esto no basta para enteraros en esta verdad que digo, aquí está el mesmo don Quijote, que la sustentará con sus armas a pie, o a caballo, o de cualquiera suerte que os agradare.

Y, diciendo esto, se levantó en pie y se empuñó en la espada, esperando qué resolución tomaría el Caballero del Bosque; el cual, con voz asimismo sosegada, respondió y dijo:

—Al buen pagador no le duelen prendas: el que una vez, señor don Quijote, pudo venceros transformado, bien podrá tener esperanza de rendiros en vuestro propio ser. Mas, porque no es bien que los caballeros hagan sus fechos de armas ascuras, como los salteadores y rufianes, esperemos el día, para que el sol vea nuestras obras. Y ha de ser condición de nuestra batalla que el vencido ha de quedar a la voluntad del vencedor, para que haga dél todo lo que quisiere, con tal que sea decente a caballero lo que se le ordenare.

—Soy más que contento desa condición y convenencia —respondió don Quijote.

Y, en diciendo esto, se fueron donde estaban sus escuderos, y los hallaron roncando y en la misma forma que estaban cuando les salteó el sueño. Despertáronlos y mandáronles que tuviesen a punto los caballos, porque, en saliendo el sol, habían de hacer los dos una sangrienta, singular y desigual[4] batalla…”

 

Llegado el amanecer, se enfrentan ambos caballeros. El desconocido lleva una armadura cubierta pequeños espejos, y también se pudo ver la “…nariz del escudero del Bosque, que era tan grande que casi le hacía sombra a todo el cuerpo. Cuéntase, en efecto, que era de demasiada grandeza, corva en la mitad y toda llena de verrugas, de color amoratado, como de berenjena; bajábale dos dedos más abajo de la boca; cuya grandeza, color, verrugas y encorvamiento así le afeaban el rostro…”

 

Ambos caballeros finalmente se enfrentan, con tan buena suerte para don Quijote, que derriba a su enemigo al primer golpe. Entonces

 

“…apeándose de Rocinante, fue sobre el de los Espejos, y, quitándole las lazadas del yelmo para ver si era muerto y para que le diese el aire si acaso estaba vivo; y vio... ¿Quién podrá decir lo que vio, sin causar admiración, maravilla y espanto a los que lo oyeren? Vio, dice la historia, el rostro mesmo, la misma figura, el mesmo aspecto, la misma fisonomía, la mesma efigie, la pespectiva mesma del bachiller Sansón Carrasco; y, así como la vio, en altas voces dijo:

—¡Acude, Sancho, y mira lo que has de ver y no lo has creer! ¡Aguija, hijo, y advierte lo que puede la magia, lo que pueden los hechiceros y los encantadores!

Llegó Sancho, y, como vio el rostro del bachiller Carrasco, comenzó a hacerse mil cruces y a santiguarse otras tantas. En todo esto, no daba muestras de estar vivo el derribado caballero, y Sancho dijo a don Quijote:

—Soy de parecer, señor mío, que, por sí o por no, vuesa merced hinque y meta la espada por la boca a este que parece el bachiller Sansón Carrasco; quizá matará en él a alguno de sus enemigos los encantadores.

—No dices mal —dijo don Quijote—, porque de los enemigos, los menos.

Y, sacando la espada para poner en efecto el aviso y consejo de Sancho, llegó el escudero del de los Espejos, ya sin las narices que tan feo le habían hecho, y a grandes voces dijo:

—Mire vuesa merced lo que hace, señor don Quijote, que ese que tiene a los pies es el bachiller Sansón Carrasco, su amigo, y yo soy su escudero.

Y, viéndole Sancho sin aquella fealdad primera, le dijo:

—¿Y las narices?

A lo que él respondió:

—Aquí las tengo, en la faldriquera.

Y, echando mano a la derecha, sacó unas narices de pasta y barniz, de máscara, de la manifactura que quedan delineadas. Y, mirándole más y más Sancho, con voz admirativa y grande, dijo:

—¡Santa María, y valme! ¿Éste no es Tomé Cecial, mi vecino y mi compadre?

—Y ¡cómo si lo soy! —respondió el ya desnarigado escudero—: Tomé Cecial soy, compadre y amigo Sancho Panza, y luego os diré los arcaduces,[5] embustes y enredos por donde soy aquí venido; y en tanto, pedid y suplicad al señor vuestro amo que no toque, maltrate, hiera ni mate al caballero de los Espejos, que a sus pies tiene, porque sin duda alguna es el atrevido y mal aconsejado del bachiller Sansón Carrasco, nuestro compatrioto.

En esto, volvió en sí el de los Espejos, lo cual visto por don Quijote, le puso la punta desnuda de su espada encima del rostro, y le dijo:

—Muerto sois, caballero, si no confesáis que la sin par Dulcinea del Toboso se aventaja en belleza a vuestra Casildea de Vandalia; y demás de esto habéis de prometer, si de esta contienda y caída quedárades con vida, de ir a la ciudad del Toboso y presentaros en su presencia de mi parte, para que haga de vos lo que más en voluntad le viniere; y si os dejare en la vuestra, asimismo habéis de volver a buscarme, que el rastro de mis hazañas os servirá de guía que os traiga donde yo estuviere, y a decirme lo que con ella hubiéredes pasado; condiciones que, conforme a las que pusimos antes de nuestra batalla, no salen de los términos de la andante caballería.

—Confieso —dijo el caído caballero— que vale más el zapato descosido y sucio de la señora Dulcinea del Toboso que las barbas mal peinadas, aunque limpias, de Casildea, y prometo de ir y volver de su presencia a la vuestra, y daros entera y particular cuenta de lo que me pedís.

—También habéis de confesar y creer —añadió don Quijote— que aquel caballero que vencistes no fue ni pudo ser don Quijote de la Mancha, sino otro que se le parecía, como yo confieso y creo que vos, aunque parecéis el bachiller Sansón Carrasco, no lo sois, sino otro que le parece, y que en su figura aquí me le han puesto mis enemigos, para que detenga y temple el ímpetu de mi cólera, y para que use blandamente de la gloria del vencimiento.

—Todo lo confieso, juzgo y siento como vos lo creéis, juzgáis y sentís —respondió el derrengado caballero—. Dejadme levantar, os ruego, si es que lo permite el golpe de mi caída, que asaz maltrecho me tiene.”

 

Don Quijote y Sancho parten victoriosos, y el narrador cuenta entonces que Sansón Carrasco había armado aquel embuste para vencer a don Quijote y obligarlo bajo juramento a volver a su casa.

 

(Resumen de los capítulos siguientes)

 

Nuestros dos amigos viven varias aventuras disparatadas, hasta que en cierta oportunidad conocen a un matrimonio de duques que también habían leído la historia de don Quijote. Como eran jóvenes y tenían ganas de divertirse, los invitan al palacio, donde por primera vez don Quijote recibe el trato distinguido que merece como caballero andante. Y Sancho está feliz, porque finalmente allí puede darse la gran vida, después de tantas peripecias desgraciadas. Los duques están fascinados con su nuevo pasatiempo, e inventan un montón de bromas, llenas de fantasía pero muy pesadas,  para reírse de don Quijote y Sancho, quienes creen ciertas todas las farsas en las que están confabulados todos los habitantes del palacio, y en las que los duques pondrán en juego toda la maquinaria de su poder. Por ejemplo, el duque le ofrece a Sancho el gobierno de una ínsula que posee. El gran sueño del escudero de pronto se volverá realidad. Pero esto ocurrirá más adelante.

Antes se presentará una extraña situación donde, esta vez, una mentira se vuelve realidad, ante el desconcierto del mentiroso: Sancho. Sancho le había contado en secreto a la duquesa cómo había engañado a don Quijote diciéndole que Dulcinea estaba encantada, como pudiste leer en el capítulo 10 de esta Segunda parte. Entonces, ahora  será Sancho el engañado. Cierto día, los duques salen de cacería con don Quijote,  Sancho y todos los cortesanos del palacio. Llegada la noche, se presenta en el bosque una extraña comitiva. El duque, haciéndose el sorprendido, saludará a una aterrorizadora figura:

 

“-¿Quién sois, adónde vais, y qué gente de guerra es la que por este bosque parece que atraviesa?

A lo que respondió el correo con voz horrísona y desenfadada:

—Yo soy el Diablo; voy a buscar a don Quijote de la Mancha; la gente que por aquí viene son seis tropas de encantadores, que sobre un carro triunfante traen a la sin par Dulcinea del Toboso. Encantada viene con el gallardo francés Montesinos, a dar orden a don Quijote de cómo ha de ser desencantada la tal señora.

—Si vos fuérades diablo, como decís y como vuestra figura muestra, ya hubiérades conocido al tal caballero don Quijote de la Mancha, pues le tenéis delante.

—En Dios y en mi conciencia —respondió el Diablo— que no miraba en ello, porque traigo en tantas cosas divertidos los pensamientos, que de la principal a que venía se me olvidaba.

—Sin duda —dijo Sancho— que este demonio debe de ser hombre de bien y buen cristiano, porque, a no serlo, no jurara en Dios y en mi conciencia. Ahora yo tengo para mí que aun en el mesmo infierno debe de haber buena gente.”

…………………………………………………………………………..

“Al compás de la agradable música vieron que hacia ellos venía un carro de los que llaman triunfales tirado de seis mulas pardas, encubertadas, empero, de lienzo blanco, y sobre cada una venía un diciplinante de luz, asimesmo vestido de blanco, con una hacha de cera grande encendida en la mano. Era el carro dos veces, y aun tres, mayor que los pasados, y los lados, y encima dél, ocupaban otros doce diciplinantes albos como la nieve, todos con sus hachas encendidas, vista que admiraba y espantaba juntamente; y en un levantado trono venía sentada una ninfa, vestida de mil velos de tela de plata, brillando por todos ellos infinitas hojas de argentería de oro, que la hacían, si no rica, a lo menos vistosamente vestida. Traía el rostro cubierto con un transparente y delicado cendal, de modo que, sin impedirlo sus lizos,[6] por entre ellos se descubría un hermosísimo rostro de doncella, y las muchas luces daban lugar para distinguir la belleza y los años, que, al parecer, no llegaban a veinte ni bajaban de diez y siete.

Junto a ella venía una figura vestida de una ropa de las que llaman rozagantes, hasta los pies, cubierta la cabeza con un velo negro; pero, al punto que llegó el carro a estar frente a frente de los duques y de don Quijote, cesó la música de las chirimías, y luego la de las arpas y laúdes que en el carro sonaban; y, levantándose en pie la figura de la ropa, la apartó a entrambos lados, y, quitándose el velo del rostro, descubrió patentemente ser la mesma figura de la muerte, descarnada y fea, de que don Quijote recibió pesadumbre y Sancho miedo, y los duques hicieron algún sentimiento temeroso. Alzada y puesta en pie esta muerte viva, con voz algo dormida y con lengua no muy despierta, comenzó a decir desta manera:

 

—Yo soy Merlín, aquel que las historias
dicen que tuve por mi padre al diablo
……………………………………………………

Y, puesto que es de los encantadores,
de los magos o mágicos contino
dura la condición, áspera y fuerte,
la mía es tierna, blanda y amorosa,
y amiga de hacer bien a todas gentes.

En las cavernas lóbregas de Dite,[7]
donde estaba mi alma entretenida
en formar ciertos rombos y caracteres,
llegó la voz doliente de la bella
y sin par Dulcinea del Toboso.
Supe su encantamento y su desgracia,
y su trasformación de gentil dama
en rústica aldeana; condolíme,
y, encerrando mi espíritu en el hueco
desta espantosa y fiera notomía,
después de haber revuelto cien mil libros
desta mi ciencia endemoniada y torpe,
vengo a dar el remedio que conviene
a tamaño dolor, a mal tamaño.

¡Oh tú, gloria y honor de cuantos visten
las túnicas de acero y de diamante!
A ti digo ¡oh varón, como se debe
por jamás alabado!, a ti, valiente
juntamente y discreto don Quijote,
de la Mancha esplendor, de España estrella,
que para recobrar su estado primo
la sin par Dulcinea del Toboso,
es menester que Sancho, tu escudero,
se dé tres mil azotes y trescientos
en ambas sus valientes posaderas,
al aire descubiertas, y de modo
que le escuezan, le amarguen y le enfaden.
Y en esto se resuelven todos cuantos
de su desgracia han sido los autores,
y a esto es mi venida, mis señores.

 

—¡Voto a tal! —dijo a esta sazón Sancho—. No digo yo tres mil azotes, pero así me daré yo tres como tres puñaladas. ¡Válate el diablo por modo de desencantar! ¡Yo no sé qué tienen que ver mis posas con los encantos! ¡Par Dios que si el señor Merlín no ha hallado otra manera como desencantar a la señora Dulcinea del Toboso, encantada se podrá ir a la sepultura!

—Tomaros he yo —dijo don Quijote—, don villano, harto de ajos, y amarraros he a un árbol, desnudo como vuestra madre os parió; y no digo yo tres mil y trescientos, sino seis mil y seiscientos azotes os daré, tan bien pegados que no se os caigan a tres mil y trescientos tirones. Y no me repliquéis palabra, que os arrancaré el alma.

Oyendo lo cual Merlín, dijo:

—No ha de ser así, porque los azotes que ha de recibir el buen Sancho han de ser por su voluntad, y no por fuerza, y en el tiempo que él quisiere; que no se le pone término señalado; pero permítesele que si él quisiere redimir su vejación por la mitad de este vapulamiento, puede dejar que se los dé ajena mano, aunque sea algo pesada.

—Ni ajena, ni propia, ni pesada, ni por pesar —replicó Sancho—: a mí no me ha de tocar alguna mano. ¿Parí yo, por ventura, a la señora Dulcinea del Toboso, para que paguen mis posas lo que pecaron sus ojos? El señor mi amo sí, que es parte suya, pues la llama a cada paso mi vida, mi alma, sustento y arrimo suyo, se puede y debe azotar por ella y hacer todas las diligencias necesarias para su desencanto; pero, ¿azotarme yo...? ¡Abernuncio![8]

Apenas acabó de decir esto Sancho, cuando, levantándose en pie la argentada ninfa que junto al espíritu de Merlín venía, quitándose el sutil velo del rostro, le descubrió tal, que a todos pareció mas que demasiadamente hermoso, y, con un desenfado varonil y con una voz no muy adamada, hablando derechamente con Sancho Panza, dijo:

—¡Oh malaventurado escudero, alma de cántaro, corazón de alcornoque, de entrañas guijeñas y apedernaladas! Si te mandaran, ladrón desuellacaras, que te arrojaras de una alta torre al suelo; si te pidieran, enemigo del género humano, que te comieras una docena de sapos, dos de lagartos y tres de culebras; si te persuadieran a que mataras a tu mujer y a tus hijos con algún truculento y agudo alfanje, no fuera maravilla que te mostraras melindroso y esquivo; pero hacer caso de tres mil y trescientos azotes, que no hay niño de la doctrina, por ruin que sea, que no se los lleve cada mes, admira, adarva,[9] espanta a todas las entrañas piadosas de los que lo escuchan, y aun las de todos aquellos que lo vinieren a saber con el discurso del tiempo. Muévate, socarrón y malintencionado monstro, que la edad tan florida mía, que aún se está todavía en el diez y... de los años, pues tengo diez y nueve y no llego a veinte, se consume y marchita debajo de la corteza de una rústica labradora; y si ahora no lo parezco, es merced particular que me ha hecho el señor Merlín, que está presente, sólo porque te enternezca mi belleza. Date, date en esas carnazas, bestión indómito, y pon en libertad la lisura de mis carnes, la mansedumbre de mi condición y la belleza de mi faz; y si por mí no quieres ablandarte ni reducirte a algún razonable término, hazlo por ese pobre caballero que a tu lado tienes; por tu amo, digo, de quien estoy viendo el alma, que la tiene atravesada en la garganta.

Don Quijote dijo, volviéndose al duque:

—Por Dios, señor, que Dulcinea ha dicho la verdad, que aquí tengo el alma atravesada en la garganta, como una nuez de ballesta.

—¿Qué decís vos a esto, Sancho? —preguntó la duquesa.

—Digo, señora —respondió Sancho—, lo que tengo dicho: que de los azotes, abernuncio.

—Abrenuncio habéis de decir, Sancho, y no como decís —dijo el duque.

—Déjeme vuestra grandeza —respondió Sancho—, que no estoy agora para mirar en sutilezas ni en letras más a menos; porque me tienen tan turbado estos azotes que me han de dar, o me tengo de dar, que no sé lo que me digo, ni lo que me hago. Pero querría yo saber de la señora mi señora doña Dulcinea del Toboso adónde aprendió el modo de rogar que tiene: viene a pedirme que me abra las carnes a azotes, y llámame alma de cántaro y bestión indómito, con una tiramira de malos nombres, que el diablo los sufra.”

 

A lo largo del resto de la obra, don Quijote rogará a Sancho se dé los azotes en cuestión, pero éste los irá postergando y la pobre Dulcinea nunca será desencantada.

 

(Resumen de los capítulos siguientes)

 

Una de las más ridículas y a la vez sublimes aventuras será la del caballo Clavileño, en la que se atreverán a viajar por el cielo. Unas damas de la duquesa deben llevar el rostro cubierto, porque por la maldición del malvado sabio encantador Malambruno tienen los rostros cubiertos de inmensas barbas. Acuden a pedir el socorro de don Quijote, ya que para deshacer la “maldición” deberá viajar con Sancho viajar en el caballo de madera Clavileño por los cielos, con los ojos cubiertos. Don Quijote acepta el desafío, pero Sancho tiene miedo y se resiste. Pero el duque le recordará que si quiere gobernar la ínsula que le ha prometido debe demostrarle que es un hombre valiente. Entonces, cuando Malambruno envía la máquina, ambos se suben, y con una serie de trucos (como echarles viento con fuelles o acercarles fuego para que les parezca que se acercan al sol) les harán creer que en realidad están volando. Al bajar, el hechizo se ha roto: las damas ya no tienen barba, y Sancho contará entusiasmado cómo espió por debajo de la venda y vio a los hombres desde arriba, del tamaño de una avellana, y hasta cómo se bajó de Clavileño para jugar con la constelación de las Siete Cabritas:

 

“Y sucedió que íbamos por parte donde están las siete cabrillas;[10] y en Dios y en mi ánima que, como yo en mi niñez fui en mi tierra cabrerizo, que así como las vi, ¡me dio una gana de entretenerme con ellas un rato...! Y si no le cumpliera me parece que reventara. Vengo, pues, y tomo, y ¿qué hago? Sin decir nada a nadie, ni a mi señor tampoco, bonita y pasitamente me apeé de Clavileño, y me entretuve con las cabrillas, que son como unos alhelíes y como unas flores, casi tres cuartos de hora, y Clavileño no se movió de un lugar, ni pasó adelante.

—Y, en tanto que el buen Sancho se entretenía con las cabras —preguntó el duque—, ¿en qué se entretenía el señor don Quijote?

A lo que don Quijote respondió:

—Como todas estas cosas y estos tales sucesos van fuera del orden natural, no es mucho que Sancho diga lo que dice. De mí sé decir que ni me descubrí por alto ni por bajo, ni vi el cielo ni la tierra, ni la mar ni las arenas. Bien es verdad que sentí que pasaba por la región del aire, y aun que tocaba a la del fuego; pero que pasásemos de allí no lo puedo creer, pues, estando la región del fuego entre el cielo de la luna y la última región del aire, no podíamos llegar al cielo donde están las siete cabrillas que Sancho dice, sin abrasarnos; y, pues no nos asuramos, o Sancho miente o Sancho sueña.

—Ni miento ni sueño —respondió Sancho—: si no, pregúntenme las señas de las tales cabras, y por ellas verán si digo verdad o no.

—Dígalas, pues, Sancho —dijo la duquesa.

—Son —respondió Sancho— las dos verdes, las dos encarnadas, las dos azules, y la una de mezcla.

—Nueva manera de cabras es ésa —dijo el duque—, y por esta nuestra región del suelo no se usan tales colores; digo, cabras de tales colores.

—Bien claro está eso —dijo Sancho—; sí, que diferencia ha de haber de las cabras del cielo a las del suelo.

—Decidme, Sancho —preguntó el duque—: ¿vistes allá en entre esas cabras algún cabrón?

—No, señor —respondió Sancho.”

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“Con el felice y gracioso suceso de la aventura de la Dolorida, quedaron tan contentos los duques, que determinaron pasar con las burlas adelante, viendo el acomodado[11] sujeto que tenían para que se tuviesen por veras; y así, habiendo dado la traza y órdenes que sus criados y sus vasallos habían de guardar con Sancho en el gobierno de la ínsula prometida, otro día, que fue el que sucedió al vuelo de Clavileño, dijo el duque a Sancho que se adeliñase[12] y compusiese para ir a ser gobernador, que ya sus insulanos le estaban esperando como el agua de mayo. Sancho se le humilló y le dijo:

—Después que bajé del cielo, y después que desde su alta cumbre miré la tierra y la vi tan pequeña, se templó en parte en mí la gana que tenía tan grande de ser gobernador; porque, ¿qué grandeza es mandar en un grano de mostaza, o qué dignidad o imperio el gobernar a media docena de hombres tamaños como avellanas, que, a mi parecer, no había más en toda la tierra? Si vuestra señoría fuese servido de darme una tantica parte del cielo, aunque no fuese más de media legua, la tomaría de mejor gana que la mayor ínsula del mundo.

—Mirad, amigo Sancho —respondió el duque—: yo no puedo dar parte del cielo a nadie, aunque no sea mayor que una uña, que a solo Dios están reservadas esas mercedes y gracias. Lo que puedo dar os doy, que es una ínsula hecha y derecha, redonda y bien proporcionada, y sobremanera fértil y abundosa, donde si vos os sabéis dar maña, podéis con las riquezas de la tierra granjear las del cielo.

—Ahora bien —respondió Sancho—, venga esa ínsula, que yo pugnaré por ser tal gobernador que, a pesar de bellacos, me vaya al cielo; y esto no es por codicia que yo tenga de salir de mis casillas ni de levantarme a mayores, sino por el deseo que tengo de probar a qué sabe el ser gobernador.

—Si una vez lo probáis, Sancho —dijo el duque—, comeros heis las manos tras el gobierno, por ser dulcísima cosa el mandar y ser obedecido. A buen seguro que cuando vuestro dueño llegue a ser emperador, que lo será sin duda, según van encaminadas sus cosas, que no se lo arranquen comoquiera, y que le duela y le pese en la mitad del alma del tiempo que hubiere dejado de serlo.

—Señor —replicó Sancho—, yo imagino que es bueno mandar, aunque sea a un hato de ganado.

—Con vos me entierren, Sancho, que sabéis de todo —respondió el duque—, y yo espero que seréis tal gobernador como vuestro juicio promete, y quédese esto aquí y advertid que mañana en ese mesmo día habéis de ir al gobierno de la ínsula, y esta tarde os acomodarán del traje conveniente que habéis de llevar y de todas las cosas necesarias a vuestra partida.

—Vístanme —dijo Sancho— como quisieren, que de cualquier manera que vaya vestido seré Sancho Panza.”

 

Antes de la partida, don Quijote tendrá una conversación a solas con Sancho, donde le dará una serie de consejos. (Es importante que sepas que Sancho, en su función de gobernador, también deberá dictaminar justicia.)  Para que tengas bien en claro que nuestro héroe, era más sabio que loco, acá vamos a transcribir para vos algunos de esos consejos.

 

 “Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque, viendo que no te corres (avergüenzas), ninguno se pondrá a correrte; y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud, y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los tienen de príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista,[13] y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale. Siendo esto así, como lo es, que si acaso viniere a verte cuando estés en tu ínsula alguno de tus parientes, no le deseches ni le afrentes; antes le has de acoger, agasajar y regalar, que con esto satisfarás al cielo, que gusta que nadie se desprecie de lo que él hizo.

Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico. Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico, como por entre los sollozos e importunidades del pobre. Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia. Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso. No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres, las más veces, serán sin remedio; y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda. Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros. Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones. Al culpado que cayere debajo de tu jurisdición considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque, aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia. Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte, en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos. Esto que hasta aquí te he dicho son documentos que han de adornar tu alma.”

 

Sancho se emociona al escuchar estos y otros consejos de su señor, y al día siguiente parte con una gran comitiva hacia la ínsula (una ínsula es una isla) Tal es la ignorancia de Sancho, que no registra que llegan a la “ínsula” caminando. En la aldea a la que llegan, que pertenece al ducado, todos están aliados para seguir con la broma que han maquinado los duques: Sancho hasta tendrá un médico particular, que le impedirá comer los manjares que le presentan para “cuidar su salud”, lo cual lo enfurece y finalmente terminará despidiendo al “médico”.. Sin embargo, sorprenderá a todos con su sabiduría y buen criterio a la hora de dictar justicia. Acá te transcribimos una de los casos que tuvo que presidir:

 

“Luego, acabado este pleito, entró en el juzgado una mujer asida fuertemente de un hombre vestido de ganadero rico, la cual venía dando grandes voces, diciendo:

—¡Justicia, señor gobernador, justicia, y si no la hallo en la tierra, la iré a buscar al cielo! Señor gobernador de mi ánima, este mal hombre me ha cogido en la mitad dese campo, y se ha aprovechado de mi cuerpo como si fuera trapo mal lavado, y, ¡desdichada de mí!, me ha llevado lo que yo tenía guardado más de veinte y tres años ha, defendiéndolo de moros y cristianos, de naturales y estranjeros; y yo, siempre dura como un alcornoque, conservándome entera como la salamanquesa en el fuego, o como la lana entre las zarzas, para que este buen hombre llegase ahora con sus manos limpias a manosearme.

—Aun eso está por averiguar: si tiene limpias o no las manos este galán —dijo Sancho.

Y, volviéndose al hombre, le dijo qué decía y respondía a la querella de aquella mujer. El cual, todo turbado, respondió:

—Señores, yo soy un pobre ganadero de ganado de cerda, y esta mañana salía deste lugar de vender, con perdón sea dicho, cuatro puercos, que me llevaron de alcabalas y socaliñas[14] poco menos de lo que ellos valían; volvíame a mi aldea, topé en el camino a esta buena dueña, y el diablo, que todo lo añasca y todo lo cuece, hizo que yogásemos juntos; paguéle lo suficiente, y ella, mal contenta, asió de mí, y no me ha dejado hasta traerme a este puesto. Dice que la forcé, y miente, para el juramento que hago o pienso hacer; y ésta es toda la verdad, sin faltar meaja.

Entonces el gobernador le preguntó si traía consigo algún dinero en plata; él dijo que hasta veinte ducados tenía en el seno, en una bolsa de cuero. Mandó que la sacase y se la entregase, así como estaba, a la querellante; él lo hizo temblando; tomóla la mujer, y, haciendo mil zalemas[15] a todos y rogando a Dios por la vida y salud del señor gobernador, que así miraba por las huérfanas menesterosas y doncellas; y con esto se salió del juzgado, llevando la bolsa asida con entrambas manos, aunque primero miró si era de plata la moneda que llevaba dentro.

Apenas salió, cuando Sancho dijo al ganadero, que ya se le saltaban las lágrimas, y los ojos y el corazón se iban tras su bolsa:

—Buen hombre, id tras aquella mujer y quitadle la bolsa, aunque no quiera, y volved aquí con ella.

Y no lo dijo a tonto ni a sordo, porque luego partió como un rayo y fue a lo que se le mandaba. Todos los presentes estaban suspensos, esperando el fin de aquel pleito, y de allí a poco volvieron el hombre y la mujer más asidos y aferrados que la vez primera: ella la saya levantada y en el regazo puesta la bolsa, y el hombre pugnando por quitársela; mas no era posible, según la mujer la defendía, la cual daba voces diciendo:

—¡Justicia de Dios y del mundo! Mire vuestra merced, señor gobernador, la poca vergüenza y el poco temor deste desalmado, que, en mitad de poblado y en mitad de la calle, me ha querido quitar la bolsa que vuestra merced mandó darme.

—Y ¿háosla quitado? —preguntó el gobernador.

—¿Cómo quitar? —respondió la mujer—. Antes me dejara yo quitar la vida que me quiten la bolsa. ¡Bonita es la niña! ¡Otros gatos me han de echar a las barbas, que no este desventurado y asqueroso! ¡Tenazas y martillos, mazos y escoplos no serán bastantes a sacármela de las uñas, ni aun garras de leones: antes el ánima de en mitad en mitad de las carnes!

—Ella tiene razón —dijo el hombre—, y yo me doy por rendido y sin fuerzas, y confieso que las mías no son bastantes para quitársela, y déjola.

Entonces el gobernador dijo a la mujer:

—Mostrad, honrada y valiente, esa bolsa.

Ella se la dio luego, y el gobernador se la volvió al hombre, y dijo a la esforzada y no forzada:

—Hermana mía, si el mismo aliento y valor que habéis mostrado para defender esta bolsa le mostrárades, y aun la mitad menos, para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os hicieran fuerza. Andad con Dios, y mucho de enhoramala, y no paréis en toda esta ínsula ni en seis leguas a la redonda, so pena de doscientos azotes. ¡Andad luego digo, churrillera,[16] desvergonzada y embaidora![17]

Espantóse la mujer y fuese cabizbaja y mal contenta, y el gobernador dijo al hombre:

—Buen hombre, andad con Dios a vuestro lugar con vuestro dinero, y de aquí adelante, si no le queréis perder, procurad que no os venga en voluntad de yogar con nadie.

El hombre le dio las gracias lo peor que supo, y fuese, y los circunstantes quedaron admirados de nuevo de los juicios y sentencias de su nuevo gobernador.”

 

Sin embargo, a los pocos días se desatará una “guerra”, y Sancho se ve en peligro de muerte; se asusta muchísimo y, como valora más su vida que el poder, renunciará a su cargo y volverá como escudero al lado de don Quijote. Éste, en tanto, ha estado en apuros, porque otra burla generada por los duques lo acosa: la hermosa Altisidora, doncella quinceañera de la duquesa, se ha “enamorado” apasionadamente del caballero andante. Echando mano a su voluntad de hierro, el pobre don Quijote encuentra fuerzas para rechazar, cortés pero firmemente, los numerosos ofrecimientos de la jovencita, ya que su corazón y su cuerpo pertenecen a su señora Dulcinea. Y para que le quede bien clarito, cantará esta canción que él mismo compuso, al pie de la ventana de la imprudente y osada doncella, en la cual le aconseja que sea más recatada, y que se mantenga ocupada para poder olvidarlo:

 

“—Suelen las fuerzas de amor
sacar de quicio a las almas,
tomando por instrumento
la ociosidad descuidada.

Suele el coser y el labrar,
y el estar siempre ocupada,
ser antídoto al veneno
de las amorosas ansias.

Las doncellas recogidas
que aspiran a ser casadas,
la honestidad es la dote
y voz de sus alabanzas.

Dulcinea del Toboso
del alma en la tabla rasa
tengo pintada de modo
que es imposible borrarla.

La firmeza en los amantes
es la parte más preciada,
por quien hace amor milagros,
y asimesmo los levanta.”

 

Todo el palacio estaba escuchando a escondidas y muriéndose de risa; y entonces quisieron terminar la broma arrojando desde el techo del palacio sobre el caballero una bolsa llena de gatos, uno de los cuales lo atacó fieramente:

 

“…vieron al pobre caballero pugnando con todas sus fuerzas por arrancar el gato de su rostro. Entraron con luces y vieron la desigual pelea; acudió el duque a despartirla, y don Quijote dijo a voces:

—¡No me le quite nadie! ¡Déjenme mano a mano con este demonio, con este hechicero, con este encantador, que yo le daré a entender de mí a él quién es don Quijote de la Mancha!”

 

Y más tarde fue la mismísima Altisidora quien lo curó de sus heridas; y para continuar molestándolo …

 

“…con sus blanquísimas manos, le puso unas vendas por todo lo herido; y, al ponérselas, con voz baja le dijo:

—Todas estas malandanzas te suceden, empedernido caballero, por el pecado de tu dureza y pertinacia; y plega a Dios que se le olvide a Sancho tu escudero el azotarse, porque nunca salga de su encanto esta tan amada tuya Dulcinea, ni tú lo goces, ni llegues a tálamo con ella, a lo menos viviendo yo, que te adoro.

A todo esto no respondió don Quijote otra palabra si no fue dar un profundo suspiro…”

  

Vuelto Sancho a palacio, don Quijote decide partir, ya que él no es caballero cortesano sino caballero andante, y ya siente que los lujos de la corte le resultan un estorbo para la misión de justiciero que se ha impuesto. Así, ante la pena del pobre Sancho que nunca en su vida había comido tan bien,  parten hacia las playas de Barcelona. Luego de una serie de situaciones, bastante complejas por cierto, te invitamos a leer el capítulo LXIV:

 

 

¿Y quién era el Caballero de la Blanca Luna? Pues nada más ni nada menos que Sansón Carrasco, que se había quedado con la frustración de no haber podido vencer a don Quijote cuando lo enfrentó bajo la figura del Caballero de los Espejos. Y de este modo espera que, en el término de un año de quedarse en su casa, a nuestro caballero se le cure la monomanía de creerse un personaje de ficción.

Sin embargo, don Quijote no vivirá un año, ya que al poco tiempo “… porque, o ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido, o ya por la disposición del cielo, que así lo ordenaba, se le arraigó una calentura que le tuvo seis días en la cama…”

Don Quijote recuperará la cordura y morirá como Alonso Quijano, repudiando a los libros de caballerías y a las locuras que ellos le llevaron a cometer. Y cierran el libro las palabras de la pluma con las que fue escrito, diciendo:

“Para mí sola nació don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor que se atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros ni asunto de su resfriado ingenio; a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote (…) pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que, por las de mi verdadero don Quijote, van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna. “

 



[1] Afincamiento: aflicción
[2]  Yoguieren: de yacer
[3]  Plasmador: Hacedor.
[4] Sin igual.
[5] Maquinaciones.
[6] Lizo: Hilo fuerte que sirve de urdimbre.
[7] Uno de los nombres de Plutón, dios del infierno.
[8] Abernuncio : Metátesis por ab renuntio, «renuncio», de la fórmula de la liturgia «renuncio a Satanás». «Renuncio a ello».
[9] Adarva: asombra, pasma.
[10] La constelación de las Pléyades.
[11] Acomodado -da. adj. Que se aviene con facilidad a todo.
[12] Preparase.
[13] Aquistar: Adquirir.
[14] Socaliña: Ardid para sacar lo que uno no está obligado a dar.
[15] Reverencias exageradas (a lo morisco).
[16] Churrillero -ra: Charlatán, embustero.
[17] Embaidor -ra: Embustero, engañador.